Esta noche he abierto la ventana, he respirado la honda quietud del campo, he visto la luna, que difundía una luz tan nítida y serena, que todo alcanzaba a través de ella su plenitud, y al mirar hacia mi lado izquierdo los he visto ahí, aquí, sobre la plateada rama de una gran encina. Mi madre repitió, con un suave murmullo cristalino, junto a mi oído:
-Hijo, donde mejor canta un pájaro es en su árbol genealógico.
Mi padre sonrió, y con una voz igualmente dulce y serena, sin atisbo de inquietud, repitió:
-Hijo, donde mejor canta un pájaro es en su árbol genealógico.
Comprendí de pronto, con lágrimas en los ojos, que ellos ya eran libres, que no arrastraban ni la amargura ni la desesperación con que yo los recordaba.
-No guardes más en tu pecho la desesperación de tu padre –susurró una voz que quedó vibrando entre las ramas.
-No encierres más en tu corazón la tristeza de tu madre –añadió otra voz que se perdió entre el temblor numinoso de las hojas.
La plateada encina se dibujaba contra un cielo oscuro y estrellado, robusta y etérea a la vez. Fascinado, seguí escuchando aquella voz, que surgía de cualquier lugar hacia el que mirara:
-Sal de la rueda del pozo, atraviesa el círculo, rompe el espejo. Libérate del dolor, de la amargura y la frustración. No te aferres al sufrimiento, suelta la desesperanza, deja esos sentimientos ir hacia los confines de universo, no los retengas más.
Comprendí entonces que el pájaro genealógico era una hoja, que la hoja cantaba sobre una rama, que la rama brotaba del tronco robusto de un árbol inmenso y bellísimo, que el árbol crecía sobre un monte plateado, que el monte rozaba el cielo, que por el cielo giraban a velocidades inconcebibles infinitas galaxias, que las galaxias se diluían en el polvo cósmico y que el polvo cósmico era sólo conciencia cuya esencia estaba hecha de belleza y misterio, y que éramos muy desagradecidos al colocar en el centro de la vida la desesperación y la amargura, porque todo al fin acaba en la más inimaginable serenidad y plenitud.
Eso cantaba el pájaro de mi árbol genealógico, ramillete de plumas plateadas, al que yo había ahogado el canto atándolo a la pena, a la rueda del pozo, impidiendo su vuelo infinito.
De la iluminada rama salió entonces hacia el horizonte una garza; poco después, un águila extendió sus alas hasta perderse en la lejanía. Tal y como yo los había visto en sueños, se fueron libres y alegres, cada uno por su lado, pero su partida esta vez no me hizo sufrir. En el más allá el amor se confunde con la libertad.
-Hijo, donde mejor canta un pájaro es en su árbol genealógico.
Mi padre sonrió, y con una voz igualmente dulce y serena, sin atisbo de inquietud, repitió:
-Hijo, donde mejor canta un pájaro es en su árbol genealógico.
Comprendí de pronto, con lágrimas en los ojos, que ellos ya eran libres, que no arrastraban ni la amargura ni la desesperación con que yo los recordaba.
-No guardes más en tu pecho la desesperación de tu padre –susurró una voz que quedó vibrando entre las ramas.
-No encierres más en tu corazón la tristeza de tu madre –añadió otra voz que se perdió entre el temblor numinoso de las hojas.
La plateada encina se dibujaba contra un cielo oscuro y estrellado, robusta y etérea a la vez. Fascinado, seguí escuchando aquella voz, que surgía de cualquier lugar hacia el que mirara:
-Sal de la rueda del pozo, atraviesa el círculo, rompe el espejo. Libérate del dolor, de la amargura y la frustración. No te aferres al sufrimiento, suelta la desesperanza, deja esos sentimientos ir hacia los confines de universo, no los retengas más.
Comprendí entonces que el pájaro genealógico era una hoja, que la hoja cantaba sobre una rama, que la rama brotaba del tronco robusto de un árbol inmenso y bellísimo, que el árbol crecía sobre un monte plateado, que el monte rozaba el cielo, que por el cielo giraban a velocidades inconcebibles infinitas galaxias, que las galaxias se diluían en el polvo cósmico y que el polvo cósmico era sólo conciencia cuya esencia estaba hecha de belleza y misterio, y que éramos muy desagradecidos al colocar en el centro de la vida la desesperación y la amargura, porque todo al fin acaba en la más inimaginable serenidad y plenitud.
Eso cantaba el pájaro de mi árbol genealógico, ramillete de plumas plateadas, al que yo había ahogado el canto atándolo a la pena, a la rueda del pozo, impidiendo su vuelo infinito.
De la iluminada rama salió entonces hacia el horizonte una garza; poco después, un águila extendió sus alas hasta perderse en la lejanía. Tal y como yo los había visto en sueños, se fueron libres y alegres, cada uno por su lado, pero su partida esta vez no me hizo sufrir. En el más allá el amor se confunde con la libertad.
1 comentario:
Es bellisimo.
Te recomiendo un libro infantil,pero realmente
es para todas las edades.""El pájaro del alma ""
Mijal Snunit.
Te saluda Liliana.
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