(Foto: S. Trancón)
Hace un mes viajé a Cáceres para asistir al estreno en el Gran Teatro de La identidad de Polán, una obra de Miguel Murillo, dirigida por mi gran amigo Juan Margallo y representada por La quimera de Plástico, un grupo teatral que cumple ahora sus 25 años de existencia y que capitanea otro buen amigo, Tomás Martín. No voy a hablar de la obra, excelente en todos los sentidos, sino de que, al ir en coche, me quedé muy sorprendido al ver, en la ladera de un monte, una mancha grande de encinas de color marrón oscuro. Al principio pensé que había habido un incendio y habían quedado así, calcinadas. Me extrañó, porque el fuego habría devastado todas las hojas convirtiéndolas en cenizas, y no permanecerían secas, como se veían.
Pronto me enteré que las encinas estaban sufriendo una plaga (la Seca), producida por un hongo, la fitoftora. Este hongo, al parecer de origen australiano, se enquista en las raíces y corta toda la circulación de la savia, provocando la muerte súbita del árbol (en una semana puede quedar completamente seco, con las hojas acartonadas). No se saben bien las causas, pero no se ha encontrado remedio alguno para evitar la propagación acelerada (ya hay más de quinientos focos en Extremadura) de la plaga.
Pocas noticias me han abrumado tanto. Encinas, alcornoques, robles, jaras, brezos... Todos están amenazados.
Desde que lo supe, una congoja profunda se agita en mi estómago y mi pecho, como si estuviera creciendo dentro de mí ese hongo asesino.
Lo diré de modo rotundo: Yo no concibo la existencia de este país o nación a la que llamamos España, si desaparecen las encinas de sus montes, desde Zamora a Valencia, de Extremadura a Murcia, de Palencia a Cádiz. No hay árbol que defina mejor el paisaje de toda la meseta, de Norte a Sur, de Este a Oeste. A pesar de haber sido destruidos gran parte de los bosques originarios, todavía se conservan las dehesas de Extremadura, Castilla y Andalucía, donde las extensiones de encinas son algo tan bello y fantástico, que imaginarme que puedan llegar a desaparecer me coloca ante la disyuntiva de huir de este país para siempre o suicidarme.
¿Las causas? El cambio climático, que provoca una sequía prolongada, pero también la sobreexplotación ganadera y agrícola del suelo, el descuido y la falta de regeneración del arbolado. Por un lado, la catástrofe anunciada; por otro, el desdén y el afán de lucro (¿qué hace un tractor metiéndose en un monte o una dehesa?).
He pasado muchas horas de mi vida bajo su sombra. He recibido la energía poderosa de su tronco y de sus ramas. Me han hablado con palabras entrañables y misteriosas. He visto cómo alargaban sus brazos hacia mí. El verde brillante de sus hojas me ha llevado hasta lugares desconocidos, casi inconcebibles, y que no tienen fin.
La encina es uno de los árboles más bellos. Ha resistido millones de años sobre esta dura tierra. Una encina tiene una vida media de 300 años. Sus raíces se pueden extender hasta 10 metros de profundidad. Pueden llegar a medir 20 metros de altura. Pocas visiones más imborrables que observar una bandada de grullas o garzas, al atardecer, cubriendo por completo la cúpula oscura de una gran encina. Una mancha de nieve inmaculada en medio del bosque verde.
Desaparecería el cerdo ibérico, sí. Y el toro de lidia. Pero algo más, mucho más.
Hace un mes viajé a Cáceres para asistir al estreno en el Gran Teatro de La identidad de Polán, una obra de Miguel Murillo, dirigida por mi gran amigo Juan Margallo y representada por La quimera de Plástico, un grupo teatral que cumple ahora sus 25 años de existencia y que capitanea otro buen amigo, Tomás Martín. No voy a hablar de la obra, excelente en todos los sentidos, sino de que, al ir en coche, me quedé muy sorprendido al ver, en la ladera de un monte, una mancha grande de encinas de color marrón oscuro. Al principio pensé que había habido un incendio y habían quedado así, calcinadas. Me extrañó, porque el fuego habría devastado todas las hojas convirtiéndolas en cenizas, y no permanecerían secas, como se veían.
Pronto me enteré que las encinas estaban sufriendo una plaga (la Seca), producida por un hongo, la fitoftora. Este hongo, al parecer de origen australiano, se enquista en las raíces y corta toda la circulación de la savia, provocando la muerte súbita del árbol (en una semana puede quedar completamente seco, con las hojas acartonadas). No se saben bien las causas, pero no se ha encontrado remedio alguno para evitar la propagación acelerada (ya hay más de quinientos focos en Extremadura) de la plaga.
Pocas noticias me han abrumado tanto. Encinas, alcornoques, robles, jaras, brezos... Todos están amenazados.
Desde que lo supe, una congoja profunda se agita en mi estómago y mi pecho, como si estuviera creciendo dentro de mí ese hongo asesino.
Lo diré de modo rotundo: Yo no concibo la existencia de este país o nación a la que llamamos España, si desaparecen las encinas de sus montes, desde Zamora a Valencia, de Extremadura a Murcia, de Palencia a Cádiz. No hay árbol que defina mejor el paisaje de toda la meseta, de Norte a Sur, de Este a Oeste. A pesar de haber sido destruidos gran parte de los bosques originarios, todavía se conservan las dehesas de Extremadura, Castilla y Andalucía, donde las extensiones de encinas son algo tan bello y fantástico, que imaginarme que puedan llegar a desaparecer me coloca ante la disyuntiva de huir de este país para siempre o suicidarme.
¿Las causas? El cambio climático, que provoca una sequía prolongada, pero también la sobreexplotación ganadera y agrícola del suelo, el descuido y la falta de regeneración del arbolado. Por un lado, la catástrofe anunciada; por otro, el desdén y el afán de lucro (¿qué hace un tractor metiéndose en un monte o una dehesa?).
He pasado muchas horas de mi vida bajo su sombra. He recibido la energía poderosa de su tronco y de sus ramas. Me han hablado con palabras entrañables y misteriosas. He visto cómo alargaban sus brazos hacia mí. El verde brillante de sus hojas me ha llevado hasta lugares desconocidos, casi inconcebibles, y que no tienen fin.
La encina es uno de los árboles más bellos. Ha resistido millones de años sobre esta dura tierra. Una encina tiene una vida media de 300 años. Sus raíces se pueden extender hasta 10 metros de profundidad. Pueden llegar a medir 20 metros de altura. Pocas visiones más imborrables que observar una bandada de grullas o garzas, al atardecer, cubriendo por completo la cúpula oscura de una gran encina. Una mancha de nieve inmaculada en medio del bosque verde.
Desaparecería el cerdo ibérico, sí. Y el toro de lidia. Pero algo más, mucho más.
2 comentarios:
Pues desde luego la situación es para echarse a temblar y por desgracia no te traigo buenas noticias. El otro día hablando con un payés de Malgrat, a cuya pequeña tienda voy a comprar de tanto en tanto, me comentó que existe la posibilidad de que de aquí a 5 años nos quedemos sin castaños: http://www.lavozdeasturias.es/noticias/noticia.asp?pkid=442138
Espero que se pueda encontrar una cura para estas enfermedades, pero el descontrol en la importación de animales, plantas, maderas y otras mencancías está consiguiendo aquí, y supongo que en el resto del mundo, que nuestros bosques y fauna se encuentren con enemigos contra los que no pueden luchar, que no tienen un "depredador" natural en la zona, se rompe el equilibrio y llega el desastre.
En nuestra zona sin ir mas lejos desde hace unos años tenemos un escarabajo que está acabando con todas las palmeras de forma voraz. Es un escarabajo volador de origen egipcio, que parece que llegó de una importación Surafricana de plantas que realizó un plantero de Pineda, saltándose los protocolos de seguridad que hay para estos casos y haciendo una importación directa de éstas plantas, supongo que bastante más lucrativo económicamente.
El resultado es que tenemos un escarabajo que deja sus larvas en el cogollo de la palmera, estas se lo comen y para cuando se aprecian los primeros síntomas ya suele ser demasiado tarde, la palmera ya está muerta.
Resulta triste comprobar como muchas y enormes palmeras ya no disponen de copa, señal de que han caido en las fauces de un escarabajo que por no tener un enemigo natural en la zona campa a sus anchas, cierto que la mayoría de las palmeras de las que hablo no son una especie autóctona, cuya función es más bien ornamental y no se puede comparar a los casos que planteas, pero es muy triste ver con asiduidad un enorme y pelado tronco donde antes hubo una hermosa palmera.
Paco
Cuando murió la vid por la fil
oxera ,tuvimos que traer de América las vides que en su día para hacer vino llevamos allí.Claro que la encina tarda unos treinta años en ponerse grande y dar bellotas.Esperemos que las autoridades competentes den pronto con la solución para no dejar a España desnuda y sin cerdo ibérico.EMI
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