La conciencia es un darse cuenta.
Es algo más que percibir, sentir o reaccionar.
Existen muchos niveles de conciencia, o niveles de intensidad y concentración del darse cuenta. Estos niveles varían en función del grado de atención y del objeto sobre el que se fija nuestra atención.
El darse cuenta es la focalización voluntaria de la atención en algo, ya sea un objeto concreto o una abstracción, algo que se puede percibir con los sentidos, o algo que sólo se puede imaginar, concebir o pensar.
La autoconciencia es la focalización de la atención en lo que uno percibe, siente, piensa, imagina, teme, desea o hace.
La conciencia, el darse cuenta de lo que uno percibe, siente, piensa y hace, y de lo que sucede a nuestro alrededor, es el mejor medio de control de nosotros mismos y de la realidad que está a nuestro alcance. Es nuestra principal ventaja, nuestro don más alto.
A lo más y mejor que puede aspirar un ser humano, la finalidad más alta, es la de elevar e intensificar su nivel de conciencia, su capacidad para darse cuenta de sí mismo y del misterio que le rodea.
Paradójicamente, cuanto más yo, cuanta mayor focalización y absorción de la atención en uno mismo, menos capacidad de conciencia, menos posibilidades de intensificar el darse cuenta.
El darse cuenta no es algo que realiza y controla el yo, sino algo que sucede en uno mismo, en su cuerpo, en la totalidad de su ser. Por eso se caracteriza por un fluir, una atención intensa pero a la vez fluida y desprendida del yo.
El darse cuenta es algo que ocurre en mí, que de pronto me inunda y hace que me olvide de mí mismo para identificarme con esa energía que se da cuenta de su existencia. Es un ver, sentir y pensar a la vez, que toma conciencia del existir de algo, de la esencia del ser.
La conciencia es una forma de energía que consiste en darse cuenta de la existencia de algo, de que algo es plenamente real, aunque el hecho de su existencia sea inexplicable.
La conciencia del darse cuenta se acrecienta dándose cuenta, intentándolo. Para ello hay que fijar la atención en aspectos de la realidad en los que nunca nos hemos fijado, y luego sostenerla en la esencia del ser que vemos y el hecho de percibirlo. Atención concentrada, pero no rígida.
El intento supremo y último del universo es darse cuenta de sí mismo.
El darse cuenta es un hecho energético final, no hay nada más allá.
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