Dice el maestro Miguel de Cervantes: “La verdad adelgaza y no quiebra, y siempre anda sobre la mentira, como el aceite sobre el agua”. Pero también: “La falsedad tiene alas y vuela, y la verdad la sigue arrastrándose, de modo que cuando las gentes se dan cuenta del engaño ya es demasiado tarde”.
He recordado estas sabias palabras al leer en el Diccionario jázaro de Milorad Pavic:
“La verdad es transparente y no se ve, la mentira es opaca y no deja pasar la luz ni la mirada. Existe también un tercer caso, en el cual las dos primeras están mezcladas, y es el más frecuente. Con un ojo podemos ver a través de la verdad, y nuestra mirada se pierde en la inmensidad para siempre; con el otro ojo, en cambio, no vemos a través de la mentira ni a un palmo de la nariz, y la mirada no puede penetrar más allá, se queda en la tierra y es nuestra; así nos abrimos paso a lo largo de la vida caminando de costado. Por eso la verdad no se puede entender inmediatamente como la mentira, sino sólo comparando verdad y mentira”.
Todos tenemos una idea intuitiva de lo que es la verdad y la mentira, aunque resulta muy difícil definirlas en la práctica. Por un lado está la “verdad objetiva”, la “realidad de los hechos”, que es, más o menos, a la que se refieren Cervantes y Pavic. Por otro, la “verdad subjetiva”, que tiene que ver con la “realidad de los pensamientos, intenciones y sentimientos”. Lo difícil es conjugar ambos mundos, el objetivo y el subjetivo, que muchas veces se mezclan y confunden, y otras se oponen y hacen incompatibles.
Sabemos que hay verdades que matan, y mentiras que salvan. Así que la ecuación verdad=bien, mentira=mal, no siempre es cierta. En caso de duda, parece preferible el bien (no hacer daño a otro, aun a costa de la verdad) que el mal (hacer daño al otro, pero salvando la verdad). Aquí tenemos en cuenta no sólo la verdad, sino sus consecuencias.
Esta prevención contra la “imposición de la verdad”, contra la “brutal sinceridad”, contra “las verdades como puños”, nada tiene que ver con la mentira como medio de dominación, engaño, aprovechamiento del otro. En este caso lo que se busca es ocultar la verdad porque la verdad va en contra de quien se aprovecha de la mentira o la falsedad. A esto se refieren también Cervantes y Pavic.
Cuando una sociedad se asienta sobre el engaño sistemático y organizado, como es la nuestra, cierto, la mentira vuela, y cuando nos queremos dar cuenta ya no hay remedio. Esa mentira es opaca y nos ciega, contamina e intoxica. Pero, en contra de lo que se supone, no es la política la que engaña y miente, porque los políticos no están ahí para definir ni salvar la verdad, sino para otra cosa. Quien engaña y miente es quien de verdad tiene el poder, que no son los políticos, pues el poder de la política es un poder limitado y delegado.
Se dice que la política es el arte del engaño. No estoy de acuerdo. La política es el arte de la necesidad. No puede engañar alguien al que, de entrada, reconocemos como mentiroso. No nos engaña, porque no elegimos a los políticos para que nos digan la verdad, sino para que atiendan del mejor modo posible a las necesidades de la mayoría. No es que no nos importe la verdad, sino que la supeditamos a la necesidad. Más que la verdad o la mentira, lo que no nos gusta de un político es que nos engañe, que juegue con nuestra “buena voluntad”. Pero, al final, lo juzgamos por los hechos.
El engaño de los políticos siempre cuenta, en definitiva, con el consentimiento de los engañados que, o necesitan el engaño y la mentira, o no les importa, o lo ven como un mal menor.
La vida real es siempre un poco más complicada que la idea que nos hacemos de ella. Sí, muchas veces en la vida tenemos que caminar de costado, poniendo un ojo en la verdad y el otro en la mentira.
1 comentario:
La política, quizá, no sea el arte del engaño en una democracia real. Lamentablemente, en esta si lo es; porque nadie representa a nadie, ya que a lo único que son fieles los políticos es a su avidez de riquezas; ¿los votantes?, bueno, importan en el momento que han de introducir el papel en la urna.
La más opaca de las mentiras, es la que se impone el propio pueblo para no ver más allá. Así no se complica con situaciones potencialmente peligrosas, como la obligación de ejercer su poder legítimo para reducir a escombros esta democracia de papel maché, barrerla y reconstruir una ciertamente sólida. Quisimos tapar esa verdad dañina, porque podría traer problemas innecesarios en sus inicios, con una mentira piadosa que ha resultado ser aun más nociva.
El infierno está lleno de buenas intenciones, dicen.
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