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viernes, 10 de septiembre de 2010

LO QUE NOS DIFERENCIA

(Foto: Oscar Fernández)


¿Es España diferente?

Aquel eslogan franquista “Spain is different”, de indudable éxito turístico, ¿tiene hoy algún fundamento cultural, social o político?

Es evidente que, individual y colectivamente, somos cada día más parecidos al resto de países de nuestro entorno. La globalización y la uniformización es un hecho. Sin embargo, las diferencias persisten mucho más de lo que pudiéramos suponer. Pero digámoslo enseguida: todos los países son diferentes. Y añadamos: la diferencia no es, por sí misma, ni buena ni mala. Hay diferencias que deberían desaparecer, otras que debieran permanecer y otras que tanto da que permanezcan como que desaparezcan. Así que no hay que sacralizar ni satanizar lo diferente.

Las diferencias psicológicas y mentales son difíciles de analizar, y es fácil, al estudiarlas, despeñarse por elucubraciones más o menos metafísicas o esencialistas. Es más sencillo reflexionar sobre datos o hechos concretos.

Por ejemplo: España es uno de los países con menor índice de criminalidad o de delitos, pero, paradójicamente, es el país donde hay mayor número de presos (proporcionalmente, el triple que en Italia y casi el doble que en Francia), y también el país con mayor número de leyes (un europeo tiene que acatar unas 12.500 leyes y un español unas 24.800).

Parece claro que hay aquí un afán leguleyo y ordenancista que viene por lo menos de los reyes godos, o quién sabe, de la Biblia y el Corán. Quizás se haya instalado entre nosotros un principio disparatado que dice algo así como que “todo lo que no está prohibido, se puede hacer”. La relación del español con la autoridad y las leyes es sin duda algo que nos diferencia. Para cada problema, lo primero, una ley, luego ya veremos. Autoritarios y anarquistas... ¡a la vez!

Otras diferencias curiosas que a mí me llaman la atención y que habría que interpretar son:

-Somos el primer país en donación de órganos del mundo; también de los más solidarios con las causas sociales.

-Somos uno e los países con mayor esperanza de vida del mundo (casi 82 años; la esperanza de vida en 1900 era de 35 años, así que vivimos más del doble que nuestros bisabuelos o tatarabuelos).

-La sanidad española era una de las mejores del mundo, pero está empezando a caer en picado (el gasto público por habitante es de los más bajos de Europa).

-El fracaso escolar nos sitúa a la cabeza de Europa, lo mismo que el paro. El número de horas lectivas de un escolar de enseñanza obligatoria, sin embargo, sobrepasa a otro de Finlandia en 1605 horas. ¡1605 horas de más para un 70% menos de éxito!

-La biodiversidad de España es incomparable con el resto de Europa: de las 12.000 especies diferentes de flora, 10.000 se dan en la Península ibérica, y de 60.000 especies de fauna, 25.000 viven en nuestro territorio.

-La orografía y el paisaje y el clima, son más variados que en todo el resto del continente europeo. La Península Ibérica tiene una altitud media que está muy por encima de Europa (más de 700 metros sobre el nivel del mar), así que, aunque esté más abajo en el mapa, es mucho más elevada.

-El sistema político español es el más descentralizado del mundo.

-El nivel de insulto y violencia verbal es muy superior al de cualquier otro de los llamados países “civilizados”.

-El nivel de ruido de nuestras ciudades está a la cabeza del mundo. Quizás por eso gritamos tanto. O al revés.

-Somos el país europeo con mayor extensión de terreno dedicada a los cultivos transgénicos.

-De carreteras andamos bastante bien, lo mismo que en el descenso de número de accidentes de tráfico, pero todavía muy por debajo de Inglaterra, el país vialmente más seguro de Europa.

Hay otras muchas diferencias (los toros, los bares, la Semana Santa, las fiestas, el jamón ibérico, el aceite de oliva, el sol, el turismo…), pero con lo dicho basta: el sentido crítico nos obliga a huir de generalizaciones simplistas acerca de lo que somos, de lo que nos diferencia o nos iguala con otros países.

Elogiar y mantener lo bueno, y criticar y rechazar lo malo: es una obviedad, pero no hay que olvidarla.


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