La
manipulación política comienza con la perversión del lenguaje. Hay usos de la
lengua contagiosos, tóxicos. La lengua es un bien común, nadie debería
destruirla impunemente, sobre todo cuando se hace desde posiciones de poder. Tienen
especial responsabilidad los políticos y los medios de comunicación.
La moda va cambiando con la evolución de la terminología política.
Ahora le toca el turno a “plural” y a todos sus derivados, empezando por el más
insufrible: “plurinacionalidad”. Han introducido estos términos en la jerga
política los nacionalistas, que han encontrado un aliado impagable en los plurinacionalistas
de Podemos, pero el virus se propaga a toda mecha: políticos de todo signo se
agarran al cuello de la España plural y los peatones (ciudadanos de a pie) ya lo
usan en las discusiones de café.
La lengua define sus términos por
oposición (semántica) y contraste (sintáctico). Cada idioma establece sus leyes
de combinación; si estas normas se alteran arbitrariamente se provoca una
disfunción que afecta a toda la estructura de la lengua. La introducción
forzada de determinados usos terminológicos no es algo inocuo o inofensivo, más
aún cuando se trata de usos incorrectos, como en este caso. Podemos decir que
hay una España, pero no que hay una España “una”. Aquello de la “España una” de
Franco es una aberración lingüística. Pasa lo mismo con la “España plural” de
ahora, creada para mantener la idea de que, quienes la rechazan, no pueden ser
más que franquistas. La España franquista real ha muerto hace mucho tiempo y,
sin embargo, muchos viven (y quieren seguir viviendo) de su fantasma, al que
insuflan aire como si se tratara de un muñeco de feria.
Me explico. Podemos decir que existe
“una” España o que existen “varias” (las que queramos), pero no que exista una
“España plural”. Lo singular no puede ser plural a la vez. Una misma sustancia
(el sustantivo España), no puede ser a la vez una y trina (atributos
antitéticos). Eso sólo lo puede ser Dios. Y por eso hablamos de misterio.
Pero vayamos al fondo del asunto. Quienes usan el término
tan profusa y confusamente no quieren afirmar que existan varias Españas, como
pareciera, sino que en realidad no existe ninguna. Si quisieran referirse a la
existencia de varias Españas tendrían que especificar cuántas y cuáles son esas
Españas. Asunto complicadísimo, claro. Es lo que significa “plurinacionalidad”:
un modo de hacer desaparecer a la nación para convertirla en naciones, sean las
que sean.
Como no va por ahí la cosa, sino que
se trata de encubrir lo que se piensa (o sea, que España no es más que un
invento, un Estado fallido, una nación impuesta, hecho del que se deriva un
derecho, el de la autodeterminación o secesión), pues por eso conviene
desenmascarar la trampa lingüística de la “España plural”. El lenguaje, incluso
el de la política, tiene que comprometerse con la verdad y la claridad, pues de
lo contrario se transforma en una agresión y un desprecio, no sólo a sus
hablantes, sino a todos los ciudadanos.
Pues no, no existe ninguna
España plural, del mismo modo que no existe un hombre plural, una lengua plural
o un Estado plural. Por más diversas y distintas que sean las peras de un cesto,
nunca formarán un cesto plural.
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