En
“El retablo de las maravillas” de Cervantes, el escribano Pedro Capacho grita al
Furrier: “¡De ex illis es! ¡Dellos
es, dellos es!”. Ajeno a la farsa de los titiriteros Chanfalla y Quirinos, el
Furrier no ve las hazañas imaginarias que supuestamente se están desarrollando
ante sus ojos. Si no ve nada (porque nada hay que ver, todo es artificio
sonoro, castillos en el aire hechos de palabras) es que desciende de moros o
judíos, o sea, que tiene la sangre manchada. Es uno de los entremeses más
logrados de Cervantes que recuerda el famoso cuento del rey desnudo.
Se trata de una denuncia mordaz
contra la presión social y el delirio colectivo. La necesidad de acomodarnos a
la opinión del grupo puede llevarnos a poner en duda, incluso, la percepción de
los sentidos y hacernos creer que vemos lo que no vemos. Tan desvalidos y tan inseguros
estamos que preferimos seguir al grupo antes que vernos señalados. La fuerza
del rebaño, de la masa, de la mayoría.
Desde finales del siglo XV en que se
produjo la expulsión de los judíos, la sociedad española ha vivido internamente
dividida entre el “nosotros” y el “ellos”, el “ex illis”. No ha necesitado un “ex illis” de fuera.
Primero fueron los judíos, luego ocuparon su lugar los judeoconversos hasta el
siglo XIX, y entonces apareció la división entre liberales y conservadores. Y
así hasta hoy, en que Podemos ha querido continuar la tradición separando a “la
gente” de “los de arriba”. Franco revivió los tiempos de la Inquisición con la
persecución de “los rojos”.
Este cainismo nos viene, por tanto,
de finales de la Reconquista. Tan a fuego se ha marcado en nuestra estructura
psíquica que no logramos reorganizar nuestra convivencia desterrando ese
atavismo de separar al “nosotros” del “ellos”. Los partidos no han hecho otra
cosa que disgregar este mecanismo de exclusión creando varios “nosotros”, pero
la tendencia es la misma, la de polarizar las actitudes y reacciones
amparándose en delirios compartidos como los del “Retablo de las maravillas”,
impidiendo cualquier superación racional de los enfrentamientos.
El PP y Podemos representan hoy esos
núcleos cerrados, contagiados y aglutinados por ese “de ex illis es” que niega
a los otros el derecho a existir. El PSOE, al que le ha fallado este mecanismo
interno, anda ahora en terreno de nadie, exiliado de sí mismo y con el miedo a
ser engullido por esa tendencia tan arraigada del “nosotros contra ellos” que
permite sostener delirios y fantasías contra viento y marea. Unos y otros necesitan
la escenificación simbólica de la pelea, la lucha, la batalla en la que desde
el sofá se pueden vivir hazañas imaginarias y hechos heroicos. Pero los
enemigos, por más que gesticulen los titiriteros del retablo nacional, no están
en la realidad, sino en la cabeza del público que los anima. Y son imaginarios.
El
teatro de la vida es otro. Aquí hay un “nosotros” siempre cambiante, o muchos
“nosotros” a los que nos vamos uniendo de acuerdo a la enorme complejidad de
nuestras relaciones sociales. “Nosotros” que no necesitan tener en frente a
ningún “ellos” con que pelear imaginariamente a muerte. Aunque la política se
haya vuelto un detestable “retablo de las maravillas”, nadie nos obliga a decir
que vemos lo que no vemos. Nadie nos obliga a repetir una y otra vez la
autodestructiva guerra del “ex illis”.
No hay comentarios:
Publicar un comentario