En el mundo de la razón y las evidencias newtonianas (o sea, aquel en que nos
movemos, respiramos, caminamos o freímos un pimiento de Padrón), los círculos
no son cuadrados, ni los cuadrados, círculos. Por la misma razón, un huevo no
es una castaña. En la lógica de nuestros partidos, sin embargo, rige el axioma
contrario: los círculos son cuadrados y los huevos, castañas. Todos invalidan
la razón kantiana para imponer el principio de que lo imposible, no sólo puede
ser, sino que además es necesario. Los ejemplos son innumerables, pero vamos a
fijarnos sólo en uno, el de la organización territorial e institucional del
Estado. Frente a este grave e insoslayable problema, ¿qué círculo cuadrado nos propone
cada partido? ¿Qué huevo castaña en su programa electoral?
Empecemos por el que más se atreve a cuadrar círculos, el
PSOE. Pedro Sánchez nos explica cómo un huevo federal puede convertirse en una
castaña constitucional: establezcamos “un pacto político con Cataluña que,
respetando las implicaciones del principio de igualdad, reconozca su
singularidad y mejore su autogobierno”, porque "es evidente que Cataluña
es una comunidad nacional con personalidad lingüística, cultural, económica,
histórica y política de perfiles singulares y muy acusados”. ¡Toma ya!
Bilateralidad. Nación con/contra nación en pie de igualdad; o sea, la
independencia del círculo cuadrado. Fíjense en cómo un huevo puede ser a la vez
una castaña: no se trata de respetar “el principio de igualdad”, sino sus
“implicaciones”. El modelo, para que nos lo traguemos mejor, puede extenderse a
otras comunidades “históricas” (las demás son “ahistóricas”, no existen). Así
que de la bilateralidad pasaremos a la “pluribilateralidad”.
Podemos es el partido más emblemático del
círculo cuadrado porque, digamos, lo lleva en la sangre, círculo de círculos,
círculos que se acumulan y superponen, ruedas que se enredan. La fórmula de la
cuadratura es la “plurinacionalidad”, o sea, que cada “nación” decida lo que
quiera. ¿Cuántas, cuáles? ¡Ya se verá! El líder melenado, ebrio de
omnipotencia, piensa que dominará a las mareas disgregadoras y, una vez
reconocido el derecho a hacer cada “pueblo” lo que le dé la gana, él logrará
que todos los independentistas se queden en España, “seduciéndolos”.
Ciudadanos cuadra el círculo no hablando de
él. Un oportunismo extraviado le lleva a dejar la “cuestión catalana” a un
lado, como si fuera un problema menor o territorial, sin darse cuenta de que,
aunque no sea lo único ni lo más importante, sí es lo más decisivo y
determinante en el momento actual. Sin resolverlo, ningún otro problema podrá
resolverse.
El PP cree que el tiempo y la política de
apaciguamiento y cambalache parirá por sí sola la solución. Nada extraño, porque
su única habilidad consiste en redondear las cuentas y los cuentos para
convencernos de que sólo ellos son capaces de hacerlos cuadrar. Es una actitud
de ciegos, como si en lugar de ojos tuvieran castañas o huevos de avestruz.
Cuando uno ve cómo los partidos que nos han
de salvar de la catástrofe se empeñan en aplicar la lógica del círculo
cuadrado; cuando uno comprueba lo lejos que su lenguaje está de la verdad y la
evidencia terca de los hechos; cuando uno se da cuenta de su enorme incapacidad
para pensar y describir y diagnosticar la crítica situación en que, como Nación
y Estado, nos encontramos, es casi obligado el creer (y desear) que surjan en
nuestro país otras fuerzas, otros grupos, otros partidos capaces de abrir los
ojos a la mayoría de ciudadanos para proponerles un nuevo modelo de
Estado-Nación que supere todos los miedos y complejos actuales. Políticos que
no sean los cabeza cuadrada que hoy tenemos. Ya se sabe que, para lograr una
cabeza cuadrada hay que achatarla por los polos, o sea, seccionarle la mitad
del cerebro.
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