Vamos
a meternos con el gremio. Simplifiquemos hablando de “periodistas”, cajón de
sastre en el que también cabe un cubo de basura. Ya es casi imposible distinguir
entre un profesional de la información y todo lo demás, esa fauna variopinta de
charlatanes, egópatas, analfabetos, exhibicionistas y provocadores. Cursilería
y chabacanería, bobería empalagosa y marrullería verbal, todo se mezcla hasta
aturdir al lector, espectador, oyente. ¡Son los medios, estúpido!
Los medios. Esos aparatos ideológicos, esas máquinas de
triturar cerebros, pero, (¡gran paradoja, como la vida!),
imprescindibles instrumentos de información y comunicación. Ya no podemos vivir
sin ellos, sin su poder e influencia.
Definen el mundo, establecen sus límites, nos obligan a permanecer dentro de su
campo de concentración porque fuera de su alambrada de púas nada existe. Viven
para amasar dinero, y lo consiguen, porque en realidad son pocos para mucho
pastel. Han encontrado el truco: atrapar como sea al mayor número de
“mirantes”, “escuchantes”, “leyentes”. De lo único que se trata es de
secuestrar la atención, mantener la mente ocupada con estímulos superficiales
en constante cambio. Nunca ha sido más fácil manipular la opinión p ública, controlar a lo que Ortega llamó “las masas”, hoy
dignificadas con el nombre de “ciudadanos”, pero radicalmente “alienadas” y
“oprimidas” (viejas palabras que deberíamos recuperar).
Analicemos la resurrección de fenómeno populista. El
populismo es, ante todo, una ideología en la que todo está permitido con tal de
alcanzar el poder (Mussolini, Hitler, Franco, Perón, Chávez, por citar a los
más cercanos). Como el poder se toma por asalto, dicen, no por consenso, el uso
de la democracia no es más que “instrumental”, una forma de camuflaje. La
mentira, el engaño, la ocultación de intenciones, no sólo es “legítima”, sino
necesaria. La gran palabra, el constructo mental con el que justificar todo sin
necesidad de dar explicación alguna, es “la gente” o, según convenga, “el
pueblo”, y ahora, “la patria”, otra resurrección “franco-castro-chavista”.
Pero lo que hoy quería traer a esta columna “doricojónica”
(como diría Crémer) es un hecho más concreto y demostrable: que no existiría
periodismo populista si no hubiera o hubiese periodistas populistas. Haylos, y
cada día más, pues parecen reproducirse por contagio. Vean la Sexta, la Cuatro,
la Tres, la Cinco, todo el sistema catódico decimal, la Ser y la no Ser… De los
más famosos a los menos famosillos, la mayoría se apunta al periodismo
populista, que es lo contrario del periodismo crítico, informativo. Todo es
complacencia emética, adoración y halago y compadreo hacia el poder emergente y
galopante, al estilo de “la resistible ascensión de Arturo Ui”.
También haylos del otro lado, porque si Podemos goza de
derecho de pernada, el PP sigue manteniendo sus incondicionales, igualmente
populistas, con la diferencia de que éstos ya han alcanzado el poder y de lo
que tratan es de mantenerlo enfrentando dos populismos simétricos.
Según Metroscopia el 95% de españoles considera la
situación política mala o muy mala, y el 74% está insatisfecho con el
funcionamiento de nuestra democracia. Ésta parece ser la verdad, ésa que
desprecian los periodistas populistas, la única que debiera preocuparlos.
Porque lo más grave es la degradación y el desprestigio de la verdad, la verdad
de lo que la mayoría de ciudadanos piensa y siente cuando no les someten a la
hipnosis mediática. Lo último, ésa estupidez de convertir a los niños en
periodistas, la versión más depurada del populismo. Y los políticos,
obedientes, se someten a todo tipo de majaderías y pruebas, como si estuvieran
concursando en el Gran Hermano. No es que pierdan la dignidad, sino la cabeza,
que muestran tener llena de banalidades y naderías, fruto de una
“lobotomización” mediática que les impide, no ya pensar por sí mismos, sino
simplemente pensar.
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