Estos
días, extraña coincidencia, he leído varios artículos políticos, de muy opuesta
orientación, que compartían una misma y rotunda afirmación: “la verdad no
existe”. Uno habla incluso de “la dictadura de la verdad” y llega a decir que
“esta feroz invocación de la verdad es sin duda el mayor enemigo de la libertad
de expresión”. Todo para acabar disculpando el asalto violento al aula Tomás y
Valiente (asesinado por ETA) donde Felipe González y Cebrián iban a dar una
conferencia. Con el mismo descaro proclamó P.Manuel I.Turrión (evitemos la
homonimia) que este acto era una “prueba de salud democrática”. Sí, todo es opinable
y discutible, la verdad no es más que una entelequia… ¡y yo te pillé en la
calle!
Estos ateos de la verdad luchan contra un fantasma, al que
confunden con el dogma de la infalibilidad pontificia. Para ellos apelar a la
verdad es un sacrilegio, un atentado contra la libertad de opinión. Esta idea
religiosa de la verdad hace siglos que quedó desterrada, pero ellos siguen
combatiéndola con furor clerical. En cuanto apelas a la verdad te quitan la
palabra de la boca. Escribe una opinante en El País: “La verdad es incompatible con la democracia porque donde hay verdad no
puede haber libertad de opiniones. Como nos advirtió Arendt, la verdad rompe
con el pensamiento y por eso es totalitaria”. Yo no sé dónde leyó la autora
este descomunal disparate (atribuido osadamente a H.Arendt) de que la verdad
rompe con el pensamiento, es totalitaria e incompatible con la democracia.
La efímera moda del posmodernismo, ese
desecho filosófico equivalente a la comida basura, parece que ha afectado al
cerebro de algunos politólogos (politontólogos) que han extendido el
relativismo líquido a la charca política, todo para poner en duda la democracia
y justificar el asalto al poder en nombre de la libertad de expresión. ¡Libertad
para impedir por la violencia la libertad del otro! Todas las dictaduras han
apelado a esta libertad para imponer su orden.
Es el momento de afirmar sin titubeos que
no hay democracia sin una defensa constante y beligerante de la verdad. Que no
hay libertad de expresión admisible cuyo fin sea pisotear, encubrir o impedir
la afirmación y la difusión de la verdad. Que la verdad, no solo existe, sino
que es incompatible con la mentira y el engaño, tal y como practican, por
ejemplo, esos independentistas promotores de lo que llaman Nova Història para
difundir, entre otras sandeces, que Colón, Cervantes, Santa Teresa, Erasmo de
Rotterdam o Leonardo da Vinci eran catalanes.
La verdad no es eterna, no es una esencia,
no es una abstracción metafísica fuera del espacio y el tiempo, no es un dogma,
ni una creencia, ni una opinión, ni una imposición, ni un invento, ni una
ficción. La verdad es simplemente la constatación, la comprobación objetiva de
los hechos, la evidencia compartida de realidades y sucesos, la percepción e
interpretación del mundo que nos rodea como realidad consistente. Desconocemos
la esencia última de todo (ya lo descubrió la fenomenología y la física
cuántica), pero eso no nos impide construir y compartir una imagen del mundo
basada en la idea de verdad, de evidencia, de certeza, algo muy distinto de la
mentira, la ficción, el error o el engaño.
Ni la democracia ni la política pueden
renunciar al concepto de verdad. Por más que la televisión, internet, las redes
antisociales, los aparatos de propaganda de todos los poderes (grandes,
medianos y chicos), estén empeñados en diluir y confundir la frontera entre
verdad y ficción, verdad y mentira, verdad y engaño… Por más que la realidad
sea muy compleja y gran parte de ella se nos escape y sea inabarcable. Por más
que nunca podremos eliminar de nuestra vida la incertidumbre y la duda… Ni la
política ni la democracia pueden prescindir de la búsqueda y el respeto a la
verdad, el compromiso de la palabra y el lenguaje con la claridad, el conocimiento
y la realidad de los hechos. Es curioso,
pues cuanto más se niega la existencia de la verdad, más fanáticos aparecen
dispuestos a negar la legitimidad de la democracia y a imponernos a gritos y
botellazos su “verdad”.
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