La
falacia es un embuste, una argucia, una patraña con la que se pretende encubrir
algo falso para que parezca verdadero. Susana Díaz, para contrarrestar la
deriva plurinacionalista de Pedro Sánchez, ha dicho que es partidaria de
reformar la Constitución para reconocer la singularidad de Cataluña (y
suponemos que también la del País Vasco, Galicia y Andalucía, al menos). Frente
a un roto nos propone un descosido. Pero, ¿a qué carallo llaman singularidad?
Singular
es lo único, lo que en algo esencial se diferencia de otro o de otra cosa.
Aplicado a las personas, quiere decir que cada individuo es único, porque hay
algo esencial en él (desde el ADN a la conciencia de sí mismo), que es distinto
de otro ser humano. Cada persona es una totalidad indivisible (individuo),
diferente, distinta, singular. Eso no impide que comparta su condición humana
con todos los demás y que, por lo mismo, tenga unos derechos humanos comunes
entre los que se encuentra el derecho a que se respete su singularidad.
Hablar
de singularidad para aplicarlo a una colectividad es, sin embargo, una
aberración semántica. Lo singular no puede ser colectivo a la vez. Aceptarlo
significaría que otorgamos a la colectividad una entidad singular, un rasgo
común y esencial que la convierte en única y distinta de cualquier otra. Para
lograr esto deberíamos diluir la singularidad individual en la colectiva, algo
así como convertir a un individuo en una hormiga (cuya individualidad queda
absorbida por la colonia y no existe fuera de ella). Así y todo, nos resulta
muy difícil distinguir a un hormiguero de otro, y nadie proclamaría una
república federal de hormigas sobre la base de la singularidad de cada
hormiguero.
Pero
(al menos hasta ahora) ni los catalanes ni los vascos constituyen un
hormiguero. La sociedad catalana es tan singular como singulares son todos y
cada uno de sus individuos. Todos son tan diferentes entre sí como lo son los
andaluces, los madrileños, los gallegos o cualesquiera otros españoles. Son
(somos) todos seres libres, individuales, diferentes y, por lo mismo, iguales,
o sea, iguales en derechos y obligaciones. Igualdad ante la ley, no
singularidad contra la ley.
Pero,
insisten los predicadores de la singularidad, ¿no existen diferencias
colectivas, rasgos distintivos, señas de identidad, aquello que nos singulariza
como pueblo? ¿No existen diferencias lingüísticas, culturales, psicológicas,
históricas, que constituyen una singularidad? Existen esas diferencias,
evidentemente, pero por más que las juntemos, no constituyen una singularidad
colectiva. Primero, porque todas esas diferencias, ni son únicas ni exclusivas.
Por ejemplo, si tomamos la lengua, ¿cuántos hormigueros distintos tendríamos
que establecer, y dónde pondríamos las fronteras de cada “singularidad”? Y no
sólo en toda España (deberíamos tener en cuenta el bable, el leonés, el
aragonés, el extremeño, el andaluz…), sino dentro de Cataluña, por ejemplo,
donde nos toparíamos, al menos, con dos grandes singularidades lingüísticas
entremezcladas. ¿Históricas? Cada rincón de España tiene un montón de
singularidades históricas. ¿Psicológicas? La supuesta tacañería de los
catalanes, ¿es un “hecho diferencial”? ¿Son los únicos tacaños del mundo? ¿Culturales?
La “cultura” maragata es mucho más “singular” que la catalana, basta comparar
el traje maragato con el de un payés. Por no hablar del pueblo gitano, claro.
Es
una falacia creer que existen singularidades colectivas, cuando, a nada que
comparemos, vemos que todos los rasgos culturales o psicológicos diferenciales son
fruto de infinitos intercambios, influencias y circunstancias históricas, no
emanan de ninguna esencia singular y están, además, en permanente cambio. No
todas las diferencias, por otro lado, son positivas ni dignas de conservar. ¿No
ha sido el machismo durante siglos, un rasgo distintivo de nuestra sociedad? ¿No
ha impregnado nuestra cultura, nuestra psicología y nuestro lenguaje? Y la
ablación, ¿no es también una “singularidad cultural”? ¿Y odiar al diferente, al
otro, o sentirse superior a él? ¿Constituye hoy una singularidad que muchos
catalanes separatistas odien a España? Puede que ese odio se remonte a
Atapuerca… ¡Cataluña es tan antigua y singular!
No
existen singularidades colectivas, sino diferencias, y estas diferencias son, o
tan triviales y comunes, tan ficticias e imaginarias, tan variables e
indefinibles, que en modo alguno pueden servir de fundamento a ningún derecho,
y menos aún para justificar cualquier desigualdad social, política y económica.
Que los secesionistas y sus cabestros y botafumeiros se inventen otro cuento,
no el de la singularidad, para imponernos su única y verdadera diferencia: el
sentimiento de superioridad racista, hoy encubierto bajo palabras tan prostituidas
como pueblo o nación.
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