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martes, 2 de mayo de 2017

REDEFINIR A LA IZQUIUERDA

(Foto: A. Trancón)
El socioliberal Emmanuel Macron ha ganado la primera vuelta de las presidenciales en Francia. Vuelve con él el debate sobre la división entre izquierda y derecha. Muchos ya proclaman la desaparición de esta dicotomía, considerada anacrónica. No es la primera vez que se anuncia. Recordemos que el nacionalsocialismo, el fascismo y la Falange nacieron para acabar con las derechas y las izquierdas. Todos los populismos empiezan afirmando lo mismo. De Gaulle llegó al poder con un discurso parecido. Nada de extraño que Macron haya dicho: “Como el General de Gaulle, elijo lo mejor de la izquierda, lo mejor de la derecha e incluso lo mejor del centro”. El matiz está en que no pretende acabar con esas categorías, sino superarlas.

Tenemos que preguntarnos qué hay de nuevo en esta oferta política, en qué se diferencia de la tercera vía de Tony Blair o incluso de la tradicional socialdemocracia. Imposible saberlo. Podríamos decir que se trata de lo mismo, pero ahora definido desde la derecha. Macron es la cara amable de una derecha liberal, pertenece a las élites preocupadas por los populismos que amenazan la economía libre y la globalización del mercado. Necesita aparecer como no contaminado por los viejos poderes, hoy desacreditados, pero su trayectoria es indiscutiblemente de derechas. Su mensaje se asienta en los mismos principios e incluso repite mensajes que en nada se diferencian de los populismos de siempre: “Un hombre nuevo para una Francia en marcha”. En Marche! se llama su partido, que sustituye la ausencia de siglas definidoras por las iniciales del propio líder.

Muchos se dejan deslumbrar por el espejismo de “lo nuevo”, aunque no sea más que apariencia, ambigüedad calculada. No se dan cuenta de que el éxito de estos fenómenos repentinos nace, no de ellos mismos, sino del fracaso de los otros y, en general, de la incertidumbre y el miedo que provocan situaciones de crisis como la que estamos viviendo. Pero una cosa es comprobar que los partidos de derecha y de izquierda despiertan todo tipo de críticas y recelos, y otra creer que estas categorías son ya inoperantes, inservibles. El tiempo, con su terca insistencia, suele aclarar lo oculto, definir lo indefinido. Ahí tenemos a Ciudadanos, del que ya nadie duda que está a la derecha, y otro tanto ha pasado con Podemos, que de transversales se han ido a la extrema izquierda, dogmática y totalitaria.

Detrás de la supuesta desaparición de la izquierda y la derecha, como vemos, siempre aparece la izquierda o la derecha, prueba de la eficacia pragmática de esta distinción. Los ciudadanos no parecen dispuestos a prescindir de estas categorías, por más que las consideren confusas y a veces indefinibles. Vaga, pero suficientemente, saben que izquierda significa preocupación por los intereses de la mayoría, especialmente por los más desfavorecidos, y derecha, defensa de los más ricos, poderosos y, con frecuencia, privilegiados. Se construye así un patrón ideológico y semántico que luego se proyecta sobre la economía, la función del Estado, los derechos sociales, la educación o la sanidad, campos en que los ciudadanos suelen distinguir bien qué tiende a defender un partido de derechas y otro de izquierdas.

El problema no está, por tanto, en acabar con esta oposición, sino en redefinirla. Sobre todo desde el campo de la izquierda. Es aquí donde reina la mayor confusión, porque hoy ni la izquierda populista, sectaria y revanchista, ni la izquierda socialdemócrata sirven ya para encarar y resolver los graves problemas sociales, economicos ﷽﷽﷽econraves poroblemas ada populista, sectaria y revanchista en quivilegiados. ue la izquierda significa preocupaciómicos y políticos. Lo que vemos en Inglaterra, Francia e Italia, se agudiza en nuestro país, porque aquí se añade un fenómeno insólito, inimaginable en esos países: el abandono de la idea nacional por parte de esas izquierdas. La busca de la igualdad, esencial en la definición de la izquierda, ha sido sustituida por la identidad; la unidad y la soberanía nacional, base de todos los derechos democráticos, reemplazada por el derecho a la independencia de “los pueblos”.
Redefinir a la izquierda significa acabar con esta anomalía, pero también establecer un nuevo vínculo entre “empresarios” y “trabajadores” que rompa la dialéctica de la lucha de clases que estableció el marxismo y que justificó la invención de la socialdemocracia. La izquierda debe redefinirse y dar sentido a su oposición a la derecha, con la que se ha ido confundiendo. Es el abandono de la defensa de la igualdad y la unidad de los trabajadores, y la supeditación de su política a los intereses de una minoría poderosa, lo que ha hecho dudar a muchos ciudadanos de sus diferencias con la derecha.
     
Hoy es necesario establecer una nueva interpretación, una teoría que explique las contradicciones sociales desde una óptica que supere la simplificación marxista. Es necesario, por ejemplo, distinguir, dentro de la burguesía, entre una clase empresarial productiva, creadora y socialmente responsable, y otra improductiva, especulativa y parásita que sólo se preocupa por mantener sus privilegios y su posición dominante controlando todos los resortes y el poder del Estado. De mismo modo, hemos de distinguir entre los ciudadanos que se hacen responsables de su vida y aquellos que todo lo exigen al Estado; entre amparar a quienes carecen de medios, posibilidades y oportunidades para salir de la pobreza, la marginación o el paro, y subvencionar a quienes se aprovechan del Estado para mantener sus privilegioson a otros ciudadnos necesitados.provechan de las ayudas del Estado para establecer una situaciaquellos que todo lo exigen al Es; entre quienes cumplen con sus obligaciones fiscales (asalariados en general) y quienes las eluden mediante trampas e ingeniería fiscal (altos profesionales, empresarios, directivos y especuladores financieros).

Estos son ejemplos parciales que muestran la necesidad de sustituir la “lucha de clases” por una dialéctica de las “contradicciones sociales” en que la confrontación no se establece entre grupos definidos sólo a partir de su condición económica, sino teniendo en cuenta otros factores. La sociedad hoy es compleja, heterogénea, formada por grupos de intereses diversos, no necesariamente antagónicos o excluyentes. El marxismo parte de una consideración puramente economicista del ser humano y no concibe otra base para la constitución de grupos o clases que su posición económica antagónica.  Una línea divisoria distinta ha de tener en cuenta otros criterios objetivos y generales, entre los que se encuentran la justicia, la equidad, la igualdad y la seguridad, pero también la libertad, la iniciativa personal, la recompensa del esfuerzo, el estímulo del beneficio, la responsabilidad social. La función de la política y el Estado es canalizar todas las contradicciones sociales estableciendo una clara distinción entre demócratas y antidemócratas, entre quienes resuelven los conflictos a través del ejercicio constante de la democracia o quienes utilizan medios espurios como la corrupción, la amenaza, el chantaje, la presión política, el control del poder judicial, la ingeniería financiera, etc., para imponerse y dominar a la mayoría.

La izquierda tiene que atreverse a superar la división simplista entre “ricos” y “pobres”, “casta” y “pueblo”, “trama” y “gente”, que atribuye a los primeros el origen de todos los males y convierte a los segundos en merecedores indiscriminados de todos los derechos. La mayoría de los “pobres” no son responsables de su situación, pero tampoco los “ricos” son los causantes únicos o directos de su pobreza; ni unos ni otros tienen lo que tienen por obra exclusiva de sus méritos, capacidades y esfuerzo, sino en función de las condiciones sociales y las normas que en cada caso se establecen. Este es el terreno en el que la izquierda debe construir un nuevo paradigma, una nueva forma de encarar los antagonismos sociales para convertirlos en un factor estimulante de progreso, individual y social, que tenga en cuenta multiplicidad de necesidades y anhelos del ser humano, hoy groseramente limitadas por el consumo insostenible, la manipulación de las emociones y el control de las conciencias.   



     

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