Confieso que cada día me apasiona más el tema del judaísmo hispano. La historia que hemos aprendido en el bachillerato es una perversa inducción a la anorexia mental, o sea, que promueve la amnesia de lo que históricamente hemos sido.
Como viajero curioso, en mi veraniego paseo por tierras leridanas descubrí hace dos años el nombre de tres pueblos que llamaron mi atención: Torá, Osso de Sió y Guimera. Cada día aparecen restos de nuevas aljamas o juderías en nuestro país. Hasta en mi pueblo, Valderas, me acabo de enterar que existió un aljama con sinagoga. Por eso no me ha extrañado que estos tres nombres todavía no figuren en la lista de posibles juderías olvidadas.
El nombre de Torá parece claro que se refiere a la Torá judía, el texto sagrado sobre el que se asienta el judaísmo. El pueblo me llamó mucho la atención. Mantiene un casco antiguo lleno de arcos, calles estrechas y laberintos, a pesar de tener poco más de trescientos habitantes. Al contrario de todos los pueblos de la zona, no está enclavado en lo alto de un cerro, sino al fondo de un pequeño valle, rodado de altas montañas, como camuflado en el paisaje. Las callejuelas dan a una plaza donde mana una fuente, con un gran pilón que servía de lavadero, y unos castaños altísimos, robustos y frondosos alrededor. En dos puntos distintos se pueden leer estas inscripciones: “Plaza de la República, 1931-1939”, y “En recuerdo de la visita de Alfonso XIII en 1907 con motivo de la gran inundación”. Yo no sé cómo cayó por aquellos inhóspitos contornos Alfonso XIII, pero su visita, que debió impresionar a los vecinos, no dejó huella suficiente como para impedir el activo republicanismo de toda la zona. Por un castillo cercano, el de Vicfred, pasaron también y durmieron Felipe V, el borbónico Carlos de las guerras carlistas y hasta el fugaz Amadeo de Saboya, camino del exilio, aunque más bien se iba para su casa.
No visité el pueblo de Osso de Sió, pero Sió no puede referirse, creo yo, más que a Sión, la tierra prometida del sionismo. Y Guimera, otro pueblo sorprendente, igualmente laberíntico, lleno de casas con intricadas cuevas en su interior, ocultas en las profundidades de la ladera rocosa, pienso que se relaciona con la Guemerá, otro libro judío que, junto con la Mishná dará lugar al Talmud, otro de los fundamentos del judaísmo.
El judaísmo alcanzó su edad de oro en Sefarad, España, entre los siglos X y XIII. Todo lo que aquí dejó todavía no ha sido reconocido y permanece en gran parte ignorado y activamente silenciado. A mí me parece un olvido tan empobrecedor que no quiero pasarme ni un día más sin intentar repararlo. Ya sé, por ejemplo, que en mi tierra, León, vivió el gran Moisés de León, que escribió uno de los tratados de la Cábala más importantes, el Zóhar (el Resplandor), libro, por desgracia, prácticamente inaccesible. O curiosidades, como una relacionada con los nombres de Dios, a que hice referencia en una entrada anterior. Los judíos no podían (ni pueden) pronunciar el nombre de Dios, pero una vez al año, el Día de la Expiación, creo que el sumo sacerdote, cuando aún existía el templo de Salomón, podía entonar los 72 nombres secretos de Yahvé, pero para que el pueblo no lo oyera, se hacía un gran ruido alrededor del templo con cacerolas y escudos. Decían que de este modo ayudaban a Dios a crear otros mundos.
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