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jueves, 19 de febrero de 2009

METÁFORA TELEVISIVA

(Foto: K.Badillo)










Hay metáforas eficaces para explicar el funcionamiento de nuestra mente. Una de ellas es la del ordenador. Yo prefiero, sin embargo, la metáfora televisiva. Es muy productiva, porque genera una constelación de explicaciones o descripciones fáciles de comprender.

Lo que podemos ver ininterrumpidamente en nuestras pantallas cada día, las 24 horas del día, son ondas que circulan por todo el espacio planetario, en todas las direcciones, a gran velocidad. Cada emisión de ondas tiene su vibración y frecuencia, viaja por su carril y no choca con las otras. No tengo idea de cómo esto es posible ni cuál es la naturaleza última de estas ondas invisibles.

Cada aparato de televisión recoge esas ondas y las transforma en partículas y puntos que se reúnen en la pantalla y traducen en imágenes. Tampoco tengo idea de cómo se produce este milagro. La ciencia lo explica, sí, pero su explicación no es más que descriptiva, describe más o menos qué y cómo funciona, pero su naturaleza es esencialmente incomprensible.

Nuestro cuerpo es ese aparato que capta la energía del entorno y la trasforma en imágenes en nuestro cerebro. Tampoco sé exactamente cómo lo hace, ni cuál es la naturaleza última de la energía que captura.

El mando a distancia enciende el aparato y nos permite cambiar de canal. Cada canal tiene su propia programación y va emitiendo imágenes más o menos caóticas u ordenadas. Esa secuencia de imágenes es un sustituto del mundo, de la realidad a la que no tenemos acceso directo.

Si el cerebro es nuestra pantalla, el mando a distancia es nuestra atención. La atención es lo que nos sintoniza con la frecuencia de las ondas circulantes.

Estamos conectados al mundo a través de nuestra atención, pero podemos cambiar esa atención y focalizarla en lo que queramos. Hay infinitas ondas, millones de frecuencias y partículas al alcance de nuestra atención que circulan a nuestro alrededor y pasan ignoradas.

El universo es una red ilimitada de canales y campos de energía, con distintas vibraciones y frecuencias. Entrar en contacto con ellos, sintonizar, sincronizar la frecuencia de nuestras vibraciones interiores, de nuestros campos de energía, con la inabarcable ebullición y flujo de la energía del exterior, es nuestra mayor hazaña.

Pero hay más: no sólo somos receptores, sino generadores y acumuladores de energía. Emitimos ondas al exterior, pero sobre todo hacia nuestro cerebro. Somos un circuito cerrado de televisión. Cuanto más absortos estamos en nosotros mismos, mayor es la compulsión interna generadora de imágenes. Lo malo es que son siempre las mismas imágenes, recurrentes, repetitivas. Sólo quien es capaz de salir de sí mismo y conectar con la energía del universo, puede tener una vida rica en visiones y descubrimientos.

Prosigue tú, lector inquieto, la vibración de esta metáfora televisiva, que me llama la atención otra onda, otra frecuencia iluminativa.

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