(Foto: O.Fernández)
Tiene mala prensa el optimismo, y más en los tiempos que corren. Ya Voltaire hizo crítica sutil e inteligente del optimista en su Cándido. Pero yo, después de mucho darle vueltas, he llegado a la conclusión de que el optimismo me hace bien, mucho bien, así que he tomado la firme resolución de volverme un optimista insobornable, inflexible, a prueba de bombas. Tengo tantas razones que quizás necesite varias entradas para convencer a los escépticos. Veamos.
Todo a mi alrededor, desde que nací, ha estado impregnado de pesimismo humano, social y ontológico. Hasta la fe cristiana de mi madre estaba cargada de resignación. Me ha costado muchos años quitarme de encima semejante peso. Porque el pesimismo es un peso corporal. Su manifestación permanente es una falta de oxígeno, de expansión orgánica, de miedo y enfado celular. El pesimismo oprime y ogobia al cuerpo.
Sin embargo, el cuerpo ha nacido para desarrollarse, actuar, expandir su energía y crear. El empuje de la vida está presente en todo lo que hace. Es la mente la que, saturada de pensamientos negativos, oscuros, tristes, instala en nuestro cerebro el pesimismo como actitud básica. En cuanto algo intenta salir de su control, ahí está un pensamiento pesimista para frenarlo.
Pero el pesimismo no es natural. Lo natural es la vitalidad, la salud, la confianza orgánica. Sin la intervención bloqueadora y temerosa de la mente, el cuerpo vive, respira, se mueve, actúa con fuerza y eficacia. Porque el cuerpo no entiende para nada de lo que la mente cataloga como bueno o malo, optimista o pesimista: pasa de todas estas categorías y busca en todo momento la salud, la vitalidad, la acción y el disfrute.
Todo lucha hoy contra el optimismo: los pensamientos instalados en nuestro ADN social, la información diaria, la educación, el entorno. Y la realidad. Basta abrir los ojos para ser golpeados por el horror, la muerte, la barbarie, la violencia, la amenaza, el mercado, los bancos, la política, el trabajo, las preocupaciones familiares. Y sin embargo... nada de esto invalida mi defensa inflexible del optimismo.
Viene la razón con toda su argamasa de argumentos pétreos a contradecirme y tacharme de ingenuo, iluso, poco realista y hasta falto del más elemental sentido racional y crítico. Sólo los tontos o cándidos pueden ser optimistas en un mundo que va derecho hacia la catástrofe, que tolera el sufrimiento y la injusticia en cantidades asfixiantes. Pero...
Sí, todo eso es verdad, y mi optimismo no lo niega ni minimiza ni infravalora. Pero me digo: ¿Me sirve de algo ese pesimismo? ¿Me ayuda a ser mejor, a mejorar algo el mundo? ¿Me siento mejor, con mayor capacidad para actuar y crear y ayudar a los demás, al dejarme caer en el pozo negro del pesimismo? Porque el pesimismo es siempre negro, hunde, abate, por más argumentos realistas en los que se base.
Optimismo vital, sí. Un pensamiento orientado permanentemente hacia lo positivo. Una forma inteligente de no sucumbir al miedo, la amenaza o la depresión. Trataré de demostrarlo. Porque el universo, la naturaleza, tiene una ley que es tan constante y universal como la gravedad: sólo entiende el lenguaje de los hechos positivos, creativos. La naturaleza no entiende el no, no lo usa. Ni siquiera la muerte es la no vida; es, sencillamente, la muerte, un hecho biológico. Sólo la mente humana usa el no. (Seguiré)
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5 comentarios:
Estoy a gusto al leer lo que tu escribeas.
Sabes mucho de lo que otros no quieren reconocer.
Si lo creativo es para mi lo contrario a lo negativo
Si la depresión orienta a mi ser en contra...
Decido crear,pinto y dibujo .Soy materia en acción.
Saludo desde Argentina,Liliana.
La muerte ?que es si no es vida?
Nadie lo puede explicar.
Que lio padre!!!!!!!
Que bonita entrada te ha quedado Santi!
Además hoy me ha venido como anillo al dedo! La necesitaba!
Besotes
Paco
Sí, bonita entrada. Leyendo he pensado que te interesaría leer "Elogio del pesimismo" de Lucien Jerphagnon.
¡Suerte!
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