(Foto: A. Galisteo)
La filosofía y la ciencia teórica tienen el mismo propósito: preguntarse sobre el fundamento último de todo cuanto existe.
El intento de responder a preguntas simples que conviertan la inabarcable complejidad del mundo en algo comprensible.
Por ejemplo: ¿Por qué existe todo lo que existe? ¿Cómo y cuándo surgió? ¿Tiene algún sentido o finalidad el universo?
Partimos de un hecho, que Descartes formuló de forma problemática: pienso, luego existo. Puedo dudar de todo, pero no del hecho de que estoy pensando. Pero igualmente podríamos decir: siento, luego existo; percibo, luego existo; respiro, luego existo...
Respiro, percibo, siento, pienso: son hechos que remiten a mi propia existencia, constatan el hecho de que yo existo como un ser que respira, percibe, siente y piensa.
El punto de partida cartesiano es, por tanto, la afirmación de la existencia de un ser a partir de la constatación que ese mismo ser hace de su propia actividad. Hay aquí, evidentemente, un círculo vicioso, una petición de principio, porque el fundamento último de la verdad de este silogismo empírico remite al propio sujeto cuya existencia es tan problemática, en último término, como el resto de la realidad cuya existencia se pone en duda a partir del hecho de que los sentidos nos pueden engañar. Pero si nos engañan respecto al mundo exterior, igualmente pueden engañarnos cuando percibimos nuestra propia actividad.
El razonamiento cartesiano nos remite al verdadero punto de partida: la conciencia, que en el hombre puede convertirse en autoconciencia de su propia actividad consciente. Hay algo en mí que puede darse cuenta de lo que percibo, hago y siento. El darme cuenta de algo es lo único que me permite asegurar que ese algo existe. ¿Pero qué es eso de “darme cuenta”? ¿De dónde surge?
Las preguntas básicas vuelven con toda su incertidumbre. La física teórica trata de dar una respuesta dentro de su paradigma observable y cuantificable, mediante fórmulas matemáticas que permitan luego realizar constataciones empíricas. Pero las fronteras de este paradigma hace tiempo que han sido rebasadas. Si queremos explicarnos la existencia de infinitos universos, por ejemplo, o el origen primero de la energía que ha dado lugar a esos universos, no tenemos más remedio que ir más allá de la hipótesis de que todo cuanto existe tiene que tener un origen.
Necesariamente tenemos que suponer que el fundamento último de todo cuanto existe, sea lo que sea, existe por sí mismo, eternamente, y esto ya lo descubrieron los tomistas. Llamar a eso Dios y personalizarlo, es un antropomorfismo demasiado infantil. Los cabalistas prefirieron aceptar los límites de nuestra mente, las fronteras del conocimiento, y abandonarse a la emoción inquietante que produce lo incomprensible, lo inabarcable, la inconcebible, lo eterno e infinito.
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2 comentarios:
muy interesante; verdaderamente apasionante este tema.
todavía los ha habido más excépticos que Descartes, léase al gran David Hume.
al final, el dudar de todo, como decía Nieztsche, no hace sino anularte. creo que lo que sentimos y precibimos es la (nuestra) realidad y nuestra vida. dudar de ello es fantasear con subjetividades.
un abrazo
El tiempo es el movimiento mi pensamiento y mis creencias.
Quizás mas rápido que mis manos,elemento para
expresar mis pensamientos. No puedo para el tiempo.
Tampoco tener dudas.Toda esa energía,dicta a mis
manos.No se si Dios,una duda,interviene.
Solo es mi percepción. El origen.Mi interior......
Eterno e infinito,como los cabalistas.EIN SOF.
Muy buen espacio !!!Saludo desde Argentina Liliana
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