El independentismo, antes que una aspiración política, es una ideología. Como tal, es un conglomerado de ideas que acaban convirtiéndose en creencias y convicciones más o menos dogmáticas.
El independentismo constituye una estructura mental cerrada, con un núcleo duro resistente a la crítica, al que se adhiere con facilidad cualquier tipo de argumento, por lo que su poder de expansión está asegurado, sobre todo cuando no existe ningún discurso alternativo y crítico capaz de desenredar la maraña de ideas que se van reforzando a medida que se expanden.
El caso del independentismo catalán es modélico para estudiar y comprender cómo se genera y expande esta ideología en una sociedad democrática como la nuestra.
Algunos de los dogmas en los que el independentismo catalán se asienta y que machaconamente repite en su propaganda son los siguientes:
El independentismo constituye una estructura mental cerrada, con un núcleo duro resistente a la crítica, al que se adhiere con facilidad cualquier tipo de argumento, por lo que su poder de expansión está asegurado, sobre todo cuando no existe ningún discurso alternativo y crítico capaz de desenredar la maraña de ideas que se van reforzando a medida que se expanden.
El caso del independentismo catalán es modélico para estudiar y comprender cómo se genera y expande esta ideología en una sociedad democrática como la nuestra.
Algunos de los dogmas en los que el independentismo catalán se asienta y que machaconamente repite en su propaganda son los siguientes:
-La independencia es un derecho democrático. Cualquier pueblo tiene derecho a decidir su futuro político.
-Cataluña es una nación con lengua propia, cultura, historia y entidad política propia, luego tiene derecho a constituirse en Estado Independiente.
-El Estado Español, España, Madrid, los españoles…, nos niegan ese derecho porque son antidemócratas, fascistas e imperialistas.
-Cataluña no es España. Sólo se mantiene hoy dentro del Estado Español por la fuerza. Cataluña está sometida, dominada, subyugada por las fuerzas políticas y represivas del Estado Español.
-Cataluña no necesita para nada a España. Le irá mucho mejor si se separa de España. España expolia a Cataluña. España impide el progreso de Cataluña.
-Los catalanes ni son ni se sienten españoles. Cuando la mayoría de los catalanes (o sea, a partir del 50,01%) decidan en referéndum que se quieren separar de España, Cataluña se proclamará independiente y nada podrá impedir que lo sea.
Todas estas ideas forman un conjunto: si una sola de ellas no es verdad, todo el conjunto se viene abajo, por eso nadie puede poner en cuestión ni un ápice de estos dogmas. Pero cada una de estas afirmaciones, a poco que se las analice, se descubre que encubren mentiras y falsedades, verdaderas patrañas, no sólo por lo que dicen, sino sobre todo por lo que niegan, presuponen, inventan. Para descubrirlo bastará que el lector cambia la palabra Cataluña por España en los mismos argumentos: Las mismas razones democráticas que se esgrimen para Cataluña valen para defender la identidad e integridad del Estado Español. Si sirven para unos deben servir para los otros, luego algo falla, habrá que desmontar la falacia de los argumentos.
Si, por ejemplo, en Tarragona o Reus, hubiera una mayoría de ciudadanos que no quisiera pertenecer a ninguna Cataluña independiente, sino integrarse en el Estado Español, ¿tendrían derecho a hacerlo? ¿Y si el 50,01% de los ciudadanos quisiera otro día independizarse de Cataluña?
El sofisma consiste en definir previamente a Cataluña como unidad territorial, lingüística, cultural, social y políticamente unificada e independiente, para proclamar luego su independencia. Construir primero la realidad mentalmente, y luego proclamar que existe. Y al definir así a Cataluña, excluir todo lo que dentro de Cataluña pueda considerarse español, empezando por los ciudadanos no catalanistas (esos no son catalanes, sino españoles, ocupantes españolistas), el idioma español (no es la lengua de Cataluña, sino del Imperio), y luego todo lo que suene a español (desde los toros a la selección española de fútbol).
No, Cataluña es diversa, bilingüe, catalana, española, con una red poderosa de implicaciones y dependencias de todo tipo, donde no existen fronteras, ni lingüísticas, ni culturales, ni económicas, ni sociales. Donde sólo artificialmente, y mediante la imposición, la mentira, la amenaza o el chantaje, se puede empezar a construir esa Cataluña una, grande y libre, que proclama cada día la ideología independentista. Una Cataluña que se define, ante todo, como negación de España, por eso necesita inventarse agravios, ofensas, ataques, hiperbolizando hasta la caricatura cualquier discrepancia cultural o política, para no responsabilizarse ni siquiera de su deriva independentista: son los españolistas (o sea, el resto de España) quienes nos obligan a ser independentistas…
No, España es un Estado Democrático, la mayoría de los españoles somos demócratas (incluidos los catalanes) y cualquier cambio de esta situación tiene que contar con todos por igual. La discusión tiene que salirse del ámbito de la ideología independentista para situarse en otro lugar: el interés común, la distribución de la riqueza, el progreso económico y cultural, leyes más justas, instituciones más eficaces, control democrático del poder económico, lucha contra la corrupción, las desigualdades territoriales y sociales, la defensa de la naturaleza (que no tiene fronteras), el intercambio cultural y artístico… ¿Cómo se compagina todo esto, por ejemplo, con el hecho de que los grupos de teatro no catalanes tengan vedada cualquier actuación dentro de Cataluña desde hace años, mientras que por Madrid pasen todos los grupos, compañías y directores catalanes que quieran? Son síntomas inequívocos de hacia donde va el independentismo.
El independentismo es una ideología y, como tal, peligrosa, excluyente, de raíz antidemocrática. Pero lo mismo digo del nacionalismo.
Frente al nacionalismo y su deriva natural, el independentismo, yo me proclamo simplemente ciudadano de un estado democrático. No me interesan los nacionalismos, sino los derechos humanos, las leyes igualitarias, las relaciones sociales, los intercambios económicos, humanos y culturales, las normas comunes y el respeto a cualquier actitud que no sea excluyente, que no se base en negar al otro, su lengua, su cultura, sus sentimientos y sus señas de identidad. Nada de esto veo yo en las proclamas independentistas catalanas que están alzando la voz estos días hasta el punto de hacer desaparecer a todas las demás.
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