(Foto: Luis Antonio Gil)
Este bloc está abierto a todo tipo de reflexiones. Los temas a veces se me imponen. El del independentismo catalán no me gusta, pero está tan presente en la vida pública estos días que necesito aclarar mis propias ideas. No parto de prejuicio alguno, simplemente trato de comprender lo que está pasando.
Lo primero que me sorprende es la falta de rigor en los juicios, la extraña incapacidad para pensar sobre este tema, lo que lleva a dar por buenos, tópicos y mentiras cegadoras. Por ejemplo, después de la manifestación contra la sentencia del Estatuto del pasado día 10, se ha propagado la idea, ya indiscutible, de que el marco constitucional y democrático actual no sirve, se ha agotado, que hemos entrado definitivamente en otra etapa, la del independentismo. Todo, de pronto, ha cambiado, la “voluntad del pueblo catalán” ha decidido dar una salto hacia adelante, la multitudinaria manifestación muestra a las claras que hay un antes y un después, que definitivamente Cataluña no quiere seguir dentro de España. La discusión se centrará ahora en cómo y cuándo, pero ya se da por hecho que no hay marcha atrás.
Es sorprendente que una afirmación tan insostenible acabe siendo aceptada por la mayoría, sobre todo por los políticos y los periodistas. Primero, porque nunca una manifestación es fuente de derecho alguno, no lo puede ser en una democracia, por muy masiva que sea. La voluntad de los ciudadanos no se puede asentar ni manipular a partir de manifestación alguna. Sólo se expresa a través del voto, cuanto más libre e informado, mejor. Pero como de lo que se trata no es de tener en cuenta la voluntad de los ciudadanos, sino de hacer propaganda, en este caso del independentismo, hay que usar lo que sea para hacer pasar por democrático lo que no lo es en absoluto: el número de manifestantes que acude a una convocatoria como fuente de legitimidad.
Pero incluso este hecho, en cuanto se analiza mínimamente, nos muestra la esencia de la manipulación propagandística y la intención perversa que encierra: la descomunal mentira que se difunde sobre el número de manifestantes nos debería poner en aviso sobre su verdadero propósito.
La artimaña no es nueva. La usó Franco durante cuarenta años: en la plaza de Oriente le aclamaban siempre “más de un millón de personas”, lo significaba que el pueblo aprobaba su “política”. Los que están contra la ley del aborto reunieron nada menos que a “dos millones” en la plaza de Colón. Por arte de magia, con absoluto desprecio a la verdad de los números, se incrementa hasta el infinito el número de manifestantes para usarlos como argumento democrático indiscutible. De menos de 100.000 (la única fuente que usó un método objetivo para contarlos dio la cifra de 56.000) se pasa a “un millón y medio” (toda la población de Gaza se reunió en torno al Paseo de Gracia) y aquí nadie pide que esa burda mentira se castigue, no ya por “propaganda encubierta”, sino por manifiesto atentado contra la verdad con la intención de torcer la voluntad de la mayoría y alterar la opinión pública con métodos democráticamente inadmisibles. Que este modo de “hacer política” se lleve incluso al Parlamento (Artur Mas habló de ese “millón y medio de catalanes” que salieron a la calle como muestra inequívoca de la “voluntad del pueblo catalán”) es algo que debiera encender todas las alarmas, hacer saltar todas las lámparas y micrófonos del Congreso.
Cuando esto se permite y se puede hacer impunemente, y nadie lo advierte, algo grave está pasando, porque la propaganda independentista, está claro, no duda en usar lo que sea para avanzar, para penetrar en las mentes y sentimientos de modo avasallador, sin escrúpulo alguno. Lo que hay que desvelar, con claridad y sin complejos, es la naturaleza antidemocrática, tortuosa y llena de engaños, mediante la cual el pensamiento independentista avanza y desplaza a la verdad, la razón, la tolerancia, el entendimiento, la voluntad integradora y constructiva.
Otra prueba de lo que digo: ¡cómo se ocultó que en esa manifestación el Presidente Montilla fue abucheado, amenazado, insultado y casi agredido por un numeroso grupo de personas, sin que nadie del público lo defendiera! Fue llamado “botifler” y “fil de puta” y “traidor”, pero eso, al parecer, no tiene importancia alguna. Sabemos que no hay peor ciego que el que no quiere ver, ni mayor tonto que el que se cree muy listo.
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