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lunes, 2 de agosto de 2010

EL INDEPENDENTISMO CATALÁN (y III)

(Foto: S. Trancón)

Suelen los catalanistas apelar a los sentimientos para justificar su independentismo: España no nos entiende, nos rechaza, nos ofende, nos humilla, no nos respeta… Ahora Montilla habla de “desafección”, de la necesidad de “rehacer afectos”. (Curioso, esta palabra la usaban los franquistas para dividir a los españoles: “afecto” o “desafecto” al Régimen…, estampaban siempre en los informes).

Hacerse la víctima no es lo mismo que serlo, pero resulta una técnica muy eficaz para descalificar al otro (si yo soy víctima es que tú eres verdugo) y de paso poder ofender sin reparo alguno, pues en este caso sólo se tratará de una reacción de autodefensa justificada. Pero digámoslo claro: El independentismo no es consecuencia de ninguna injusticia u ofensa, sino la ofensa consecuencia del independentismo.
Una prueba evidente de este juego engañoso y malintencionado es que el ofendido ignora por completo sus propias ofensas, casi siempre directas y mucho más insultantes. Por ejemplo, es fácil ver pintadas en Cataluña con eso de “Puta Espanya!” o que se quemen banderas españolas ante cualquier pretexto, con el aplauso de los asistentes. Todavía me falta ver por el resto de España un “¡Puta Cataluña!” o que se quemen banderas catalanas con el aplauso de la gente. ¿No es ofensivo que constantemente se llame al resto de españoles “franquistas”, “imperialistas”, “ocupantes”, etc.? ¿Qué se desprecie la Constitución democrática? ¿No se vierten cada día insultos en la prensa, la radio y la televisión, convirtiendo a España y lo español en un espantajo despreciable?

Así que sí, hay que hablar de sentimientos, pero en serio. Sobre el tema, Carlos Carnicero ha escrito:

El lamento catalán nos hace a todos estar pendientes del estado de ánimo que trasladaran José Montilla y los demás líderes, confesos o no, del nacionalismo catalán. Pero parece que no importa el estado de ánimo de muchos españoles demócratas, progresistas y defensores de la Constitución y los estatutos de autonomía a los que nadie les hace caso porque se ha establecido que su falta de comprensión y su agotamiento con los lamentos nacionalistas son sentimientos no democráticos. Y detrás de esa falsedad se fabrica continuamente la conversión del lamento catalán en reclamo y este en concesión. Y así se nos va la vida y se nos va la oportunidad de que una España democrática juegue un papel en este mundo democratizado y cambiante.
Hay una asimetría muy elocuente en los comentarios que se publican en la prensa y en internet. El tono de los independentistas alcanza cotas cada día más insultantes. Elijo algunos, entre miles:

El PSOE i el PP són les dues cares de la mateixa moneda: l'España Una y Eterna, la bandera "rojigualda", la monarquia borbònica espanyola, la Roja, els toros, la corrupció i el "despilfarro" amb diners robats a catalans, balears i valencians. (Es curioso, la corrupción del Palau y del Ayuntamiento de Santa Coloma, la del valenciano Camps y la del balear Jaume Matas, ¿es catalana o española?)

Espanya sempre segueix tant cerril com sempre, tan anticatalana, tan mesquina com sempre. I aquest Borbo imbecil (valgui la redundancia) es tan imbecil com el seu pare. Que els donguin pel cul a tots ells. (Se refiere al príncipe Felipe por hablar en el Instituto Cervantes sobre la importancia del idioma español en el mundo).

Por supuesto, ya se empieza a propagar que “es molt diferent ser català que resident espanyoliste a Catalunya” y que hay que distinguir “els vots dels ocupants emigrants i no integrats de la potencia invasora castellana”.

Pero este discurso, aunque nos sorprenda, es consustancial al independentismo, y no es nuevo. El catalanismo nació a finales del XIX, como todos los nacionalismos de la época, sobre supuestos racistas y xenófobos. Enric Prat de la Riba, el arquitecto del catalanismo político, intentó pulir las aristas racistas del independentismo y dijo que los catalanes no son una «raça antropológica», sino una «raça histórica»… La «castellanización» de Cataluña sólo es «una costra sobrepuesta, una costra que se cuartea y salta, dejando salir intacta, inmaculada, la piedra indestructible de la raza”.

Un tal Enric Figueras, ya no se corta un pelo, y escribe en “Dictadura encoberta”:
Tothom qui ha vingut a Catalunya el té que saber parlar i és absolutament indispensable que així sigui si volen signar un contracte de treball a la nació catalana. Ja en el mateix contracte hi té que haver-hi una clàusula conforme la treballadora i el treballador es compromet a aprendre i parlar el nostre idioma. És molt important, més del que tots ens pensem, que no deixem de parlar mai la nostra llengua davant de res i per a ningú. Així es fa en tot país que vol ser respectat com a una gran nació. Quien no sepa catalán no puede firmar ningún “contrato de trabajo en la nación catalana”. El trabajador debe comprometerse a aprender y hablar “el nostre idioma”. Y que nadie deje de hablar jamás en catalán, hable con quien hable. ¿Incluso con un turista inglés?

Los sentimientos de pertenencia e identificación, son naturales. Pero convertirlos en algo más, transformarlos en ideologías nacionalistas, ahí está el peligro. Existe una patología de grupo, social. Y las patologías, como la peste, se difunden si no se toman medidas para atajarlas.

Lo malo no es la inmersión lingüística, sino la ideológica. Si fuera sólo un método de eficacia pedagógica, la inmersión, como sucede en los países nórdicos, acabaria en la enseñanza primaria, y luego se fomentaría una enseñanza bilingüe. Pero lo que de verdad importa es la inmersión ideológica y psicológica, de la que un elemento esencial es fomentar la animadversión hacia el español. Bastaría hacer un estudio serio para demostrarlo: en qué medida el incremento del independentismo va ligado a esa inmersión lingüístico-ideológica. ¿Dónde están los sociólogos?

El esquema es simple: primero van las ideas, después se adhieren a ellas sentimientos, la acumulación de sentimientos negativos (resentimiento, rechazo, desprecio, etc.) lleva inevitablemente a los actos. Los actos, a su vez, refuerzan todo el esquema y poco a poco se llega así al fanatismo del grupo, convertido en masa. El paso hacia la violencia es inevitable.

Yo creo que cada día los conceptos de cultura nacional, pueblo, patria, nación…, resultan, como el raza, más indefinibles e inapropiados para describir aquello a lo que aluden. Si analizamos los “genes” de la cultura, el pueblo, la patria, la nación… ¿qué diferencias encontraríamos?

He hablado del independentismo como ideología, del que se nutre el independentismo político. Pero no son, afortunadamente, lo mismo. La política obliga a un realismo del que las ideologías carecen. Es aquí donde yo soy menos pesimista. Hoy el espacio del independentismo catalán está tan disputado que aparece políticamente hecho jirones: además de los “convergentes” y “republicanos”, ha aparecido un tercero en disputa, los “reagrupados”, que pretenden ser más radicales. Los que peor lo tienen son los socialistas, intentando diferenciar catalanismo e independentismo.

La política obliga al independentismo a bajar suelo, a lidiar con los problemas concretos: ¿que supondría en la práctica la independencia? Si las cuentas no salen, o el precio es demasiado alto, que es lo más probable, la cosa cambia. Pero eso no impedirá que sigan todos con el mismo discurso y la misma presión psicológica. ¿Hasta cuándo?

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