La cultura española tiene un pasado sefardí. La influencia judía en nuestro país (mucho mayor que la árabe, en contra de lo que se supone) se remonta a los primeros siglos de nuestra era. Aún hoy podemos descubrir esa huella en cualquier rincón de nuestros pueblos y ciudades. Y también en la lengua. La pervivencia del sefardí es un fenómeno sorprendente.
Acaba de publicarse un libro de la sefardí Margalit Matitiahu, de cuya edición soy responsable. Se presentará el próximo día 17 de Marzo. He aquí la invitación a ese acto.
HEBRAICA EDICIONES
Tiene el placer de invitarle
EL JUEVES 17 DE MARZO
A LAS 20:00 HORAS
En el CENTRO CULTURAL DAVAR
a la presentación literaria de:
LA DUDA,
de MARGALIT MATITIAHU
Contaremos con unos ponentes de excepción:
María Fernanda Santiago Bolaños .-Directora del Departamento de Educación y Cultura del Gabinete de la Presidencia del Gobierno (Moncloa), poeta, profesora y especialista en Estética. Doctora en Filosofía por la Universidad Complutense de Madrid.
Santiago Trancón .- Escritor de ensayo, novela, poeta, editor literario.
Jacobo Israel Garzón .-Presidente de la FCJE, escritor, investigador.
Tras el acto, se abrirá la firma de ejemplares, seguida de un aperitivo
CONFIRMEN ASISTENCIA. AFORO LIMITADO
DAVAR, Centro Cultural- C/ Rodríguez Marín, 61- 28016- Madrid. Metro Concha Espina, línea 9.Autobuses: 29, 40,7, 16, 51.Tel: (34) 913509710
Extraigo del estudio de presentación que realizo, el texto siguiente, para quienes estén interesados.
ESCRIBIR CON DOS LENGUAS, VIVIR EN DOS CULTURAS
Ha dicho Margalit Matitiahu que escribe con dos lenguas (el hebreo y el judeoespañol) porque “vivo en dos culturas, o dos culturas viven en mí”. Aclara que su lengua materna es el ladino, sefardí o judeoespañol, que de las tres formas podemos llamar a esta lengua que no es más que una variedad histórica del castellano o español, y cuyo origen se remonta a 1492, aquel año aciago en que los hispanohebreos –judíos españoles o españoles judíos– fueron expulsados de España o Sefarad. Extendidos por todo el Mediterráneo y Europa, aquellos desterrados siguieron hablando la lengua entonces común, y así pervivió aquel español del Renacimiento hasta hoy, conservado como lengua de comunicación oral y escrita entre todos los sefardíes durante más de cinco siglos. Sometida a influencias locales, no perdió, sin embargo, su unidad ni dio lugar a otra lengua, como debiera haber ocurrido de no ser por la voluntad conservadora de sus hablantes. Es, sin duda, un milagro lingüístico, una excepción histórica, cuya explicación habría que buscar no sólo en una razón práctica (mantener las relaciones familiares y comerciales entre todos los sefardíes, algo fundamental para asegurar su supervivencia), sino de otro tipo, llamémosle espiritual, cultural o emocional: la necesidad de conservar viva la memoria de un pasado glorioso, el periodo más largo y fructífero de una comunidad judía fuera de Israel, la más numerosa de cuantas se extendieron por el mundo desde la primera diáspora, hace más de dos mil años. Tantos siglos de arraigo en España, en Sefarad, dejaron una huella imborrable, una añoranza que llegó a identificarse con la otra añoranza fundacional del pueblo judío, la vuelta a la tierra prometida, Israel, Jerusalén.
Cuando conocí a Margalit Matitiahu me llamó la atención su profundo sentimiento de pertenecer a ese pasado, un pasado que permanecía vivo y presente, no sólo en su memoria, sino en su modo de ser, de hablar y de escribir. Su ladino melodioso e íntimo me hizo descubrir de pronto, como quien desentierra un tesoro, una realidad oculta por ignorada, pero con la que muchos españoles manteníamos vínculos secretos que ahora revivían en la voz de quien había sentido la necesidad de regresar a Sefarad. Volvió Margalit a su tierra de origen, León, donde existió en la Edad Media una aljama amurallada (en el Castrum Iudeorum, hoy Puente Castro), y luego una judería, en el centro mismo de la ciudad, donde se extiende el llamado Barrio Húmedo. En el seno de aquella comunidad nació Moisés de León, cuyo libro, el Zóhar, es el más grande monumento cabalístico, fuente de inagotable sabiduría. Es preciso tener en cuenta esta realidad histórica para entender la labor literaria de Margalit Matitiahu, empeñada desde sus inicios en escribir y recuperar el sefardí como lengua moderna y de creación, no sólo como un resto arqueológico. Para la cultura judía el pasado, o se hace presente, se re-vive, o carece de sentido. No de otro modo podemos explicar la pervivencia del hebreo, una lengua con más de 4000 años de existencia, que ha vuelto a convertirse hoy en lengua viva porque nunca dejó de serlo, pese a haber casi desaparecido como lengua hablada. Encuentro yo aquí, en esta excepcionalidad lingüística, un paralelismo entre el sefardí y el hebreo, sólo explicable porque en ambos casos la lengua ha servido para mantener vivo algo intangible pero muy determinante: los valores intelectuales, emocionales y artísticos de una cultura a la que no se quiere renunciar porque constituye parte esencial de un modo de ser, de vivir y de sentir.
ENTRE EL RECUERDO Y EL SUEÑO O LOS SECRETOS DE LA MIRADA
Con el presente libro Margalit Matitiahu inicia su tarea como escritora de ficción narrativa en prosa. El cambio de género es una prueba para cualquier escritor. Margalit supera el reto con éxito. Su escritura, fluida, precisa, llena de sugerencias poéticas, es plenamente consciente de que trabaja con unos ritmos, una estructura y un lenguaje distintos a los del poema, pero ha sabido conservar el sentido musical de la palabra y la frase, sometiendo el desarrollo narrativo a una cadencia interna que obliga al lector a una lectura pausada, cargada de emociones contenidas, que poco a poco va envolviéndolo en una atmósfera de nostalgia, sueño, anhelo, dramatismo e incertidumbre. Los siete cuentos de que consta este libro han sido escritos y publicados previamente en hebreo. Mi tarea, como responsable de esta edición en español, ha consistido en revisar la traducción del hebreo y descubrir, a través de su literalidad, los ritmos internos, las sugerencias semánticas y los tiempos verbales más apropiados, trasladando a nuestra lengua la unidad de estilo que el texto tiene en el hebreo original. He intentado mantener una característica de la lengua hebrea, en la que no se disocia el pasado, el presente y el futuro, ya que, gramatical y semánticamente, el futuro y el pasado están en el presente. Por último he añadido breves notas al pie de página para ayudar a la comprensión de algunas referencias históricas que aparecen en el texto.
(…) El interior asoma en cada mirada, cada descripción, cada recuerdo. Una mirada que, más que recordar, busca recuperar las emociones y sentimientos del pasado, pero también comprender. Una mirada que persigue lo que anhela, más que lo que es. El alma, el deseo, la nostalgia, brotan a cada paso, a cada gesto, en cada detalle del entorno: un sonido, un olor, una palabra, una calle, un café... Todo queda así transformado por esa mirada en símbolo: un lugar de paso (el aeropuerto) se convierte en lugar de observación y búsqueda; un cuchillo, en el drama de la separación y el desamor; una escalera, en espacio del deseo y el encuentro de los amantes; una bolsa de compras, en intento desesperado por preservar la propia identidad y guardar los secretos; un hotel, en el refugio de lo prohibido, etc.
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