En el 2009 inicié la elaboración de un libro basado en las Memorias de un judío sefardí llamado Dan Kofler, conocido en el mundo de la música como Dino del Monte. Lo acabé un año después. Es un volumen de 750 páginas en el que recreo la azarosa y apasionante vida del protagonista. Al mismo tiempo, cuento el proceso de acercamiento al mundo judío del narrador, que le lleva a conocer su origen judeoconverso. Paralelamente se da a conocer la enorme presencia de la cultura hebrea en nuestro país a lo largo de la historia y se reflexiona sobre el judaísmo, la cábala y el sentido espiritual de la vida.
El libro se va a publicar en la editorial INFOVA, y no tardará en estar en las librerías. Como en él abundan reflexiones que pueden interesar a los lectores de este cuaderno virtual, iré entresacando pasajes del mismo y ofreciéndolos para quien quiera hacerse una idea de su contenido. Espero que el carácter fragmentario de los textos no impida el disfrute de su lectura.
Se ha hecho de noche. Antes de irme, de subir a mi coche para regresar a Madrid, le pido que me hable de ese inquietante cuadro que preside el salón. Me pide que me levante y lo acompañe. Me coloca delante del cuadro y dice que lo observe bien. La luz del techo lo ilumina. Veo a una mujer rubia, con una melena ondulada cayendo sobre sus hombros hasta sus pechos. Está totalmente desnuda, con los senos bien simétricos, medianos, los pezones oscuros, erectos, pero la figura no inspira un erotismo ni una sensualidad directa, sino algo oscura. Está sentada sobre un sillón de terciopelo rojo, en actitud hierática, como una reina en su trono. Por arriba, en un cielo extraño, enmarcándola, aparece un dosel, como un zimbal, cuyos pies son columnas barrocas, salomónicas. Este mueble flota en el aire, por encima de la mujer. Su cuerpo desnudo es bello, con curvas armoniosas, pero su rostro se muestra rígido, la mirada al frente, pero algo borrosa.
Dino me pide que sin dejar de mirar a la figura femenina me vaya alejando hacia la izquierda. Ocurre entonces algo que me deja sin palabras. Todo el cuerpo de la mujer, menos su cabeza, va girando conmigo. Sus piernas, muslos y brazos (que reposan sobre el sillón) van moviéndose, desplazándose hacia mi lado. Ese movimiento tiene algo de erótico profundamente inquietante. Dino hace que vuelva al centro y ahora que gire hacia el otro lado, hacia la derecha. Ocurre el mismo fenómeno.
Le pido explicaciones y él me dice que este efecto óptico juega con el misterio de la percepción, el ojo que mira y el cerebro que ve. Técnicamente es complicado, porque se trata de jugar con la perspectiva de un modo muy preciso y sutil, una ligera asimetría de las piernas, los brazos y los pies del sillón.
Todavía guarda más misterios este extraño cuadro. Dino va apagando poco a poco las luces del salón, y a medida que hay más oscuridad en la sala, el fondo del cuadro parece más iluminado. Ya sin luz directa, es como si desprendiera un resplandor de nieve, intenso, que sale del fondo, una luz que, no sé por qué, me digo que viene del infinito. El infinito no tiene centro, cualquier punto es su centro, no tiene límites por ningún lado. Así esta luz se sale del cuadro y no sabemos dónde acaba ni dónde comienza.
-Este cuadro se titula La mujer y su destino. Esa mujer es Hanna, y ya te contaré otro día por qué tiene los pies manchados de tierra y una lágrima de sangre que cae sobre su pie derecho.
(P.D. Se trata de uno de los cuadros pintados por Dan Kofler)
No hay comentarios:
Publicar un comentario