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domingo, 30 de marzo de 2014

EL MISTERIO DE LA AUTOCONCIENCIA


La conciencia es un darse cuenta.
El nivel más bajo de la conciencia es puramente reactivo.
Un organismo percibe algo que afecta a su supervivencia y reacciona.
Aquí no hay distinción entre la percepción del estímulo, el darse cuenta y la reacción.

El desarrollo de la conciencia humana ha ido separando la percepción, del darse cuenta, y el darse cuenta, de la reacción.
Los estímulos sensoriales se van "armando" (articulando, integrando) hasta construir un todo, una "imagen" perceptiva. La percepción es una construcción cerebral: destaca unos estímulos y desecha otros.

El siguiente nivel de conciencia consiste en romper el automatismo de la percepción (una vez construida, la interpretación perceptiva se convierte en automática a través de la repetición).
Somos capaces de establecer una distancia y un tiempo entre la percepción y la reacción.
La conciencia nos permite pararnos y darnos cuenta, no sólo de lo que percibimos, sino del hecho de que estamos percibiendo.

El nivel más elevado de nuestra conciencia aparece cuando nos damos cuenta de que somos nosotros los que percibimos: alguien o algo percibe.
Se produce la distinción entre lo percibido y el que percibe.

A partir de este momento, nosotros mismos nos convertimos en el objeto de nuestra propia percepción: surge la autoconciencia. Pero este hecho nos produce una profunda extrañeza, porque implica un desdoblamiento: hemos de salir de nosotros mismos para poder vernos a nosotros mismos.

La autoconciencia es un estar dentro y fuera de sí mismo a la vez.
Al elevar nuestra conciencia nos escindimos, nos damos cuenta de que estamos a la vez en el mundo y fuera de él.
Para tomar conciencia hemos de separarnos del mundo, pero de lo que nos damos cuenta entonces es de que no somos más que una parte de él.

Si estuviéramos totalmente fundidos con el universo, no podríamos tener conciencia de él ni de nosotros mismos.
Necesitamos ser finitos y estar separados para poder tomar conciencia del mundo. La conciencia nace de la finitud y la separación.
La conclusión, tremenda, es que el Infinito, para tomar conciencia de sí mismo, necesita de nosotros, o sea, de nuestra finitud.

Toda autoconciencia nos produce extrañeza porque nos conecta con la Conciencia del Infinito.
La conciencia es un asunto que va mucho más allá del yo. No hay modo de explicar esto. Es un misterio.
(Fotos: S. Trancón)



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