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jueves, 15 de junio de 2017

EMPRESARIOS TRABAJADORES

(A. Galisteo)

El paradigma marxista de la lucha de clases sustituyó al enfrentamiento entre pobres y ricos, un fenómeno tan antiguo como la aparición del sedentarismo y la agricultura. Hoy vuelve esa vieja distinción entre ricos y pobres, aunque adquiere nuevos nombres: casta/gente, élites/pueblo, los de arriba/los de abajo. Por su evidencia y utilidad, resulta muy difícil ignorarla, adopte el nombre que adopte. Cosa muy distinta es definir la línea de separación, establecer un criterio objetivo que no nos lleve a groseras simplificaciones.

La izquierda, que organiza todo su discurso a partir de esa distinción, se encuentra en la práctica con muchas dificultades para ser coherente y transmitir un mensaje claro. A mi modo de ver, esta es una de las causas del desmoronamiento y desprestigio de la socialdemocracia y el progresismo (no van a salvarse por más que se les insufle el, también agotado, término “liberal” -socioliberal, progresismo liberal...-). Lo que la izquierda necesita es un nuevo paradigma, un marco o esquema mental distinto que asuma e integre la tradicional división entre pobres y ricos, sin negarla, pero transformándola en una idea más objetiva y positiva.

Para ello, lo primero que debemos superar es la equívoca distinción entre trabajadores y empresarios. Cuando el trabajo era fundamentalmente físico y manual, el trabajador se distinguía claramente del empresario porque empleaba su fuerza física como base de su trabajo. Esto desapareció en la medida en que la producción fue relegando la fuerza física a un papel secundario frente a otros tipos de fuerza o capacidad de trabajo (habilidades, conocimientos, preparación, experiencia, creatividad, gestión, etc.). Desde entonces han ido surgiendo otros términos que tratan de definir mejor el tipo de trabajo que se realiza: empleado, asalariado, profesional, funcionario, técnico, administrativo, gestor, directivo…

A medida en que la sociedad industrial evoluciona, la clase obrera deja de ser homogénea y debe acoger en su seno a trabajadores cuya situación económica y social se parece muy poco a la del obrero industrial tradicional. De hecho, el concepto de clase obrera tuvo que enfrentarse desde sus inicios al problema del campesinado, entonces muy numeroso, un sector de la población que no encajaba, o encajaba muy mal, en la definición marxista de obrero o trabajador. Se inventó entonces eso de la pequeña burguesía, un apaño bastante burdo. Sin embargo, desde hace más de dos siglos seguimos atrapados y condicionados por esta terminología, cada día más inservible para definir y describir lo fundamental: cuáles son las contradicciones, conflictos y problemas básicos o estructurales que determinan el orden social, el funcionamiento de la economía y la cohesión social.

La primera conclusión es que no existe hoy un único elemento que condicione todo lo demás, tal y como definió Marx a la “infraestructura económica”. La economía sigue siendo el elemento que más determina el funcionamiento de una sociedad, pero separar hoy la actividad económica de todo lo demás es imposible. La economía no es una actividad autónoma o aislada, depende a su vez de un entramado de factores, actividades y relaciones sin las cuales no podría existir.

La descripción o determinación del nivel económico sirve para distinguir o clasificar a los individuos en grupos sociales, pero dado que se trata de un continuo sin cortes bruscos, determina los extremos, pero no marca fronteras claras dentro de ese conglomerado en el que hoy se ha convertido la antigua clase obrera. Asentar un programa político exclusivamente en el nivel de renta económica conduce inevitablemente al fracaso. Es imprescindible tener en cuenta un conjunto de factores interrelacionados que determinan el malestar o el bienestar de una sociedad en su conjunto, de un grupo concreto o, como hoy es más adecuado, de una mayoría social (esa que nos permite hablar del bien común).


Es desde esta perspectiva desde la que resulta importante que la izquierda integre en su discurso el trabajo de los empresarios, considerando que realizan una labor imprescindible para el mantenimiento de una sociedad. Puede que los empresarios no acepten ser considerados trabajadores, pero creo que harían bien en cambiar de opinión. Eso les exigiría, claro, establecer dentro de ese, también conglomerado, al que llamamos empresariado, una clara distinción entre quienes trabajan y viven de su trabajo empresarial, y aquellos otros, también considerados empresarios, que sólo viven de sus privilegios. Poner énfasis en la condición de empresario trabajador, superando prejuicios aristocratizantes, legitimaría el derecho al beneficio, eso que la izquierda sigue sin atreverse a defender, como si fuera algo en sí mismo rechazable o injusto.
    

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