Ilusión tiene un sentido negativo (algo que
parece real pero no lo es) y otro positivo (algo que provoca
entusiasmo y esperanza). Sólo en español adquiere este sentido
positivo, y quizás por eso podemos pasar tan fácilmente de
ilusionado a iluso, de visión a alucinación, de ideal a utopía,
del ensueño a delirio. Cervantes construyó con esta dualidad a don
Quijote y logró describir esa inquietante propensión a ir de un
extremo a otro sin solución de continuidad, que es quizás el rasgo
histórico que define mejor al español.
De todas las ilusiones, la que más me interesa es
la ilusión mental. Me refiero a esas ideas y creencias que tomamos
por reales aunque nunca nos hayamos parado a comprobar si son o no
meras ilusiones. La que más arraigo tiene, quizás porque no podamos
vivir si ella, es la ilusión de libertad. El sentido de identidad
individual se fundamenta en la ilusion mental de que somos lose
fundamentas en la ilusia comprobar si no son meras ilusiones.itar
que, como ocurris en disputa son ón mental de que somos dueños de
nuestras ideas y pensamientos y que, por lo mismo, las decisiones que
tomamos cada instante nacen de nuestra voluntad.
Si algo me ha enseñado la vida es que ni nací
libre, ni soy ni seré nunca libre y que, sin embargo, necesito ser
libre, creer en mi libertad, luchar por ella y ejercerla tanto como
necesito respirar. Precisamente porque la libertad es una ilusión,
por un lado no me hago ilusiones sobre ella (que es tanto como no
hacerlas sobre mí mismo y mis poderes), pero, como también es un
anhelo necesario, no dejaré de construir dentro de mi mente un
espacio libre de prejuicios, de ideas impuestas, de hábitos y
automatismos: esta es mi verdadera libertad, la libertad de pensar y
juzgar por mí mismo en función de lo que veo, lo que siento, lo que
sé y lo que razono.
Sólo cuando uno se toma a sí mismo como lo que
es, un ser único e intransferible; sólo cuando uno se
responsabiliza de su individualidad, puede compartir con otros sus
ideas, contrastarlas, discutirlas, despojarlas de toda imposición y
dogmatismo, que es lo contrario de la libertad. Responsabilizarse de
las propias ideas exige un estado de permanente vigilancia para no
dejarse arrastrar por la tendencia al gregarismo, la adaptación al
grupo, la acomodación al entorno, el miedo a la exclusión y el
aislamiento.
Observo a muchos que me rodean y pienso que serían
capaces de morir por unas ideas que no son suyas porque jamás se han
parado a despojarlas de la ilusión de verdad que encierran; capaces
de entregarse con una pasión desbordada a defender ideas que otros
han metido en su cabeza y en las que creen con fe ciega; seres que se
creen muy libres mientras reaccionan como autómatas en cuanto
alguien pone en duda sus creencias.
Aspiro a ser cada día más libre, o sea, a tener
ideas propias, construidas sobre la objetividad y la razón; ideas
libres, que sólo ellas pueden ser liberadoras; ideas
descontaminadas, que no me obliguen a aceptar lo que otros dicen por
miedo al rechazo, al chantaje de la inseguridad. Aspiro a tener cada
día más ideas y menos ideología, porque las ideas pueden ser
propias, pero la ideología es siempre colectiva. Compartir ideas sin
necesidad de defender una ideología, porque el paso de ideología a
creencia, y de creencia a dogma, es casi inevitable. La clave está
en no confundir las ideas con la persona, romper esa tendencia
perversa a identificarnos con nuestras ideas, haciéndolas carne de
nuestra carne. Yo soy mucho más que mis ideas, y más cuando se
convierten en creencias y dogmas a las que entrego mi seguridad.
Porque cuanto más inseguro, más dogmático.
Al no darle valor objetivo a las ideas, al
confundirlas pegajosamente con nuestras emociones y nuestra
identidad, acabamos convirtiendo cualquier idea en opinión, o sea,
en una idea de mi propiedad. Contradecirla, por lo mismo, es atacar a
la persona, despojarla de algo que le pertenece. Pero no, las ideas,
una vez expresadas, ya no son de uno, son de cualquiera que las
analice, discuta, acepte o rechace.
Apliquen estas reflexiones a la política
dominante, donde toda idea (incluso buena) acaba convirtiéndose en
opinión, ideología, dogma, religión y secta. Vean a los
ultraseguidores de Podemos, de Pedro Sánchez, de los nacionalistas,
euskaldunes y galleguistas; a los antisemitas propalestinos (siempre
disfrazados de antisionistas), a los antitaurinos hispanófobos, los
animalistas agresivos, a la policía política del movimiento LGTBIQ,
a los chavistas, los monederistas, los ultraliberales, los
antiabortistas o, de modo extremo, a los islamistas y sus defensores.
Todos, por supuesto, se creen muy libres, incluso defensores de la
libertad. Ilusos, pero peligrosos.
No hay comentarios:
Publicar un comentario