Esto de mantener vivo un bloc tiene sus servidumbres. Me encuentro ahora en Agüimes, un pueblecito de Gran Canaria donde se celebra un Festival Internacional de Teatro denominado Festival del Sur, que reúne grupos de los Tres Continentes: América, África y Europa. No se trata de contar lo que uno hace, salvo que eso tenga verdadero interés para cualquiera. Así que selecciono algunas impresiones, pero no para exaltar nimiedades, que es uno de los mayores peligros de quien escribe diarios, memorias y cosas por el estilo.
La luz. En cada lugar es distinta. Aquí sorprende, porque no se ve como algo que proviene del sol, rayos que caen sobre los objetos y el paisaje, sino que está, que nace de la propia materia, materia que se vuelve resplandeciente desde su interior. Es como si se fundiera una luz interior (volcánica) e irradiara hacia afuera, formando parte de la esencia de todo lo que se ve. No es una luz superpuesta, sino “magmática”, una luz petrificada. Por eso los atardeceres no son rojos ni violentos, sino blancos, esplendorosos. El sol desaparece sin apenas notarlo y el azul intenso se transforma en nitidez profunda, nieve vaporosa y compacta atravesada por una mirada transparente.
El paisaje. El rojo calcinado, tierra descarnada, el óxido como un manto de polvo cósmico. Abruptos barrancos, riscos, precipicios, rocas la lava sangrienta, lomas cubiertas de cardos, de cactus, de arbustos y matorrales de formas inimaginables, con flores que te pueden hipnotizar.
La soledad, la inmensidad ardiente y un viento constante que elimina todo lo innecesario, que despoja a todo de lo que no sea su esencia.
Me voy a dar un paseo por el Callejón de la Luz.
La luz. En cada lugar es distinta. Aquí sorprende, porque no se ve como algo que proviene del sol, rayos que caen sobre los objetos y el paisaje, sino que está, que nace de la propia materia, materia que se vuelve resplandeciente desde su interior. Es como si se fundiera una luz interior (volcánica) e irradiara hacia afuera, formando parte de la esencia de todo lo que se ve. No es una luz superpuesta, sino “magmática”, una luz petrificada. Por eso los atardeceres no son rojos ni violentos, sino blancos, esplendorosos. El sol desaparece sin apenas notarlo y el azul intenso se transforma en nitidez profunda, nieve vaporosa y compacta atravesada por una mirada transparente.
El paisaje. El rojo calcinado, tierra descarnada, el óxido como un manto de polvo cósmico. Abruptos barrancos, riscos, precipicios, rocas la lava sangrienta, lomas cubiertas de cardos, de cactus, de arbustos y matorrales de formas inimaginables, con flores que te pueden hipnotizar.
La soledad, la inmensidad ardiente y un viento constante que elimina todo lo innecesario, que despoja a todo de lo que no sea su esencia.
Me voy a dar un paseo por el Callejón de la Luz.
3 comentarios:
¡Carajo!
:-))
Me quede sin palabras.
Me qudé sin palabras.Emi
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