Estamos rodeados de lo extraordinario. Lo que sucede es que no tenemos capacidad para prestarle atención y descubrirlo. A veces, sin embargo, algo nos saca de nuestra rutina interpretativa y nos obliga a aceptar hechos energéticos que están siempre ahí, aunque no los veamos ni sintamos en nuestro estado habitual de conciencia. Uno de esos hechos es nuestra propia configuración energética. La noche del 11 de agosto del 2004 tuve una experiencia “no ordinaria”, o de “conciencia de ensueño”, que quiero contar. Me refiero al hecho de que somos un conglomerado energético: campos, ondas y partículas de energía pura encerrada en una especie de burbuja, cuyo centro, más denso, constituye nuestro cuerpo. Reproduzco lo que entonces escribí.
Sentí, al poco de acostarme, que una extraña presencia me llamaba con golpes fuertes que retumbaban a mi lado. Golpes sobre una puerta de madera…, pero no había puerta, sino una barrera espesa e invisible. Golpeaba con urgencia para que la dejara pasar. Yo no veía nada, pero sentía cerca de mí algo oscuro y amenazante que me paralizaba. Ante el miedo, casi terror, de que eso que estaba ahí, tan cerca, acabara traspasando esa puerta o pared, sentí cómo mi cuerpo se transformaba en una masa de energía. Todo mi ser era un conglomerado de partículas vibrantes, que, ante la amenaza, habían tomado conciencia de que formaban un campo cerrado. Quedé convertido en una masa densa de energía chisporroteante, ardiente, que tenía una formal oval, dentro de la cual se concentraba una gran cantidad de energía y calor. Estaba tumbado sobre la cama, pero mi cuerpo, transformado en una burbuja flotante, no tenía peso. Volví a sentir la presencia oscura, oí sus golpes profundos resonando por todo mi interior, llamando con apremio. Me encerré aún más en aquella cáscara de energía, hasta que me desperté del todo. Mi cuerpo desprendía una ola hirviente de calor, una especie de niebla vibratoria, que me rodeaba por todos los lados. Los límites de mi ser no eran los límites de mi cuerpo, sino que se extendían más allá, medio metro a mi alrededor. No estaba encerrado en mi piel, no era sólo un cuerpo físico, atrapado por la gravedad, sino un conglomerado energético, una masa de energía compacta capaz de hacerse consciente de sí misma. Agradecí a aquella extraña presencia que me hubiera permitido experimentar por primera vez en mi vida que somos esferas luminosas que contienen una energía poderosa, intensa, vibrante, capaz de desplazarse por el mundo, conocer la existencia de otros seres y entrar en contacto con ellos para incrementar su conciencia. Comprendí que no sucumbir ante el miedo y el pánico puede abrir nuestro cuerpo al conocimiento silencioso, a la experiencia y la percepción de hechos que, una vez corroborados, ya no se pueden negar. Que nuestro mundo ordinario está separado de lo extraordinario por una sutil barrera que nos protege de su impacto -capaz de destruir nuestra frágil envoltura-, pero que podemos también resistir ante el pavor y recibir, en cambio, una oleada de energía que rompe la fijeza de nuestra conciencia y cambia nuestra percepción.
Sentí, al poco de acostarme, que una extraña presencia me llamaba con golpes fuertes que retumbaban a mi lado. Golpes sobre una puerta de madera…, pero no había puerta, sino una barrera espesa e invisible. Golpeaba con urgencia para que la dejara pasar. Yo no veía nada, pero sentía cerca de mí algo oscuro y amenazante que me paralizaba. Ante el miedo, casi terror, de que eso que estaba ahí, tan cerca, acabara traspasando esa puerta o pared, sentí cómo mi cuerpo se transformaba en una masa de energía. Todo mi ser era un conglomerado de partículas vibrantes, que, ante la amenaza, habían tomado conciencia de que formaban un campo cerrado. Quedé convertido en una masa densa de energía chisporroteante, ardiente, que tenía una formal oval, dentro de la cual se concentraba una gran cantidad de energía y calor. Estaba tumbado sobre la cama, pero mi cuerpo, transformado en una burbuja flotante, no tenía peso. Volví a sentir la presencia oscura, oí sus golpes profundos resonando por todo mi interior, llamando con apremio. Me encerré aún más en aquella cáscara de energía, hasta que me desperté del todo. Mi cuerpo desprendía una ola hirviente de calor, una especie de niebla vibratoria, que me rodeaba por todos los lados. Los límites de mi ser no eran los límites de mi cuerpo, sino que se extendían más allá, medio metro a mi alrededor. No estaba encerrado en mi piel, no era sólo un cuerpo físico, atrapado por la gravedad, sino un conglomerado energético, una masa de energía compacta capaz de hacerse consciente de sí misma. Agradecí a aquella extraña presencia que me hubiera permitido experimentar por primera vez en mi vida que somos esferas luminosas que contienen una energía poderosa, intensa, vibrante, capaz de desplazarse por el mundo, conocer la existencia de otros seres y entrar en contacto con ellos para incrementar su conciencia. Comprendí que no sucumbir ante el miedo y el pánico puede abrir nuestro cuerpo al conocimiento silencioso, a la experiencia y la percepción de hechos que, una vez corroborados, ya no se pueden negar. Que nuestro mundo ordinario está separado de lo extraordinario por una sutil barrera que nos protege de su impacto -capaz de destruir nuestra frágil envoltura-, pero que podemos también resistir ante el pavor y recibir, en cambio, una oleada de energía que rompe la fijeza de nuestra conciencia y cambia nuestra percepción.
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