MIS LIBROS (Para adquirir cualquiera de mis libros escribir a huellasjudias@gmail.com)

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lunes, 22 de diciembre de 2008

ORIGINALIDAD DE EL QUIJOTE

(Foto: S.Trancón

Alguna vez leí que Dios creó al hombre para que le contara historias.
Cuando leo el Quijote siempre me acuerdo de ello.

Porque el Quijote es una historia de historias, un cuento de cuentos, las mil y una historias. Todos los personajes del Quijote cuentan algo, se pasan el rato contando historias: lo que han visto y oído, lo que han creído ver y oír, y lo que otros dicen que han visto y oído. Muchos cuentan lo que otros cuentan, y con frecuencia remiten a lo que unos y otros han leído. Cuentan, comentan, interpretan y discuten sobre esas historias, si son o no son verdad, ficción, invención, engaño o encantamiento.

Cervantes quiere transmitir al lector la idea de que hay dos formas de contar los hechos: una, puramente fantástica e inverosímil, y otra, verdadera y verosímil, porque se ajusta a los hechos. Pero ¿cómo distinguir entre una y otra? Aquí es donde Cervantes nos enreda hasta confundirnos por completo, porque sólo puede apelar a un criterio: la fiabilidad de las fuentes. Como todo es un cuento de cuentos, el único que puede distinguir la verdad de la ficción es el autor, el propio autor de la historia. Pero aquí viene el problema, porque ¿quién es el “autor” del Quijote?

El principal autor (ficticio) es Cide Hamete Benengeli, pero Cervantes se olvida con frecuencia de él y habla de “autores”. También, cuando le conviene, atribuye a los “traductores” algunas discrepancias del texto. Y cuando un hecho le parece demasiado inverosímil acude a un “yo” que se supone es el responsable último del texto, pero en realidad no lo es, sino sólo quien ha hallado el manuscrito o manuscritos originales y los ha mandado traducir. Con esta maraña de “autores” el verdadero autor-narrador se camufla, se disuelve, se esfuma. La supuesta fuente que da autoridad a todo, se escapa, porque no hay forma de remitir a un autor o una voz exterior al texto la responsabilidad del mismo. Así que el mecanismo inventado para distinguir entre verdad y ficción es una trampa, el texto sólo se puede fundamentar en sí mismo. El criterio de verdad remite al propio texto, que sabemos es ficción.

Sólo hay una forma de entender todo este maravilloso lío: el Quijote es una historia que se cuenta a sí misma, incluso que se lee a sí misma. No remite a una sustancia externa (la verdad de los hechos), porque esa sustancia es parte de la propia historia, del propio cuento. El mundo no es más que un cuento contado por todos para el disfrute de todos. No tiene otra sustancia que la que la palabra le otorga. ¿Cómo es posible esto, si los propios narradores son parte de la historia contada, están dentro del cuento?

Es aquí donde el Quijote adquiere para mí el mayor interés, porque es una manifestación del mayor atributo de la divinidad: la conciencia de sí mismo. La realidad última, la sustancia última de todas las historias, hechos y cuentos en que consiste nuestra vida no es más que una creación de la conciencia, un juego de la pura conciencia de sí mismo.

Tomando una frase del propio libro, podemos decir que el Quijote es una historia de “sueños contados por hombres despiertos”. Lo único real son esos hombres despiertos que cuentan sus sueños, sus fantasías, sus locuras, y las de otros. Sueños que algunos pretenden hacer realidad, como don Quijote y Sancho, o simplemente divertirse y disfrutar con ellos, como los duques y hasta el cura y el barbero. En último término, la locura sui generis de don Quijote (que sólo lo es en parte) no tiene más que causas orgánicas, pues todos los disparates son producto de “estómagos vacíos y cerebros llenos de aire”. Lo único real es nuestro cuerpo, que es puro misterio.

1 comentario:

Anónimo dijo...

Compartimos el viejo amor al teatro que tanto nos dio. En mi caso la vida que comparto y me rejuvenece la memoria. Saludos desde el viejo reino leonés.