(Foto: A. Martínez)
Confieso que me sorprendieron las palabras de Einstein cuando dice que el verdadero valor de un hombre consiste en liberarse de su Yo (ver más abajo la entrada ALBERT EINSTEIN, SIN COMENTARIOS). Llevo muchos años dándole vueltas al tema.
Se nos dice que hay que tener un yo fuerte y una buena autoestima para adaptarnos a esta sociedad, que lo contrario es síntoma de falta de confianza en sí mismo y fuente de sufrimientos y fracasos.
Sin duda, la estructura psicológica a la que llamamos "yo" es necesaria, empezamos a construirla casi desde que nacemos y en caso de no consolidarla o estabilizarla surgen todo tipo de trastornos mentales. Pero esto no nos impide el ir más allá, descubrir que, siendo necesaria, es a la vez la fuente de muchas limitaciones y de casi todos nuestros sufrimientos.
La primera consecuencia lógica debería ser, en contra de lo que se dice, desconfiar del yo, no tenerle mucha autoestima, no identificarnos totalmente con él, ponerlo a nuestro servicio, no dejarnos dominar por él. Saber que el yo no es más una pequeña parte de nuestro ser, no nuestro ser total.
Una razón poderosa para no dejarnos absorber por el yo es que se trata de “una construcción mental imaginaria”. En efecto, no hay nada en nuestro cuerpo ni en nuestro ser a lo que podemos identificar con el yo. Por ser algo mental, hecho de ideas, recuerdos, fantasías, interpretaciones, etc. no tiene una estructura internamente estable, sino que requiere, para su permanencia y estabilidad, una gran cantidad de energía y atención.
Consecuencia lógica de este hecho debería ser que no merece la pena pretender que el yo tenga una estabilidad que en sí mismo no posee, que podemos tener muchos yoes en lugar de encerrarnos en uno solo. Romper la fijeza del yo, en definitiva, hasta lograr liberarnos de su tiranía.
No tomarse muy en serio, permitirnos ser uno y muchos a la vez, no actuar siempre del mismo modo predecible, estar alerta cuando el yo, al comprobar su debilidad, nos empuja a la reafirmación ciega y agresiva de nosotros mismos o cuando, por el contrario, se vuelve contra nosotros y nos desprecia.
No hay vida más estúpida que la de quien vive enredado, atrapado, obsesionado y absorto en su yo, en la imagen de sí, en la imposición de esa imagen a los demás, en su importancia personal.
Hay una salida, un truco: desplazar la atención del yo y llevarla a la totalidad de lo que somos, energía, conciencia, pensamiento fluido, un sentir apasionado por el misterio de cuanto nos rodea, un ser en permanente cambio.
Frente al yo, la conciencia de sí y la confianza en nuestro ser, en las ilimitadas posibilidades de todo lo que somos.
Confieso que me sorprendieron las palabras de Einstein cuando dice que el verdadero valor de un hombre consiste en liberarse de su Yo (ver más abajo la entrada ALBERT EINSTEIN, SIN COMENTARIOS). Llevo muchos años dándole vueltas al tema.
Se nos dice que hay que tener un yo fuerte y una buena autoestima para adaptarnos a esta sociedad, que lo contrario es síntoma de falta de confianza en sí mismo y fuente de sufrimientos y fracasos.
Sin duda, la estructura psicológica a la que llamamos "yo" es necesaria, empezamos a construirla casi desde que nacemos y en caso de no consolidarla o estabilizarla surgen todo tipo de trastornos mentales. Pero esto no nos impide el ir más allá, descubrir que, siendo necesaria, es a la vez la fuente de muchas limitaciones y de casi todos nuestros sufrimientos.
La primera consecuencia lógica debería ser, en contra de lo que se dice, desconfiar del yo, no tenerle mucha autoestima, no identificarnos totalmente con él, ponerlo a nuestro servicio, no dejarnos dominar por él. Saber que el yo no es más una pequeña parte de nuestro ser, no nuestro ser total.
Una razón poderosa para no dejarnos absorber por el yo es que se trata de “una construcción mental imaginaria”. En efecto, no hay nada en nuestro cuerpo ni en nuestro ser a lo que podemos identificar con el yo. Por ser algo mental, hecho de ideas, recuerdos, fantasías, interpretaciones, etc. no tiene una estructura internamente estable, sino que requiere, para su permanencia y estabilidad, una gran cantidad de energía y atención.
Consecuencia lógica de este hecho debería ser que no merece la pena pretender que el yo tenga una estabilidad que en sí mismo no posee, que podemos tener muchos yoes en lugar de encerrarnos en uno solo. Romper la fijeza del yo, en definitiva, hasta lograr liberarnos de su tiranía.
No tomarse muy en serio, permitirnos ser uno y muchos a la vez, no actuar siempre del mismo modo predecible, estar alerta cuando el yo, al comprobar su debilidad, nos empuja a la reafirmación ciega y agresiva de nosotros mismos o cuando, por el contrario, se vuelve contra nosotros y nos desprecia.
No hay vida más estúpida que la de quien vive enredado, atrapado, obsesionado y absorto en su yo, en la imagen de sí, en la imposición de esa imagen a los demás, en su importancia personal.
Hay una salida, un truco: desplazar la atención del yo y llevarla a la totalidad de lo que somos, energía, conciencia, pensamiento fluido, un sentir apasionado por el misterio de cuanto nos rodea, un ser en permanente cambio.
Frente al yo, la conciencia de sí y la confianza en nuestro ser, en las ilimitadas posibilidades de todo lo que somos.
No hay comentarios:
Publicar un comentario