En la excelente Revista Cuadernos del Matemático, en su número 48, acabo de publicar el siguiente poema. Es mi celebración de la llegada del verano.
1
Es la hoja perecedera y desde lo alto de la rama cae al suelo
temblando, pero serena, y con leve crujido desprendida,
libra la batalla de haber sido y no por ello perecer, dejar de ser,
roce de oro, plateada, morada,
ocre o amarilla, hasta encontrar,
fugitiva de lo alto, el suelo que sostuvo su fragilidad.
2
Solitaria espera en la inmovilidad la caricia de la lluvia que devolverá
la suavidad a su rugosa piel, oscura ya por la cercanía de la noche.
Y así, poco a poco, la tierra la acogerá
en su seno y tapada, lentamente sumergida,
con voraz sigilo los invisibles átomos la disolverán
hasta transformarla otra vez en luminoso anhelo.
3
Oscura, incansable, infatigable, la muerte rodea de silencio y vacío
el hueco que sella con su boca, pero de esa nada brota
anhelante la fecunda savia, y contra la dura roca nuevamente busca
la luz, líquida hoja, tierna y ansiosa ascensión, creando un nuevo
círculo, impalpable empeño que anilla al tronco endurecido
aprentándolo contra sí mismo.
Goza lo profundo subiendo hacia la rama y la hoja,
derramando su anhelo, alcanza allí su plenitud victoriosa.
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