Hay un momento en el que se anuncia este cambio, con la sutiliza con que Cervantes va haciendo evolucionar a sus dos grandes personajes. Después de desviarse para no pasar por Zaragoza, se adentran en un bosque y de pronto aparece un tropel de toros que acaba pasando por encima de ellos. Dice entonces don Quijote:
-Come, Sancho amigo; sustenta la vida, que más que a mí te importa, y déjame morir a mí a manos de mis pensamientos y a fuerzas de mis desgracias. Yo, Sancho, nací para vivir muriendo y tú para morir comiendo; y porque veas que te digo verdad en esto, considérame impreso en historias, famoso en las armas, comedido en mis acciones, respetado de príncipes, solicitado de doncellas: al cabo al cabo, cuando esperaba palmas, triunfos y coronas, granjeadas y merecidas por mis valerosas hazañas, me he visto esta mañana pisado y acoceado y molido de los pies de animales inmundos y soeces. Y decide dejarse morir de hambre, porque se le ha quitado "de todo en todo la gana de comer".
Me topé con este pasaje, en el que en anteriores lecturas no había reparado, hace unos días, cuando me encontraba igualmente falto de ánimo. De vez en cuando se nos viene encima un tropel de toros bravos, casi siempre guiados por mansos cabestros. Nos dejan molidos y humillados, y es entonces cuando hemos de reconocer humildemente que existen fuerzas inesperadas que nos atropellan y lo más que podemos hacer es protegernos contra el suelo y esperar a que pasen.
Don Quijote se repone y prosigue su camino hacia Barcelona. Aún no ha llegado su hora. Se retirará de su oficio de caballero andante cuando él lo decida. Admirable ejemplo de entereza. Los psicólogos le llaman resiliencia, una palabra un poco rebuscada, pero que viene bien para los tiempos que corren (y nos atropellan).
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