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viernes, 16 de enero de 2009

LA GUERRA PALESTINO-ISRAELÍ

(Foto: S. Trancón)


Hay hechos sociales ante los que resulta imposible permanecer impasible.
Toda guerra es, seguramente, el fenómeno social y psicológico más complejo, más lleno de contradicciones y de más difícil comprensión intelectual. Cualquier simplificación, cualquier reduccionismo se muestra enseguida carente de sentido. Ante la dificultad de abarcar el fenómeno en toda su complejidad, la salida más fácil, a la que la mayoría se agarra para aplacar la angustia de lo incomprensible o incontrolable, es el dogmatismo, el fanatismo, el fundamentalismo que lleva a dividir todo en dos posiciones antagónicas, excluyentes, irreductibles.

Toda guerra real genera, casi automáticamente, una guerra mental y psicológica que se extiende alrededor y que constituye su prolongación. Hoy, como vivimos en un mundo interdependiente, esa otra guerra, que duplica y extiende simbólica y psicológicamente la guerra real, acaba implicándonos a todos, obligándonos a “tomar partido”. En este caso: pro-israelí/anti-israelí, pro-palestino/ anti-palestino. En medio de esta presión ambiental resulta muy difícil hilvanar un pensamiento mínimamente sensato, no guiado por esa obligada toma de partido. Pero ni ante este hecho ni esta presión el pensamiento racional debe claudicar, porque es el único medio que tenemos de controlar el vértigo de las pasiones, las emociones incontroladas y la pérdida de la razón a que nos conduce la brutalidad, la violencia, la muerte.

Distancia racional no tiene nada que ver con neutralidad, ni siquiera con un pacifismo angélico, santurrón o cínico. Tampoco con la politización absoluta que reduce la guerra a un mero asunto de legitimación de la propia posición, ignorando la dimensión humana, ideológica, religiosa y emocional, que pone de manifiesto el sufrimiento, la angustia, el terror, la muerte de cualquier ser humano, sea del partido que sea, de la religión que sea, del pueblo o nación que sea.

La complejidad de la guerra palestino-israelí, que dura ya más de sesenta años, no permite realizar un diagnóstico simplista y por tanto, tampoco una propuesta de solución milagrosa. Aún a costa de parecer vergonzosamente moderado, suscribo las palabras del judío Amos Oz que transcribo a continuación, pronunciadas en el 2001, pero que siguen plenamente vigentes:

“El conflicto entre israelíes y palestinos es un choque entre lo justo y lo justo, no entre lo justo y lo injusto”. “Toda batalla, toda guerra peleada por cualquier cosa que vaya más allá del derecho a la vida y la libertad es injusta”. “A los palestinos que luchan por la liberación de Palestina yo los respeto” “Con los palestinos que luchan por exterminar a Israel no puedo dialogar, de ellos voy a defenderme”. “La mayoría de la gente tanto en Israel como en Palestina sabe que el país va a ser dividido en dos estados”. “Hay cinco millones y medio de judíos en este país y no van a irse a ningún otro lado. Hay unos cuatro millones de árabes palestinos que tampoco van a hacerlo”. “Árabes y judíos no podemos vivir juntos como una familia feliz, porque no somos una sola familia sino dos, y no estamos felices juntos. Así que necesitamos trazar una línea y dividir el país en dos países. No va a ser fácil, va a doler como el infierno, pero será la solución”.

Esta es mi posición política. Otra cosa en mi opinión personal ante esta guerra concreta, absolutamente injustificada, desproporcionada, cruel y, además, profundamente estúpida. Porque no va a solucionar el problema
Porque lo va a prolongar
Porque ha provocado un dolor atroz y un sufrimiento ilimitado
Porque va a generar un antisemitismo primario
Porque lo confunde todo, el judaísmo con el integrismo religioso, el nacionalismo con el sionismo, la democracia con el terrorismo, el miedo con la libertad, la tolerancia con la debilidad, el respeto con el odio y el desprecio
Porque arrincona y no deja espacio para la acción de quienes deberían dirigir la solución del conflicto, los que piensan como Amos Oz
Porque admite la falacia de que para acabar con los cohetes de Hamás no había otra solución que esta ocupación destructiva, cuando se podían elaborar tantos planes alternativos como letras tiene el alfabeto, incluso desde la perspectiva militar
Porque encubre propósitos tan mezquinos como querer ganar unas elecciones, sostener la industria armamentística, mantener la tensión internacional de la que tanto beneficio sacan los más abyectos criminales.

Yo creo que el pueblo judío, tan perseguido y violentamente exterminado a lo largo de los siglos, no se merece una nación levantada sobre el miedo, el odio, la venganza, la humillación del otro, el fanatismo, la fascinación por el poder de las armas, la superioridad económica y la soberbia intelectual. Poco tiene esto que ver con el sueño de una nación libre, democrática, tolerante y pacífica que tantos judíos de buena voluntad quisieron hacer realidad al volver a Israel.
Arrastrados por la polarización a que esta larguísima guerra les obliga, comprendo que la mayoría se deje engañar por este delirio bélico, pero quiero pensar que un día triunfará lo más noble del judaísmo, su universalismo, su tolerancia, apertura mental e intelectual, su búsqueda espiritual, su creatividad artística.
Ojalá que, como la comunidad judía de Marruecos, los judíos disconformes de todo el mundo levantaran la voz para defender una solución pacífica, racional y equilibrada del conflicto, sin miedo a ser tildados de traidores, renegados o antisemitas. Sin miedo a que caiga sobre ellos ningún “jérem” político que los despoje de su identidad judía. Porque esta solución no es utópica, sino la única realista.

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