¿Qué es la opinión pública? Supuestamente, la opinión de la mayoría.
¿Cómo se forma? Mediante de la prensa, la radio y la televisión.
¿Cómo se mide? A través de encuestas, que luego interpretan y valoran los mismos medios que las encargan y publican.
¿Cómo se expresa? Mediante el voto y las intenciones de voto.
¿Qué efectos provoca? Decisiones políticas, leyes y, sobre todo, una presión social sobre todos los ciudadanos para que acepten y asuman esa opinión de la mayoría.
Este mecanismo, simple, encierra peligros que una democracia madura debería tener muy en cuenta. ¿Por qué? Porque se presta a todo tipo de manipulaciones, engaños y decisiones equivocadas. Porque no se basa en la racionalidad, sino en la apelación constante a impulsos irracionales como, por ejemplo, el miedo. La opinión pública hoy se crea casi siempre mediante la manipulación del miedo: miedo a casi todo.
Leo en El Mundo un artículo de Enrique Gimbernat que empieza así: “Actualmente, tenemos el Código Penal más represivo de la Europa occidental”. ¿Cómo?, me dije. Proseguí la lectura y comprendí tan rotunda y clarividente afirmación, basada en datos contundentes como que, teniendo el índice de criminalidad más bajo de Europa (2,5 frente a un 10,8 de Suecia, por ejemplo) tenemos el mayor número de presos de toda Europa (138 por cada 100.000 habitantes, frente a 68 de Suecia, p.ej.). Da el autor ejemplos de incrementos bárbaros de penas, inclusión constante de nuevos delitos y reformas penales cada vez más alejadas del derecho y el sentido de la pena, que no es sino la reeducación y rehabilitación social, según nuestra Constitución. En esta carrera por complacer a la opinión pública, movida por la simplista consigna de “ley y el orden” y atizada por el miedo, la derecha y la izquierda parecen querer llegar los primeros. Izquierdistas, ecologistas, feministas y todo tipo de plataformas, se dan a veces la mano con la derecha más extrema.
Esta opinión pública, que no admite matices, que explota la irracionalidad y el miedo, es absolutamente peligrosa, porque es imparable. Busch mandó sus tropas a Irak amparado en la opinión pública. Hitler, no lo olvidemos, llegó al poder a través de esta opinión pública, y todos los dictadores han gozado de muy buena opinión pública cuando ejercían su poder.
Así que la opinión pública, en una democracia, necesita adjetivarse: no estar basada en la irracionalidad, el miedo o la venganza, los intereses particulares o partidistas, sino en el sentido común, la dignidad, la tolerancia, la justicia, distinguiendo bien a los criminales y causantes de graves daños colectivos, de los pequeños delincuentes. El totum revolutum hoy de las cárceles y juzgados, provocados por este Código Penal que va detrás de la opinión pública, no es sino un despilfarro y una escuela de delincuencia mayor. Si fuera de otro modo, no se produciría esa aberración de ver a un corrupto como Roca, el de Marbella, condenado a siete años de cárcel (redimibles), al lado de unos padres que pueden ir a la cárcel por dar una bofetada a su hijo.
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