(Foto: PortfolioNatural)
No sabemos bien de dónde proviene el término España. Directamente, de Hispania, como llamaron los romanos a la Península Ibérica ( para los griegos Iberia, porque oían mucho a los primitivos pobladores usar el término “iber”; antes la llamaron Ophioússa, “tierra de serpientes”). Pero Hispania proviene seguramente del fenicio (Ispanya o Hish-phanim; los fenicios llegaron aquí hacia el 1.100 antes de Cristo y fundaron Gadir –Cádiz- la ciudad más antigua de Europa, al parecer). Pero puede que provenga del griego (Hesperia), del hebreo (Saphan), del ibero (Hispalis) o incluso del vasco (Ezpaina o Izpania). Quizás significó “tierra abundante en conejos”, o “tierra oculta”, pero también “tierra del norte”, o “isla donde se forjan los metales”, o incluso “labio”. Tanto da. Lo que importa es que ya desde la más lejana antigüedad se intentó dar nombre a un espacio geográficamente bien definido.
El gentilicio “español” es mucho más reciente (los romanos nos llamaron “hispanos”). Seguramente el sufijo “ol” es de origen provenzal, y lo usarían los primeros peregrinos que llegaron a Santiago de Compostela. Estamos en el siglo IX.
Bien, pues he aquí dos hechos lingüísticos fundamentales: uno de origen geográfico, y otro de origen social. El geográfico es el primero, al que se une indisolublemente el gentilicio, que acaba convertido en adjetivo genérico del sustantivo España.
Antigüedad, podría ser la primera conclusión de esta excursión etimológica. España, hispano y español con términos muy antiguos, llevan muchos siglos usándose.
Una segunda reflexión vendría dada por el hecho de que el nombre le fue dado por los que venían de fuera, no por los propios habitantes (iberos, en general). La conciencia de unidad geográfica, la necesidad de nombrar lo vasto, nuevo y desconocido, llevó al uso del nombre.
Es la mirada del otro la que con frecuencia nos nombra y define, antes que la propia conciencia. Pero una vez inventados, los nombres empiezan a circular y a configurar la realidad, que necesita acomodarse a lo que el nombre intenta designar. Se produce así una constante interacción e interdependencia.
Las palabras siempre son importantes, especialmente los sustantivos. No es algo que podamos quitar y poner sin que nada ocurra. Determinan nuestra idea de la realidad que nos rodea. En este caso, inicialmente, de una realidad geográfica, pero también social.
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