Acaba de publicarse en Huega y Fierro una obra de teatro, Ados@dos, de Juan Margallo y Petra Martínez, de cuya edición soy responsable. El teatro es un arte difícil y escaso, del que uno siempre está a punto de renegar, porque lo que sube a los escenarios oficiales está tan plagado de desvaríos y tonterías, que uno no puede por menos que protegerse ante los efectos tóxicos que produce. Pero, como ocurre con el toreo, una buena faena compensa las tardes de mortal letargo y saltimbanqueo histérico.
Esta obra es tan fresca, estimulante, original y “moderna”, que lo que más llama la atención es la poca atención que le han prestado quienes tienen por profesión hacerlo. Aprovecho la ocasión para reproducir parte del estudio preliminar que aparece en la edición del texto. Entresaco las reflexiones más generales, invitando a cualquier apasionado de este arte a que vea y lea esta obra excepcional.
Que no haya incompatibilidad entre libro y escena, entre el goce directo y colectivo del espectador, y el disfrute privado y diferido del lector, es algo que el buen teatro siempre ha propiciado, en contra de los que han pretendido arrojar el texto a los infiernos, mientras proclamaban que el teatro se valía y sobraba con la actuación, la “performance” del escenario. ¿Por qué separar lo que la historia teatral, desde sus orígenes, ha unido? Ser originales no es ir contra el origen, sino el crecer a partir de él.
El mundo es naturalmente absurdo o absurdamente natural, escriben y nos muestran Petra Martínez y Juan Margallo. La vida es de risa, y nada más natural (y nada más teatral) que reírnos de ella, o sea, de nosotros y de todo el tinglado que hemos montado a nuestro alrededor.
No pasarse es tan difícil como no llegar. Y no llegar, tan inútil como no llegar a tiempo. Petra y Juan han sabido esperar sin estar esperando nada, y les ha llegado la hora, la hora de la verdad, que no es sino la de la madurez, la de la plenitud, la del saber estar sin hacerse notar, sólo porque se es y se sabe estar donde se está.
Al teatro no se va a padecer, sino a disfrutar. No se puede abusar del público, ni sermonearle, ni colocarse por encima de él.
Como en el Quijote, aquí hay historias disparatadas, situaciones inverosímiles que se enlazan y hacen naturales mediante un mecanismo que Cervantes utilizó con eficacia insuperable, como descubrió José Ricardo Morales: la obra que se hace consciente de sí misma. Un libro que se hace a sí mismo, construyendo su realidad sobre la nada, sin dar sustancia alguna al mundo que simula ser su referente, porque sabe que todo es una construcción imaginaria. Paradójicamente, la irrealidad se hace así más real, y la realidad más irreal. Lo más original de Adosados es precisamente la conciencia que los personajes tienen de sí mismos, de ser personajes de teatro, del mismo modo que la obra, como tal, es consciente de sí misma, de ser algo construido con anterioridad sobre la base de un texto que guía la representación y la hace posible. La lucha, el conflicto, reside sobre todo en ese querer salirse los personajes del texto, ese querer irse del papel y ser ellos mismos.
Esta obra es tan fresca, estimulante, original y “moderna”, que lo que más llama la atención es la poca atención que le han prestado quienes tienen por profesión hacerlo. Aprovecho la ocasión para reproducir parte del estudio preliminar que aparece en la edición del texto. Entresaco las reflexiones más generales, invitando a cualquier apasionado de este arte a que vea y lea esta obra excepcional.
Que no haya incompatibilidad entre libro y escena, entre el goce directo y colectivo del espectador, y el disfrute privado y diferido del lector, es algo que el buen teatro siempre ha propiciado, en contra de los que han pretendido arrojar el texto a los infiernos, mientras proclamaban que el teatro se valía y sobraba con la actuación, la “performance” del escenario. ¿Por qué separar lo que la historia teatral, desde sus orígenes, ha unido? Ser originales no es ir contra el origen, sino el crecer a partir de él.
El mundo es naturalmente absurdo o absurdamente natural, escriben y nos muestran Petra Martínez y Juan Margallo. La vida es de risa, y nada más natural (y nada más teatral) que reírnos de ella, o sea, de nosotros y de todo el tinglado que hemos montado a nuestro alrededor.
No pasarse es tan difícil como no llegar. Y no llegar, tan inútil como no llegar a tiempo. Petra y Juan han sabido esperar sin estar esperando nada, y les ha llegado la hora, la hora de la verdad, que no es sino la de la madurez, la de la plenitud, la del saber estar sin hacerse notar, sólo porque se es y se sabe estar donde se está.
Al teatro no se va a padecer, sino a disfrutar. No se puede abusar del público, ni sermonearle, ni colocarse por encima de él.
Como en el Quijote, aquí hay historias disparatadas, situaciones inverosímiles que se enlazan y hacen naturales mediante un mecanismo que Cervantes utilizó con eficacia insuperable, como descubrió José Ricardo Morales: la obra que se hace consciente de sí misma. Un libro que se hace a sí mismo, construyendo su realidad sobre la nada, sin dar sustancia alguna al mundo que simula ser su referente, porque sabe que todo es una construcción imaginaria. Paradójicamente, la irrealidad se hace así más real, y la realidad más irreal. Lo más original de Adosados es precisamente la conciencia que los personajes tienen de sí mismos, de ser personajes de teatro, del mismo modo que la obra, como tal, es consciente de sí misma, de ser algo construido con anterioridad sobre la base de un texto que guía la representación y la hace posible. La lucha, el conflicto, reside sobre todo en ese querer salirse los personajes del texto, ese querer irse del papel y ser ellos mismos.
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