-Me siento muerta. Se está desmoronando mi ser, Marco Antonio. Me miras como si no existiera.
-No, Cleopatra, querida mía. Tienes un nombre, un nombre histórico.
-Tú también.
-Los dos, porque uno sin el otro no habríamos pasado a la historia. Tenemos nombre, somos.
-Pero necesitamos fingir que existimos.
-Fingimos, pero para venir de la nada al ser, ya somos algo. Salimos a escena.
-Somos algo, no alguien.
-Pero tenemos carne y huesos.
-Dices bien, carne y huesos, porque no existe ninguna mujer de carne y un solo hueso.
-Huesos duros de roer, huesos perdurables. Los huesos, si no se los maltrata, duran más que el bronce. Fíjate en los dinosaurios. ¡Qué grandes proporciones tenían esos bichos! ¡Temibles! Toda la fantasía de nuestros contemporáneos griegos no llegó a tanto. El mundo fue fantástico. Y nosotros lo conocimos, conocimos a los dinosaurios bañándose en el Nilo.
-Ahora todo es tan pequeño… Nos han reducido de la cabeza a los pies. Vamos hacia los insectos. Ellos sí que perduran. ¿Dónde queda la belleza terrible de los dinosaurios? Prefería no ser, no ser, ya que no puedo ser lo que fui, tu amante desnuda sobre la arena roja, junto a los cocodrilos.
-Pero ahora somos nosotros los perdurables, no los dinosaurios.
-Hecho de menos las olas del Nilo acariciando mis pies, preferiría no fingir más que soy Cleopatra.
-Pero estamos casi vivos, somos de carne y huesos, tenemos un nombre. Yo, latino, tú egipcio. No se puede pedir más. Y te puedo mirar y tocar.
-Convénceme de que esto es mejor que contemplar a Orión desde la pirámide de Keops. Preferiría no tener que fingir para ser Cleopatra.
-Pues yo preferiría no haber pasado a la historia. No quiero ser Marco Antonio para toda la eternidad.
(Un trueno atraviesa la escena y retumba por toda la sala)
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