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miércoles, 23 de julio de 2014

DERECHO A DECIDIR LO QUE ME DA LA GANA

(Foto. Fernando Redondo)

El “derecho a decidir” no es ningún derecho. Para serlo, hay que especificar quién decide y qué. No existen derechos abstractos. Si no se concreta un derecho, es porque se sobreentiende y, en caso de duda, se aclara. Por ejemplo, el “derecho a votar”. Nuestra Constitución especifica quién puede votar, qué se puede someter a votación e incluso cada cuánto tiempo. No todos los ciudadanos pueden votar, ni se puede votar todo ni en cualquier momento.

Así que no existe el “derecho a decidir”, sino el derecho a decidir algo. Sin un quién, un qué y un cuándo, no existe ningún derecho a decidir. Los independentistas, sin embargo, afirman machacona y provocativamente que “tienen derecho a decidir”, así, en abstracto, y añaden que es un derecho “democrático irrenunciable”. Ni especifican ni discuten el contenido de ese derecho, ni quiénes lo pueden ejercer, ni cada cuánto tiempo. Todo se sobreentiende. Mejor dejarlo sin definir, para poder interpretarlo en cada caso según convenga.

Hoy ya nadie duda de que con el “derecho a decidir” lo que se quiere decir (y ocultar) es el “derecho a decidir la independencia”, y que los sujetos de ese derecho son “los catalanes”, o sea, únicamente los ciudadanos empadronados y censados en Cataluña. Así que cuando alguien (sea catalanista, izquierdista, batasuno, socialista, comunista, populista, republicano..., que todos repiten la misma serenata, incluidos algunos del PP) defiende el “derecho a decidir”, lo que está afirmando es que los catalanes, ellos solos, tienen derecho a decidir la independencia de Cataluña. Los más patéticos son los que se ponen a matizar: que si doble referendum, que si federalismo asimétrico, que si reforma de la Constitución... Se niegan a encarar la única verdad: la invención de un derecho inexistente urdido para alcanzar de forma totalitaria y antidemocrática la independencia.

Que se trata de una maniobra antidemocrática, de confusión y manipulación ideológica y mental, es algo que podemos descubrir nada más preguntarnos por quién se ha inventado ese derecho a decidir de forma unilateral y exclusiva la independencia. La respuesta es clara: los independentistas, los que quieren la independencia. O sea, que primero digo que tengo derecho a la independencia, y luego exijo que se me reconozca. Desplazo el problema hacia donde no está: exijo que los demás reconozcan un derecho que yo mismo me he otorgado. Si no me lo reconocen, son antidemócratas, fascistas, centralistas, ocupantes.

El proceso independentista y secesionista (no le llamemos soberanista, otra argucia lingüística), se basa en una maniobra profundamente antidemocrática que atenta contra la democracia española, contra el estado de derecho, contra el derecho a decidir de todos los españoles sobre el marco constitucional que fundamenta nuestra sociedad, contra un proceso histórico de siglos de unidad y convivencia, contra un entramado fecundo de relaciones familiares, sociales y culturales, contra las estructuras económicas compartidas, contra un orden de intercambios y equilibrios de todo tipo (territoriales, nacionales, europeos, mundiales) elaborado durante muchos años, tanto en el terreno cultural, como defensivo, tecnológico y de comunicaciones, etc. Frente a todo eso no puede prevalecer el interés egoísta de una minoría que busca aumentar su poder mediante la maniobra independentista y guiada por la ambición, el rencor, el desprecio, la autosuficiencia y una patológica necesidad de revancha de no se sabe qué milenarios agravios.

El “derecho a decidir” es, por tanto, no solo una patraña y una descarada manipulación ideológica, sino una peligrosa provocación antidemocrática que nadie debiera dejar pasar sin rebatir y desenmascarar, porque en realidad no es otra cosa que el “derecho a decidir lo que me da la gana”. ¿Qué otra cosa ha hecho el Parlamento catalán, sino decidir por su cuenta qué se puede o no decidir, quiénes pueden y no pueden decidir y cuándo han de decidir? La democracia es todo lo contrario del derecho a decidir lo que me da la gana. Para decidir lo que me sale de abajo no necesito ningún derecho, basta con imponerme con amenazas y enredos, que es lo que ha hecho durante casi 40 años el independentismo con total impunidad y alevosía.

El “derecho a decidir”, repito, no es ningún derecho. El “derecho a decidir la independencia de Cataluña” tampoco es hoy ningún derecho, porque no existe como tal en nuestro estado de derecho. Para que lo fuera no bastaría “reformar la Constitución”, como empiezan a repetir hoy estúpidamente casi todos los políticos. Lo que habría que hacer primero era abolir la Constitución y proclamar la desaparición del actual Estado; luego, inventarse otro Estado y otra Constitución. ¿Reformar la Constitución? Sí, pero no para hacer lo que pretenden los reformistas federalistas de última hora, sino para dotarnos de un Estado más democrático y asegurar una verdadera igualdad entre todos los ciudadanos. Para ello habría que empezar por desactivar y revisar todas las leyes confusas que han permitido la constitución de embriones de estados independientes al margen del Estado, abocado a la autodisolución si no se establece un orden más justo e igualitario.

La democracia es el establecimiento de la ley para lograr el bienestar y el bien común. La democracia es radicalmente incompatible con el derecho a decidir lo que le da la gana, no sólo a un individuo, sino a un banco, un partido, un grupo de presión, un colectivo, un parlamento, un gobierno, una mafia, una organización terrorista, independentista, religiosa, deportiva, mediática... Podemos y debemos reformar nuestra Constitución para que el derecho a decidir lo que les da la gana, otorgado a muchas instituciones, organismos y poderes fácticos (desde el gobierno a los banqueros, de los jueces a los alcaldes, etc.) se convierta en un derecho democrático regulado y controlado por la mayoría de los ciudadanos. No es esto lo que piden los neofederalistas, incapaces de enfrentarse al verdadero problema de nuestro país: la falta de definición y establecimiento de un verdadero Estado Democrático, basado en el imperio de la ley frente al derecho a decidir lo que a cada uno le da la gana. No hay más que dos caminos, o democracia o totalitarismo, o leyes comunes e igualitarias, o sometimiento a la imposición del más fuerte, representado hoy por el independentismo destructivo y desintegrador.
http://www.cronicaglobal.com/es/notices/2014/07/el-derecho-a-decidir-lo-que-me-da-la-ganasantiago-trancon-perez-9850.php


jueves, 10 de julio de 2014

EL DISCURSO DE LA EDAD DORADA (y III)

(Foto: Agustín Galisteo)

Lo que nos conviene aquí señalar es la estrecha vinculación de la tradición judía con una visión idealizada de la naturaleza, en la que los pacíficos agricultores y pastores encarnan el modo de vida más acorde con el orden del universo. El rey David, recordemos, era pastor. La exaltación de la vida natural, la idealización de la vuelta a la naturaleza, el considerar el orden natural como el referente básico del que nace toda moral y toda norma, por encima de las leyes políticas y administrativas, es algo esencial en la visión que don Quijote tiene del mundo y que justifica su actuación. Entenderemos ahora mucho mejor el famoso discurso de la Edad Dorada con que don Quijote encandila a los cabreros:  
Dichosa edad y siglos dichosos aquellos a quien los antiguos pusieron nombre de dorados, y no porque en ellos el oro, que en esta nuestra edad de hierro tanto se estima, se alcanzase en aquella venturosa sin fatiga alguna, sino porque entonces los que en ella vivían ignoraban estas dos palabras de tuyo y mío. Eran en aquella santa edad todas las cosas comunes: a nadie le era necesario para alcanzar su ordinario sustento tomar otro trabajo que alzar la mano y alcanzarle de las robustas encinas, que liberalmente les estaban convidando con su dulce y sazonado fruto”, etc. (I, 11).
Vemos en esta descripción algunos rasgos singulares. El paisaje no responde a los tópicos del Paraíso ni la Arcadia, sino que tiene que ver con el entorno real en el que se encuentran los cabreros: encinas, ríos, peñas, alcornoques... Se insiste en que la tierra es una madre fecunda y generosa y, sobre todo, en que todas las cosas eran comunes y por eso “todo era paz entonces, todo amistad, todo concordia”. Define esa Edad, a la que llama “venturosa” y “santa”, por oposición a la presente, “nuestros detestables siglos”, “nuestra edad de hierro”, aludiendo así a la guerra, pero también a la falta de concordia y amistad, a la violencia sobre la que se asientan las relaciones humanas, movidas por el dinero, la ambición y la posesión privada: “No había la fraude, el engaño ni la malicia mezclándose con la verdad y la llaneza. La justicia se estaba en sus propios términos, sin que osasen turbar ni ofender los del favor y los del interese”. La orden de caballería, nos dice, nació para luchar contra la maldad que destruyó aquellos felices tiempos.
A Cervantes no le interesa recrear un espacio mítico o lejano, sino hablar de lo que tiene delante, de la sociedad y el tiempo en que vive. Se dirige a unos cabreros reales, no a unos falsos pastores, como eran los que protagonizaban las novelas pastoriles. Lo que les predica y explica, no es algo que esté alejado de su modo de vida ni pertenezca a ninguna utópica irrealidad bucólica. Sabemos que por todos los pueblos del antiguo Reino de León, la propiedad comunal era, no una excepción, sino la forma básica de organización social: los bienes más importantes, como los ríos, los montes, los bosques, los prados, la caza..., o sea, las bases de su sustento, eran propiedad de la comunidad o concejo, es decir, de todos los vecinos. Todas las normas nacían del concejo, o sea, de una reunión abierta en la que, formando un corro, todos eran iguales, ejercían la democracia directa, establecían el derecho consuetudinario y resolvían los conflictos. Esta forma de organización ha pervivido hasta hoy, convirtiéndose en uno de los ejemplos más admirables y sorprendentes de resistencia al capitalismo. No es que no hubiera propiedad privada; pero incluso ésta, requería el concurso y la colaboración de todo el pueblo para mantenerse. Los caminos se construían mediante el sistema de hacendera o facendera, o sea, con el trabajo de todos los vecinos; lo mismo ocurría con la organización de otras tareas, como la construcción de las casas, el techado o teitado, el cuidado de los rebaños de ovejas, cabras o vacas (la llamada vecera, que reunía todos los animales del pueblo o aldea), que eran llevadas a pastar por los vecinos, turnándose en este trabajo. Así que el tuyo y mío se sustentaba en el de todos o el común. Esto era una realidad en tiempos de Cervantes, y su origen se remonta a la época prerromana; sin duda debió de conocerla directamente y tenerla muy en cuenta cuando escribe este emotivo discurso de don Quijote. La coherencia entre el entorno geográfico y social y el contenido y las imágenes que evoca, es algo que hemos de tener muy en cuenta y que fundamenta la hipótesis de esta presencia e influencia de “lo leonés” en el Quijote.    
Frente al idealismo platónico, Cervantes acepta la lucha de los contrarios, que trata de reconciliar, pero no de eliminar o ignorar. Detrás de su humor se asoma con frecuencia la melancolía y, en el fondo, el pesimismo. No se fía de la ilusión, por eso no cree en la posibilidad de volver a un mundo unitario, original y puro. La riqueza, la codicia, la mentira, la intolerancia, la guerra han destruido toda posibilidad de volver a ninguna Edad Dorada. La defensa de la sencillez, la espontaneidad, la llaneza, la armonía y cierta idealización de lo rústico y pastoril, no le impide desvelar al mismo tiempo la utopía oculta en esa idealización. Lo pastoril es un tema esencial en Cervantes, pero sobre el que realiza una desmitificación radical.
Cervantes logra lo más difícil, mostrarnos una utopía caballeresco-pastoril, con todos sus atractivos, pero a la vez su opuesto, una contrautopía, al contarnos con igual crudeza y maestría las consecuencias de esa utopía: “Mundo pastoril y mundo caballeresco no son ni cosas separadas, ni siquiera yuxtapuestas, sino los dos hemisferios, perfectamente encajados, de una misma imagen ideal de la sociedad”, nos aclara José Antonio Maravall. Frente a ese mundo, Cervantes “presentó su obra como una contrautopía, escrita a fin de oponerse a la falsificación de la utopía que representaba el propio Don Quijote”.
Cervantes es un humanista, influido por todas las corrientes progresistas y reformistas del momento, pero al que le toca vivir una época de profundo desengaño y decadencia. No renuncia a sus ideales renacentistas, pero se niega al mismo tiempo a cualquier mitificación de esos ideales; no se evade de la realidad que tiene a su alrededor. Le repele la mentira, el engaño, la falsificación y la evasión, no sólo por ser incompatibles con su sentido crítico y observador, sino porque cree que conducen al fracaso, el dolor y sufrimiento inútil.
Hay algo, sin embargo, que no duda Cervantes en criticar: la imposición de un Estado basado en un ejército regular, una economía dineraria y una burocracia administrativa y política inoperante y corrupta. Esta crítica es paralela a la que hace del poder y la imposición de los dogmas de la Iglesia Católica, el fundamento ideológico en que se asienta el Estado, confundiéndose con él.
Don Quijote siente un repulsa hacia toda autoridad política o militar que esté por encima de él. Sólo obedece a su impecable sentido del orden y la justicia basado en el respeto y el modelo de la naturaleza.  
Especial interés tiene su relación con el dinero. Don Quijote es generoso, desprendido, el dinero no le interesa. Preferiría vivir sin él. En su primera salida no lleva ni un maravedí. Cuando no tiene más remedio, le deja a Sancho este asunto; será él quien custodie la bolsa común y la administre.
Cervantes critica el afán de lucro y la avaricia, la pasión por el dinero, tan presente en el desarrollo de la burguesía y el capitalismo. Dirán algunos que esto contradice las afirmaciones que hemos hecho sobre su ascendencia judía. La simplificación y el estereotipo del judío como un ser mezquino y usurero, fue un lugar común extendido desde la Edad Media. Pero hay que recordar que la crítica de la riqueza y el dinero nació en primer lugar dentro del judaísmo. El judaísmo no condena el enriquecimiento lícito, pero siempre supedita la riqueza a la obligación de dedicar parte de los beneficios a hacer obras de caridad y de ayuda comunitaria. El dinero y la acumulación de riqueza no es un fin en sí mismo. Cervantes tampoco acepta la pobreza y la penuria, a la que juzga origen de muchos males y asocia siempre a la injusticia; lo que elogia es el desprendimiento, el desapego de las riquezas, pero por considerar al dinero como un impedimento para alcanzar la pureza de espíritu, la perfección espiritual.
Digamos, para acabar, que don Quijote vuelve a su patria después de intentar poner orden en el caos del mundo, después de realizar su particular tikkun olam. Ha hecho lo que ha podido. La aldea es el único lugar en que puede refugiarse; pero esta vuelta a la naturaleza, este regreso al orden natural no es más que otra utopía. El mundo rural, símbolo y soporte de la ilusión naturalista, está también crisis. Si don Quijote no pudo resucitar la andante caballería, tampoco será posible volver a ninguna alegre y melancólica vida pastoril. Sin embargo, ahí quedan sus ideales: el del valor y el empeño por luchar contra la injusticia, y el deseo de vivir en una sociedad pacífica y tolerante, en permanente contacto con la naturaleza. El discurso de la Edad Dorada sigue interesándonos porque seguimos anhelando tanto la justicia y la tolerancia, como la paz y la serenidad que sólo nos puede ofrecer la naturaleza.

EL DISCURSO DE LA EDAD DORADA (II)

(Foto: Fernando Redondo)

Pero pasemos ya a analizar brevemente el discurso de la Edad Dorada.
Comienza el relato después de la aventura del vizcaíno. Nos cuenta Cervantes que huyendo de la Santa Hermandad, don Quijote “se entró por un bosque que allí junto estaba”(I, 10) y que pronto llegan “junto a unas chozas de unos cabreros”, donde determinan pasar la noche. Este cambio escénico y paisajístico es fundamental, y no podemos pasarlo por alto como han hecho todos los cervantistas “amanchegados”. El entorno en que don Quijote va a pronunciar el famoso discurso de la Edad Dorada no tiene ya nada que ver con el árido paisaje manchego, y esto es significativo. Hay una relación estrecha o congruencia entre el mundo idílico de la Edad Dorada que don Quijote evoca y el paisaje real en el que se encuentran. Veamos cómo lo describe Cervantes.
Sancho “se fue tras el olor que despedían de sí ciertos tasajos de cabra que hirviendo al fuego en un caldero estaban” (I, 11), nos dice para introducirnos en este nuevo ambiente. Es de noche, los cabreros comen sobre zaleas o pieles extendidas en el suelo y les acogen “con buen ánimo” y “muestras de muy buena voluntad”, y les convidan a una calderada y a queso y “bellotas avellanadas” (dulces), sin siquiera preguntarles el nombre ni extrañarse de la anacrónica vestimenta de don Quijote. Es precisamente el modo de vida de esos cabreros, sencillos, libres, tolerantes y hospitalarios, lo que va a motivar en don Quijote su discurso de la Edad de Oro, que se desencadena al tomar en la mano un puñado de bellotas. Los cabreros acogen sus palabras “embobados y suspensos”.
La Edad Dorada es inseparable de la descripción y exaltación de un entorno fértil y pacífico, en que el hombre vive en perfecta armonía con la naturaleza: “Las claras fuentes y corrientes ríos, en magnífica abundancia, sabrosas y transparentes aguas les ofrecían. En las quiebras de las peñas y en lo hueco de los árboles formaban su república las solícitas y discretas abejas, ofreciendo a cualquiera mano, sin interés alguno, la fértil cosecha de su dulcísimo trabajo. Los valientes alcornoques despedían de sí, sin otro artificio que el de su cortesía, sus anchas y livianas cortezas, con que se comenzaron a cubrir las casas, sobre rústicas estacas sustentadas, no más que para defensa de las inclemencias del tiempo. Todo era paz entonces, todo amistad, todo concordia” (I, 11). La naturaleza “sin ser forzada ofrecía, por todas las partes de su fértil y espacioso seno, lo que pudiese hartar, sustentar y deleitar a los hijos que entonces la poseían”. Y “andaban las simples y hermosas zagalas de valle en valle y de otero en otero” (I, 11).
Es importante resaltar que los cabreros comprenden bien a don Quijote, seguramente porque su vida no se alejaba mucho de la que describía el caballero en su nostálgico discurso. Tanto es así que le agasajan luego con el cante de un compañero que “sabe leer y escribir y es músico de un rabel” (I, 11). Este entorno montañoso servirá para situar la historia de Marcela y Grisóstomo que viene a continuación, y todas las que luego con ella se enlazan.
El cabrero que le cuenta la historia de Marcela a don Quijote, dice: “Y si aquí estuviésedes, señor, algún día, viéredes resonar estas sierras y estos valles con los lamentos de los desengañados que la siguen. No está muy lejos de aquí un sitio donde hay casi dos docenas de altas hayas...” (I, 12). Los pastores que acuden al entierro de Grisóstomo van “vestidos con pellicos negros y coronadas las cabezas con guirnaldas de ciprés y de amarga adelfa. Traía cada uno un grueso bastón de acebo en la mano” (I, 13). Poco después “por la quiebra que dos altas montañas hacían, bajaban hasta veinte pastores”, con guirnaldas “cuál de tejo y cuál de ciprés”, y las andas con que llevan al muerto iban “cubiertas de mucha diversidad de flores y ramos” (I, 13).
Aparece entonces Marcela, la bella pastora que vivía en las montañas, y con un altivo y muy razonado alegato defiende su libertad:  “Yo nací libre, y para poder vivir libre escogí la soledad de los campos: los árboles de estas montañas son mi compañía; las claras aguas de estos arroyos, mis espejos; con los árboles y con las aguas comunico mis pensamientos” (I, 14). La libertad va unida a la soledad y el refugio de las montañas.
Más adelante (I, 50) sucederá el episodio de la “cabra manchada”, que ha huido del rebaño. Con este motivo el cura nos dice que ya sabe bien que “las montañas crían letrados” y las chozas “encierran filósofos”. Le replica el cabrero que también “acogen hombres escarmentados”. Estamos muy lejos de la imagen del cabrero rústico e ignorante, rudo, imagen habitual de la literatura de la época. Cervantes, sin duda, alude a esta zona de León, Zamora y la Raya donde se refugiaron muchos judíos, letrados, filósofos y hombres escarmentados, que huían de la Inquisición viviendo como pastores.
Profundicemos un poco más en el contenido y el significado de este discurso. Hay dos corrientes de pensamiento que Cervantes asimila y reelabora de modo original: una, la renacentista, y otra, tradición judía y su concepcion de la naturaleza y el orden natural.
Las referencias humanistas nos remiten a Virgilio, especialmente a las Bucólicas y las Geórgicas. Es evidente la influencia de la tradición griega y del mito de la Arcadia Feliz y su mundo pastoril. Especialmente encontramos en el discurso de la Edad Dorada un eco de la égloga IV de las Bucólicas. Esta égloga celebra el futuro nacimiento de un niño, que no se identifica directamente, que coincidirá con el regreso de la Edad de Oro en la que el hombre recogerá sin esfuerzo los frutos de la tierra y dejará de tener que afanarse en la agricultura o el comercio.
El sentido profético de esta égloga tiene que ver con el mesianismo judío, del que pudo recibir su influencia. Leemos en Isaías 11, 6-8, sobre el futuro tiempo mesiánico: “Vivirá el lobo con el cordero, yacerá el leopardo con el chivo, habitarán juntos el ternero, el león y la oveja y un niño pequeño los guiará. Pacerán juntos el ternero y el oso; juntos descansarán sus cachorros. El león comerá paja como el buey y el niño de teta jugará junto a la madriguera de la serpiente...”
La segunda tradición que Cervantes asimila, decimos, es la judía. La Torá es el texto sagrado más importante de la religión y la cultura judía. Su primer libro, el Bereshit, conocido entre los cristianos como el Génesis, es, a su vez, el más importante de los cinco que conforman el Pentateuco, ya que en él se cuenta el origen del mundo y se fundamenta todo el orden universal. Bien, pues este libro es, ante todo, un canto y reconocimiento de la naturaleza con toda su variedad de seres, plantas y animales, situado dentro de un universo lleno de maravillas y misterios. No es casual que todas las corrientes místicas y cabalísticas del judaísmo partan de la lectura y la interpretación casi inagotable del relato de la Creación, como vemos en el Zóhar de Moisés de León, considerado el más importante cabalista medieval. El hombre aparece en medio del paraíso como una criatura más. Su superioridad nace de la voluntad divina, pero le obliga a vivir respetando todo lo que le rodea. Sólo cuando Adán y Eva rompen el orden natural establecido por el Creador se inicia el caos, la envidia, el trabajo, el sufrimiento y la muerte. Desde ese momento, el mayor deseo del hombre será el volver al Paraíso, pero para ello debe pasar por esta Tierra para purificarse y ser digno de encontrase de nuevo con Dios. De aquí nace el mito del Paraíso Perdido y el deseo de volver a los orígenes. En el Renacimiento se reaviva este mito, ampliando la iconografía bíblica con las imágenes de la mitología y la literatura griega. La Arcadia y el Paraíso adquieren el mismo valor simbólico e imaginario.
El judaísmo, partiendo de esta mitificación de los orígenes, desarrolló un amplio código de principios y normas de conducta que consolidaron una visión de la naturaleza y la vida como la manifestación más visible del poder divino. El respeto a la naturaleza y a la vida en todas sus formas fue la consecuencia más inmediata. El Kashrut es un conjunto de normas que han de guiar el trato del hombre con los demás seres vivos y la naturaleza, base de la importantísima distinción entre comida kósher y no kósher, pura e impura.
No vamos a enumerar los alimentos puros e impuros y los minuciosos y estrictos criterios que se deben tener para distinguir unos de otros. Lo importante es señalar el respeto que imponen estas normas con relación a todas las formas de vida de la naturaleza. En especial, me interesa destacar el hecho de que existe una serie de animales considerados libres o salvajes, que deben ser respetados, a los que no se puede perseguir ni matar, entre ellos la liebre, el conejo, el lobo, el oso, pero también, por otros motivos, las serpientes, las anguilas, las ranas, las cigüeñas, las aves rapaces, los mariscos y la mayoría de los insectos. Esto sirve para preservar la naturaleza como un espacio o territorio intocable, en el que todas estas criaturas han de poder vivir libremente, siguiendo el orden natural que Dios estableció desde el origen de los tiempos, sin que el hombre pueda intervenir para cambiar su curso. El tabú de la sangre nace de ese respeto a la vida (la sangre contiene la vida), ya que la vida es algo que sólo Dios concede y nadie puede interferir en sus designios.
La naturaleza, por tanto, tiene un valor fundamental ya que se convierte en el referente básico del orden natural establecido por Dios. La moral tiene su origen en la imitación de la naturaleza y sus leyes.
Pero no sólo las criaturas de la naturaleza merecen esa atención: la tierra misma debe ser respetada por haber sido creada por Dios. También aquí existen normas que deben cumplirse. No sólo hombres y animales, también la tierra debe descansar el día del shabat. Cada siete años, además, debe dejarse el campo en baldío durante un año para que renueve su vitalidad. Es el llamado año sabático. Los frutos de los árboles y la tierra han de considerarse un don. La fiesta de Shavuot es la del agradecimiento por los primeros frutos o primicias.
El orden de la naturaleza es un espejo en el que debe mirarse el orden social. El hombre ha de imitar a la naturaleza. El concepto de tikkun olam aparece en la Mishná, y se usó para referirse a la obligación de restablecer la justicia social en el mundo. El judaísmo tiene un fuerte sentido de la justicia, un elemento esencial del ideal caballeresco de don Quijote. La expresión tikkun olam puede traducirse como “sanar el mundo”, “repararlo”. El cumplimiento de los mitzvot (preceptos) debe ayudar a restaurar el orden en el universo. En el siglo XVI el cabalista Isaac Luria le dio a esta expresión una connotación más espiritual. Postula que para restablecer el orden del universo es necesaria la recuperación de la luz divina (orot) que contienen los vasos o vasijas (kelim) esparcidas por el universo después de romperse el Gran Recipiente de la Creación que no pudo contener la Luz Primera. El tikkun olam es una reparación o restauración de un orden roto o quebrado. Este proceso de reparación tiene que ver con el Mesías, que llegará cuando todas las naciones hayan alcanzado o estén a punto de alcanzar esa reparación y reine la paz y la fraternidad en el mundo. Tanto la idea de justicia social como la de reparación del universo, remiten a la búsqueda utópica de un mundo y una sociedad en equilibrio o perfecta. En la formulación de la necesidad de volver al orden natural universal, perdido en los orígenes de la Creación, vemos que confluyen los mitos del Paraíso Perdido, la Arcadia Feliz, la Sociedad Justa y el Universo Perfecto. De aquí nacerá también la nostalgia de la Edad Dorada (que contiene y sintetiza esta tradición) que mueve a don Quijote en su lucha por restablecer la justicia en el mundo.
Todavía hay otra influencia que determina el sincretismo simbólico de estos mitos y tradiciones: la búsqueda de la Tierra Prometida. El Éxodo la describe como “una tierra que mana leche y miel”. Con su propensión a la hipérbole, se habla de racimos tan grandes que debían ser transportados por dos hombres, la miel fluía de los dátiles de las palmeras y un hombre apenas podía cargar él solo con un higo. El hecho de que los judíos fueron expulsados de esa Tierra convirtió a Israel en la encarnación de estos mitos del regreso. La vuelta a Israel tenía el valor simbólico del regreso al Paraíso, a la Tierra Prometida, la Arcadia Feliz y la restauración de una Sociedad Perfecta dentro del Orden Universal. Los inicios del Estado de Israel, basados en la ideología socialista e igualitaria de los kibbutzim, son en gran parte el resultado de toda esta tradición.

EL DISCURSO DE LA EDAD DORADA (I)

Este es el texto de una ponencia que he presentado el pasado 3 de julio en un Congreso de Zamora.

(Foto: Fernando Redondo)


LAS MONTAÑAS DE LEÓN COMO FUENTE DE INSPIRACIÓN DEL DISCURSO DE LA EDAD DORADA: EL ORDEN NATURAL Y LA UTOPÍA NATURALISTA. 
(HUELLAS JUDÍAS Y LEONESAS EN EL DISCURSO DE LA EDAD DORADA) 
Santiago Trancón Pérez

El discurso de la Edad Dorada, situado al comienzo de libro (I, 11), tiene una importancia capital para comprender el sentido y la intención del Quijote. El propósito de esta ponencia es desvelar las huellas judías y las referencias leonesas implícitas en este capítulo, lo que confirmará la influencia que tanto la cultura judía como el entorno geográfico y social de las montañas de León, tuvo en la elaboración del libro más importante de la literatura española y universal.
Empecemos por realizar un análisis del espacio en el que se desarrolla este episodio. En contra de los tópicos y dogmas del cervantismo oficial y la iconografía reduccionista a que ha sido sometido el Quijote, el espacio manchego no es más que un referente inicial que nunca aparece descrito en sus páginas y funciona, sobre todo, como un recurso literario. Las incongruencias de la vegetación, la fauna, el paisaje y las costumbres que presentan la mayoría de los episodios del Quijote con relación al espacio manchego no son sólo evidentes, sino esencialmente significativas.
La aventura de don Quijote se inicia cuando abandona su pueblo para irse a recorrer el mundo. El primer reto de don Quijote, y condición de todos los demás, es el de alejarse de su patria, extralimitarse, salir de sí para ir en busca de aventuras con el afán de que sus hazañas sean conocidas en el mundo entero. La Mancha es el símbolo de lo local y conocido que debe ser superado para abrirse a lo universal y desconocido. Al poco de salir de ese espacio, Cervantes empieza a llamar famoso español a don Quijote (I, 9). El inicial espacio manchego le resultó enseguida a Cervantes demasiado pequeño y monótono para poder desarrollar en él las increíbles aventuras de su protagonista. Tuvo que llevar los hechos de la ficción a otro espacio y otro entorno cultural y social mucho más acorde con sus intenciones. Es aquí donde aparecen las montañas de León como un espacio geográfico fundacional, sin el cual no se entienden la mayoría de los episodios de la novela.
Quiero precisar mi afirmación. Con la expresión “montañas de León” me refiero a la montaña noroccidental de la Península que abarca tanto la comarca del Teleno, los Montes Aquilanos, la Maragatería, la Cabrera y la Sierra de Sanabria, como su prolongación natural, las riberas del Esla y la meseta de Tierra de Campos, Benavente, Aliste, Tierra del Pan, Tierra del Vino y Sayago. Es una zona geográfica que tiene más que ver con el antiguo Reino de León que con las actuales fronteras administrativas. Creo haber demostrado en mi investigación (plasmada en el libro Huellas judías y leonesas en el Quijote) que esta zona es la que Cervantes tiene en su mente cuando crea la ficción de su novela. Digo que la usa como fuente de inspiración, no como documento o referencia realista. Sería incongruente con su propósito el sacar a don Quijote de la Mancha para trasladarlo a otro espacio igualmente localista o limitado. El paisaje y el entorno ha de ser, por lo mismo, indeterminado, símbolo y representación de ese viaje hacia lo desconocido. No esperemos, por tanto, referencias concretas a este espacio zamorano-leonés, pero sí suficientes indicios y alusiones como para poder acercar la ficción cervantina a esta zona y afirmar que Cervantes tuvo que echar mano de sus recuerdos y vivencias para construir gran parte de su ficción. Este hecho, entre otros, nos permite afirmar que Cervantes procede de las montañas de León, donde hemos de situar el origen de su linaje, y que por estas tierras hubo de vivir en su infancia y adolescencia.
Me objetarán que por qué Cervantes nombra a distintos pueblos de la Mancha y encubre, al mismo tiempo, cualquier referencia directa a los pueblos o toponimia de las montañas de León. Hay una explicación para ello. En primer lugar, la necesidad de mantener cierta coherencia narrativa, haciendo verosímil el itinerario de don Quijote. Su crítica a los fabulosos viajes por tierras remotas que contaban los libros de caballerías le obligó a ceñirse a un espacio mucho más real y cercano al lector. Sin embargo, a medida que va creciendo el relato, Cervantes, sin romper ese hilo realista, va trasladando las aventuras a un paisaje y unos lugares cada vez más alejados de la Mancha. En la tercera salida, ya libre de toda atadura geográfica o cronológica, nos lleva hacia Barcelona en un viaje de ida y vuelta absolutamente inverosímil desde un punto de vista realista.
Pero hay otra poderosa razón para que Cervantes ocultara, trastocara o trasladara los espacios reales en los que se inspira hacia otros lugares manchegos o zaragozanos. El principal motivo es el deseo de no dar a conocer sus orígenes ni los de su familia. No se trata de ningún olvido o descuido, sino de una voluntad de encubrimiento. Cervantes era un criptoconverso, o sea, alguien que tenía que ocultar, no sólo su posible simpatía o adhesión al judaísmo, sino borrar su propia condición de converso. Lo hizo por una necesidad de supervivencia, no por renegar de su origen y condición. Recordemos que el tiempo de Cervantes fue sin duda el peor de la historia para los judeoconversos. Desaparecidos los judíos oficialmente a partir de 1492, perseguidos y llevados a la hoguera todos los sospechosos de judaizar, el foco de atención y persecución se dirigió hacia los conversos. El odio a los judíos se desplazó hacia ellos, y de nada les sirvió proclamar públicamente la fe católica, pues siempre fueron considerados sospechosos. Había que impedir, por otra parte, su ascenso social, su poder y su influencia creciente. Proclamarse, no ya judío (algo imposible), sino simplemente converso, era la peor carta de presentación para poder vivir tranquilo o aspirar a ascender socialmente. Cervantes no duda en defender el disimulo, el disfraz, el fingimiento, el refugio en la propia conciencia y la necesidad de guardar las apariencias, para liberarse del estigma de judeoconverso.

martes, 1 de julio de 2014

ANHELO DE DISOLUCIÓN

El 6 de septiembre de 2012 escribí esto:
(Foto: S. Trancón)


Vienen veloces del azul oscuro, al anochecer, quién sabe qué, o quiénes, y me inquieta su sombra, aleteos negros que tiemblan, reverberan y desaparecen al instante. Fugaces señales de ese otro mundo que no veo, pero que sé que está aquí, ahí, rodeándome, yo sumergido en él sin apenas saberlo. Al otro lado de ese velo invisible. Esa vibración oscura deja su eco dentro de mí, en el centro de mi pecho, una inquietud anhelante, ondas que no encuentran su reposo en el mar del infinito. La paz. La serenidad. El infinito contemplando al infinito. Y de pronto, las hojas oscuras y brillantes del magnolio se recortan contra el azul eléctrico del cielo, mientras contemplo el mar abajo en profunda calma. Esa suavidad me invita a una dulce disolución. La vida, esa fugaz vibración oscura, un aleteo, un anhelo de intensidad. Así el ser que vino de la nada vuelve a su eterna e inconmovible calma, olvidando hasta la posibilidad de ser, habiendo sido. 

jueves, 19 de junio de 2014

EL YO ES LO QUE MENOS IMPORTA



El yo es la imagen que el sujeto tiene de sí mismo.
El yo es una construcción subjetiva imaginaria y, como tal, no se basa en ninguna esencia o sustancia real que podamos identificar como tal.
El yo, al ser una construcción mental imaginaria, exige una atención y una energía constante para constituirse y mantenerse.
El yo es, por su propia naturaleza, una entidad mental frágil, sometida constantemente a prueba en la medida en que la imagen del sujeto no es una realidad fija, sólida, consistente, sino cambiante.

El sujeto construye su yo tanto a partir de sus propias
experiencias como de las experiencias de los otros. La imagen que el sujeto se hace de sí mismo depende en gran parte de la imagen que los otros se hacen de él mismo. Construimos nuestra propia imagen a partir de la imagen que los otros se hacen de nosotros mismos.

El yo es necesario para nuestra seguridad psíquica y mental. No podemos prescindir de él.
El yo es la primera persona verbal sin la cual no es posible construir el lenguaje. El yo nos identifica lingüística y socialmente, nos diferencia de los otros y nos permite comunicarnos con ellos.

¿Por qué digo, sin embargo, que el yo es lo que menos importa?

Porque el yo no es la totalidad de uno mismo.
Cuando el yo absorbe toda nuestra energía, cuando de ser un instrumento útil se convierte en dueño y señor de todo lo que somos, cuando deja de ser un sirviente y se convierte en amo, cuando deja de ser consejero y se convierte en dictador, cuando nos hace sus esclavos, cuando todo cuanto hacemos y pensamos y sentimos está en función del yo, de la imagen de uno mismo, de la preocupación por uno mismo y por la imagen que los demás se hacen de uno mismo..., entonces perdemos toda libertad para ser la totalidad de los que somos.

Somos mucho más que un yo. 
Somos un cuerpo que siente.
Somos una conciencia que se da cuenta.
Somos una mente que conoce.
Somos seres que perciben.
Somos seres que aman.
Somos seres que crean.
Somos seres que ríen, gozan, disfrutan...

Cuando el yo se convierte en lo más importante, todo lo demás deja de ser importante.

(Fotos: Fernando Redondo)




lunes, 12 de mayo de 2014

ALGUNAS FRASES DEL QUIJOTE

El Quijote está lleno de frases y reflexiones que pasan con frecuencia desapercibidas en una primera lectura. He aquí algunas, entre otras muchas:

(Foto: Fernando Redondo)

Dice Sancho de don Quijote: "... no sabe hacer mal a nadie, sino bien a todos". Y don Quijote de sí mismo: "Yo no sé si soy bueno, pero sé decir que no soy malo".  Hoy, cuando somos dominados y controlados por los más viles, conviene recordar el ejemplo de don Quijote, que acaba su vida llamándose con justicia Alonso Quijano el Bueno. De Machado se dijo que fue, ante todo, "un hombre bueno". La bondad nace de la capacidad de salir de sí mismo para ponerse en el lugar del otro. Como sabemos muy bien lo que nos ofende, podemos saber del mismo modo lo que ofende a los otros. ¡Pasar la vida sin hacer mal a nadie! ¡No ser malo! Tan sencillo y tan difícil. Un compendio de pedagogía. ¿Pero en qué sistema educativo aparece como objetivo fundamental?

Otra frase que ha despertado mi reflexión: "Las verdades tanto son mejores cuanto son más verdaderas". En el difícil equilibrio entre verdad y ficción, Cervantes añade esta distinción entre verdades "más y menos verdaderas". No todas las verdades son iguales. Las hay más verdaderas que otras. No sólo hay que rechazar la mentira y el engaño, sino saber elegir de entre las verdades, aquellas que son más verdaderas. No es un juego artificioso de palabras. El concepto de verdad, por más que sea una elaboración subjetiva, ha de fundamentarse siempre en un hecho o realidad objetiva. Y cuando más cerca esté de ese hecho o realidad, más verdadera es. Me sirve este razonamiento para contestar a los que dicen que mi interpretación de la verdad judeoconversa de Cervantes y el Quijote sólo es una más entre las muchas interpretaciones posibles. Sí, pero yo les contesto que, entre todas, esta verdad es la más verosímil y la más verdadera. Mucho más que la católico-manchega.

martes, 6 de mayo de 2014

UN ARTÍCULO DEL PERIÓDICO "AURORA" DE ISRAEL


En el Periódico "AURORA", el más importante editado en español en Israel, han publicado este artículo sobre el origen judío y leonés de Cervantes que recoge mi investigación sobre el tema. Mi estudio, que es académico, pero no academicista, que es cervantino y no cervantista, trata de unir el rigor en el análisis del texto del Quijote y los fundamentos históricos, con un lenguaje y estilo ameno y directo, sin exhibiciones pedantescas ni afirmaciones gratuitas o fantasiosas. Nacido de mi amor a la verdad, la pasión por el conocimiento y la admiración por nuestro pasado hispanojudío, no pretende buscar el aplauso o reconocimiento de la Iglesia Cervantina, llena de dogmas y celosos inquisidores, sino despertar el interés por Cervantes y su obra más universal y reconocida, invitando a una lectura nueva y mucho más enriquecedora.


http://www.aurora-israel.co.il/articulos/israel/Cultura/57675/

https://www.youtube.com/watch?v=mOBICL1QKzo

viernes, 2 de mayo de 2014

VEO VEO. ¿QUÉ VES?


No vemos sólo con los ojos, vemos con el cerebro. Los ojos tienen que aprender a ver. Se puede tener perfectamente la retina, el nervio óptico y los centros neurológicos del área de la visión y, sin embargo, no ver. Desde pequeños nos enseñar a ver. A ver lo que hay que ver y dejar de ver lo que no hay que ver.

La visión ocupa la tercera parte del cerebro. Los estímulos visuales requieren gran cantidad de actividad cerebral para transformarse en imágenes tridimensionales y situarlas en el espacio. Además, hemos de focalizar: sólo podemos ver lo que ocupa un punto frontal concreto y limitado; lo demás, o es difuso, ni lo vemos. La atención selecciona, a su vez, lo que podemos ver conscientemente. Para ahorrar energía, el proceso de la visión, como el de todos los sentidos, se automatiza.

Vemos lo que hemos visto y lo que hemos aprendido a ver. Nos anticipamos, completamos, construimos e inventamos lo que vemos. El cerebro tiene que amalgamar todos los estímulos visuales para formar imágenes coherentes y por eso recurre a la automatización del proceso. Todo esto es necesario y adaptativo, pero nos limita mucho, porque podemos ver mucho más de lo que vemos. El mundo es mucho más de lo que vemos.

Toda visión es, en gran parte, una alucinación. La actividad interna, retroalimenta y modula los datos sensoriales externos. Actuamos siguiendo pautas, modelos, patrones internos. Rechazamos y borramos todo lo que no encaja en esos modelos. 

Para enriquecer nuestra vida, nuestra experiencia, nuestra visión de la realidad, hemos de "para el automatismo perceptivo". Podemos alterar nuestra percepción ordinaria y experimentar otro modo de ver, observar y percibir la realidad. Suspender la actividad cerebral automática y crear vacíos, huecos, silencios cerebrales. La visión cambia entonces. En un primer momento todo se hace más confuso y difuso, pero luego podemos enfocar la visión para ver la realidad más como es, más misteriosa, más indeterminada, más "cuántica". Vemos lo que, aún estando ahí,  nunca antes lo habíamos visto. 

Si logramos ver de modo distinto, paralizando la visión rutinaria, nos damos cuenta enseguida que ver no es sólo un asunto de los ojos, sino de todo el cuerpo. El oído y el tacto también ven. La visión se hace "sinestésica", los estímulos se entrelazan y potencian. Se pueden entender así un poco mejor la mística, pero también de la experiencia artística y creativa. 











miércoles, 16 de abril de 2014

ELOGIO DE LA DESPREOCUPACIÓN


(Foto: Miguel del Hoyo)
Definamos primero la preocupación: un estado de ansiedad motivado por la anticipación de un acontecimiento futuro. Se focaliza la atención en algo que nos puede ocurrir y se adelantan sus consecuencias negativas. La preocupación nace del miedo. El miedo, a su vez, surge de la imposibilidad de controlar todo lo que nos puede ocurrir en el futuro.

La preocupación responde a una lógica perversa: si estamos alerta podemos prevenir mejor lo que nos pueda suceder. Pero como las posibilidades de que algo malo nos pueda suceder son prácticamente infinitas, cuanto más alerta estamos, mayores son los peligros descubrimos a nuestro alrededor. Además, más inclinados estamos a propiciar el cumplimiento de nuestros temores (la profecía autocumplida)

Hay preocupaciones concretas, circunstanciales, y otras más o menos abstractas y permanentes: desde la preocupación por una muela al miedo a un cáncer, de la declaración de la renta a morir en la carretera. La lista de nuestros miedos puede ser tan abrumadora como inabarcable. Las sociedades modernas, comparadas con otras épocas, han  aumentado terriblemente el número de nuestras posibles desgracias.

La estrategia de la preocupación, por tanto, parece algo natural e inevitable. Sin embargo, podemos preguntarnos por su eficacia. Es cierto que la preocupación produce un primer efecto tranquilizador al proporcionarnos una especie de "ilusión de control". Pero muy pronto desaparece este efecto y se produce una especie de huida interminable hacia adelante: aumentamos el nivel de preocupación y alerta para contrarrestar la propia ansiedad nacida de la preocupación. Un circulo vicioso, basado en los mismos mecanismos de la adicción: cada vez necesitamos más dosis de preocupación.

No hay mejor camino que desmontar el mecanismo de la preocupación: se basa en un autoengaño y una ilusión. Hemos de sustituirlo por algo mucho más racional: la prevención. La prevención es todo lo contrario de la preocupación. No se trata de negar las amenazas o peligros, sino de analizarlas y actuar consecuentemente. Cuanto más ansiosos y preocupados estamos, menor es nuestra capacidad de análisis y actuación.

(Foto: Vicente García)


La despreocupación tiene mala fama: se identifica con pasotismo e irresponsabilidad. Nada tiene que ver. La despreocupación es un estado de no preocupación. Es, sencillamente, no preocuparse por nada. Para alcanzar ese estado de serenidad y ausencia de miedo y ansiedad, se necesita disciplina interior, conciencia y aceptación. Aceptar, en primer lugar, que no somos inmortales; o sea, que nada ni nadie nos va a librar de morir.

La despreocupación no nace de ninguna falsa ilusión de control, sino de la conciencia de nuestra finitud temporal, de nuestra fragilidad física, nuestra limitación mental, nuestra inestabilidad emocional, nuestra insignificancia social (por muy encumbrados que estemos), nuestra dependencia material y psicológica. Una vez que nos aceptamos como somos, entonces podemos apreciar mejor nuestras enormes capacidades y posibilidades.

La preocupación es una trampa, una creencia, una superstición. No creas en el poder de la preocupación. Los problemas no desaparecen por preocuparnos de ellos. Tampoco aumentan con nuestra despreocupación. Cultiva la serenidad, la despreocupación, la aceptación. No hay mejor camino para despertar nuestra energía y confianza. Para enfrentarnos a las amenazas, peligros y miedos. Para actuar con eficacia y determinación.


viernes, 4 de abril de 2014

ANTONIO GAMONEDA HABLA DE LAS HUELLAS JUDÍAS Y LEONESAS DEL QUIJOTE

(Foto:Vicente García)
Intervención del Premio Cervantes Antonio Gamoneda en la presentación del libro “Huellas judías y leonesas en el Quijote. Redescubrir a Cervantes”, el 26 de marzo de 2014 en el Instituto Leonés de Cultura.


Estoy aquí por razones de amistad, y por voluntad y homenaje a la inquieta y alta personalidad creativa de Santiago Trancón, pero también para declarar mi interés por sus razonables hipótesis relacionadas con las huellas judías y leonesas en el Quijote. Huellas más gratamente atractivas con relación al mismísimo Cervantes. No voy a hacer una presentación al uso del libro de Santiago, algo que realizará luego Pedro Trapiello, pero sí voy a decir algo que me concierne, que me parece importante y que me acerca a las ya dichas razonables hipótesis de Trancón.

En otra ocasión, con seria responsabilidad, dije algo que de modo abreviado quiero repetir hoy y aquí: Sería simpleza inaceptable afirmar que en el Quijote no hay un trasunto, una creación autorreferente del propio Cervantes. Las pruebas están ahí y no hay más que verlas. El Quijote es una emanación de la vida, repito y subrayo ahora, una emanación de la vida de don Miguel. Don Quijote no es sólo imaginación. Don Quijote es don Miguel. Las locuras de don Quijote son representación de la conciencia, del pensamiento de don Miguel. Cervantes, para sobrevivir malamente, tenía que ofrecerse a la muerte. Vender su sangre en el mercado de las grandes empresas, negociadas a la contra entre los poderosos; practicar incluso dudosas prácticas, soportar los insultos de Lope de Vega, que al parecer fue su casero; pasar por el comercio (no sé hasta dónde disimulado) que de su cuerpo tuvieron que hacer sus hermanas. Cervantes era pobre. Cervantes era un oprimido, un creador oprimido.

En las locuras de don Quijote hay una constante. Don Quijote, o don Miguel, ignorando cualquier estatuto, da cuenta de la dialéctica universal y encontrada entre los fuertes, los ricos, los poderosos, sean éstos molinos de viento, alguaciles, duques... La dialéctica entre esos poderosos y los débiles, los pobres, los maltratados..., sean éstos pastorcillos apaleados, galeotes o villanos escarnecidos. En cualquier caso don Quijote declara terminantemente su vocación: “Aquí encaja la ejecución de mi oficio, deshacer fuerzas, socorrer y acudir a los miserables”. Me pregunto, que si Cervantes tuvo la vida que tuvo y don Quijote piensa y se esfuerza como lo hace, ¿no está clara la correspondencia entre las circunstancias existenciales de Cervantes y la locura rebelde y justiciera de don Quijote? Las fantasías creadas, ¿no están expresando las dolorosas verdades de su creador, sus necesidades y sus deseos?

Quiero hacer dos citas breves iniciales y quizás subalternas en el conjunto de la obra de Santiago. Escribe Trancón que el Bachiller Sansón Carrasco, que bien lo conocía, dice de don Quijote que “tiene la nariz aguileña y algo corva” y es “de bigotes grandes”. Cervantes por su parte se describe a sí mismo como “de rostro aguileño, nariz corva y bigotes grandes”. La igualdad de los retratos es total. Trancón hace la cita para presentar indicios de la presunta estirpe judía de Cervantes, pero también para hacernos ver que Cervantes atribuye a don Quijote idénticos rasgos tipificantes que a sí mismo. Tipificantes en el pensamiento popular y amplio, si no etnológico o antropológico, como es la configuración del rostro caracterizadamente judío. Esta igualdad a mí me basta. Y les diré por qué. Me basta como indicador sencillo, pero claro y hasta objetivo, de que Cervantes se identifica con don Quijote, y que su obra es trasunto y emanación de su propia vida. Son dos descripciones iguales referidas al rostro, pero que están presuponiendo que para Cervantes don Quijote, su creación, es necesariamente él mismo. Quizás Cervantes sabía poco de su propia grandeza y la de don Quijote, pero en su imaginación traslada poéticamente a su obra la propia dimensión de su vida. Porque el Quijote es un libro esencialmente poético, en el que está toda la poesía del mundo.

Queriendo o sin querer, Cervantes, en esta tipificación del rostro está declarando que don Quijote es él y que don Quijote es una emanación de su propia vida. Así que tienes razón Santiago, hay mucho que desvelar de Cervantes y el Quijote. Como bien escribes, “parece que ha llegado la hora de sacar a la luz algunas cosas ocultas sobre la vida de nuestro escritor más insigne y que salga a flote alguna verdad nueva sobre su obra, por encima del mar de opiniones y comentarios, no siempre acertados, que desde hace cuatrocientos años ha suscitado”.



Yo pienso que los deseos de Santiago Trancón son justos y no excesivamente exigentes. Pienso, a la luz de aportaciones como la de Santiago Trancón, y de otras venideras, que una visión más profunda, otra comprensión, simultánea, pero real, del Quijote, es hoy más importante y más oportuna que nunca, teniendo en cuenta los tiempos que estamos viviendo. 

domingo, 30 de marzo de 2014

EL MISTERIO DE LA AUTOCONCIENCIA


La conciencia es un darse cuenta.
El nivel más bajo de la conciencia es puramente reactivo.
Un organismo percibe algo que afecta a su supervivencia y reacciona.
Aquí no hay distinción entre la percepción del estímulo, el darse cuenta y la reacción.

El desarrollo de la conciencia humana ha ido separando la percepción, del darse cuenta, y el darse cuenta, de la reacción.
Los estímulos sensoriales se van "armando" (articulando, integrando) hasta construir un todo, una "imagen" perceptiva. La percepción es una construcción cerebral: destaca unos estímulos y desecha otros.

El siguiente nivel de conciencia consiste en romper el automatismo de la percepción (una vez construida, la interpretación perceptiva se convierte en automática a través de la repetición).
Somos capaces de establecer una distancia y un tiempo entre la percepción y la reacción.
La conciencia nos permite pararnos y darnos cuenta, no sólo de lo que percibimos, sino del hecho de que estamos percibiendo.

El nivel más elevado de nuestra conciencia aparece cuando nos damos cuenta de que somos nosotros los que percibimos: alguien o algo percibe.
Se produce la distinción entre lo percibido y el que percibe.

A partir de este momento, nosotros mismos nos convertimos en el objeto de nuestra propia percepción: surge la autoconciencia. Pero este hecho nos produce una profunda extrañeza, porque implica un desdoblamiento: hemos de salir de nosotros mismos para poder vernos a nosotros mismos.

La autoconciencia es un estar dentro y fuera de sí mismo a la vez.
Al elevar nuestra conciencia nos escindimos, nos damos cuenta de que estamos a la vez en el mundo y fuera de él.
Para tomar conciencia hemos de separarnos del mundo, pero de lo que nos damos cuenta entonces es de que no somos más que una parte de él.

Si estuviéramos totalmente fundidos con el universo, no podríamos tener conciencia de él ni de nosotros mismos.
Necesitamos ser finitos y estar separados para poder tomar conciencia del mundo. La conciencia nace de la finitud y la separación.
La conclusión, tremenda, es que el Infinito, para tomar conciencia de sí mismo, necesita de nosotros, o sea, de nuestra finitud.

Toda autoconciencia nos produce extrañeza porque nos conecta con la Conciencia del Infinito.
La conciencia es un asunto que va mucho más allá del yo. No hay modo de explicar esto. Es un misterio.
(Fotos: S. Trancón)



miércoles, 19 de marzo de 2014

LENGUAJE Y PENSAMIENTO

(Foto: S. Trancón)

No hay pensamiento sin lenguaje. Pensamos con palabras y a través de ellas. Pero el lenguaje es algo más que pensamiento. El lenguaje es una estructura que funciona según sus propias leyes.

El lenguaje es un instrumento. Como instrumento, busca siempre la eficacia. Para ser eficaz, ha de ser rápido; y para ser rápido y eficaz, necesita crear, a través de la repetición, sus propios automatismos.

El lenguaje es en gran parte un proceso automático e inconsciente. El pensamiento consciente está limitado y determinado por la estructura y la función automática del lenguaje. Pensamos con las palabras, pero las palabras también piensan por nosotros.

Para pensar es necesario romper el automatismo del lenguaje. El lenguaje, que hace posible el pensamiento, es también quien lo dificulta. Las palabras dicen, pero al mismo tiempo no nos dejan decir. Las palabras nos ayudan a pensar, pero también nos impiden pensar.

Decir es dejar de decir. Decir algo es renunciar a decir otra cosa. Hay que elegir. Pensar algo es dejar de pensar otra cosa. Pensar es también sopesar y elegir.

La palabra oculta y revela a la vez. El pensamiento ilumina y oscurece a la vez.
El lenguaje limita el pensamiento, pero el pensamiento transforma el lenguaje y amplía sus límites.

El pensamiento y la palabra son energía, mueven la energía, canalizan la energía. Cuanta más energía tengamos, mayor capacidad tendremos para transformar la palabra y ampliar los límites del lenguaje.

Vivir es pensar y hablar intensamente. Para vivir y pensar intensamente hay que acumular energía y aprender a canalizarla. Para acumular energía hay que aprender a dejar de hablar y de pensar para sumergirse en el silencio y el vacío. Sin el silencio y el vacío sólo hay parloteo, pensamiento repetitivo.






lunes, 10 de marzo de 2014

UN PASEO POR EL PARQUE

Esta tarde me he dado un paseo por el Parque de la ribera del Manzanares. Madrid, en contra de su fama mesetaria, tiene más parques y zonas verdes que muchas otras ciudades del mundo. Es, por ejemplo, muchísimo más verde que Montréal, ciudad en la que estuve hace un par de años, que me sorprendió por su "aridez" paisajística.

He dado un paseo y, sin pretensión alguna, con una camarita de esas que caben en la palma de la mano, he hechos unas fotos. Aquí van, simplemente porque me gusta el contraste entre esa cabeza "embarullada" (como es la de la mayoría), y las reverberaciones del agua en la que nadan apaciblemente los patos y las fochas.












jueves, 6 de marzo de 2014

CÁBALA Y CREATIVIDAD

(Foto: Marimar Trancón)

Leo el excelente libro de Mario Sabán, Maasé Bereshit (El Misterio de la Creación) y trato de asimilar alguno de los principios básicos de la Cábala, aquel que explica la existencia del mundo (de todo lo que existe, el universo visible y todos los universos invisibles) como un proceso que se origina a partir de una “contracción” (tzimtzum) del Ein Sof (el Infinito) sobre sí mismo. Este “repliegue” crea “un vacío” a partir del cual puede surgir todo lo que existe. Sin ese vacío no sería posible la Creación, que no es más que una manifestación del Ein Sof. 
Mientras leía esto escribí unas líneas que ahora reproduzco:

Para crear primero ha de hacerse un vacío.
Hay que retirar la atención y la energía, retraerla de algún lugar para que surja un vacío en el que pueda aparecer lo nuevo.
El vacío es un espacio necesario para que pueda surgir la creatividad.
Para crear primero hay que despojarse de algo.
No hay creación sin destrucción previa de algo.

La creación se produce al penetrar en el vacío la energía del Infinito.
La creación es una revelación, una manifestación de la energía y la conciencia del Infinito.

Somos fragmentos finitos de una conciencia infinita.
Somos fragmentos, cápsulas finitas de energía conectadas con una energía infinita.

Para crear (crear es hacer surgir algo nuevo, anteriormente inexistente) es preciso “retirar” nuestra energía y nuestra conciencia de aquello a lo que está “enganchada” (pensamientos, esquemas mentales, hábitos, rutinas, automatismos emocionales...) para lograr un instante vacío, un silencio interior, que permita una conexión con el Infinito, la fuente de toda creatividad.

El sujeto de la creatividad no es el yo. La fuente de lo nuevo no reside en nosotros mismos. Se equivocan los que creen que con esfuerzo pueden sacar de sí mismos lo que proviene del Infinito.
Nuestro esfuerzo no consiste en “construir” nada, sino en despojarnos de todo para crear un vacío dentro de nosotros mismos en el que se pueda manifestar lo nuevo. 

La creatividad es una manifestación, no de los poderes del yo, sino del Misterio del Infinito, del que ha surgido todo. 

domingo, 23 de febrero de 2014

POR QUÉ ME FUI DE CATALUÑA

HE PUBLICADO ESTE ARTÍCULO en la "CRÓNICA GLOBAL" reflexionando sobre los motivos que me llevaron a abandonar Cataluña a finales de 1981. Llevaba más de 10 años viviendo en Barcelona, la ciudad más abierta y libre de España a finales del franquismo, hoy oficialmente dominada por la intransigencia independentista, aunque todavía se resiste a la asimilación forzada y la imposición del monolingüismo excluyente.

http://www.cronicaglobal.com/es/notices/2014/02/por-que-me-fui-de-cataluna-5149.php

(Foto: Fernando Redondo)

http://www.cronicaglobal.com/es/notices/2014/02/por-que-me-fui-de-cataluna-5149.php

miércoles, 19 de febrero de 2014

UNA RESEÑA EN "TARBUT SEFARAD"

(Foto: Vicente García)


Acaba de salir esta reseña en Tarbut Sefarad sobre mi libro.


Lunes, 17 de febrero de 2014

Santiago Trancón está preparando la publicación del libro Huellas judías y leonesas en el Quijote. La obra, que edita Punto Rojo, está en la imprenta y la previsión es que a finales de este mes de febrero ya esté disponible. Se trata de un libro que revoluciona todos los estudios que se han llevado a cabo hasta hoy sobre Cervantes y el Quijote. Imprescindible para entender el sentido y las claves de la novela más importante de todos los tiempos. Una investigación rigurosa, escrita con entusiasmo y claridad, que presenta ante el lector a un Cervantes desconocido y apasionante.
Un estudio atrevido que rebate interpretaciones y dogmas poco fundamentados, que redescubre e ilumina los aspectos más esenciales del Quijote, en gran parte ocultos o ignorados.
Escribe su autor:
“La curiosidad nos mueve a conocer lo desconocido. La curiosidad, la inquietud y el amor al conocimiento me movió a mí a sospechar que todo lo sabido y consabido de Cervantes y el Quijote tenía ya mucho polvo encima, con lo que apenas se reconocían ni el autor ni la obra más famosa y estudiada de la historia. El Quijote y Cervantes necesitan ser releídos, redescubiertos y revalorizados. Necesitamos construir una interpretación más ajustada a la verdad histórica y literaria”. Y aclara: “No se trata de destruir nada, sino de defender una interpretación distinta de la vida y la obra de nuestro escritor más universal y reconocido, basada en la lectura atenta y sin prejuicios del texto, huyendo por igual de dogmas academicistas como de conjeturas sin fundamento”.
El origen judeoconverso de Cervantes, la intencionalidad crítica y paródica del Quijote, la vinculación de su autor con el entorno geográfico y social de la montaña, la ribera y la meseta leonesa, así como la influencia de este espacio en la creación literaria cervantina, son, según este autor, elementos fundamentales para entender el Quijote y elaborar un discurso y una nueva iconografía, mucho más sugerente y atractiva que la hasta ahora divulgada. El lector descubrirá aquí datos, hechos, indicios y evidencias inexplicablemente ignoradas hasta ahora, a pesar de ser tan reveladores. Escrito con rigor y amenidad, este libro no defraudará a ningún lector curioso, inquieto y amante de la verdad.


Biografía del Autor
Santiago Trancón Pérez, nacido en Valderas (León), es doctor en Filología Hispánica, premio extraordinario de tesis doctorales por la UNED en el 2006, y tiene editados, entre otros libros: De la naturaleza del olvido (poesía, Colección Provincia, León 1989), En un viejo país (novela, Huerga y Fierro, 1997), Teoría del Teatro (ensayo, Fundamentos, 2006), Castañuela 70. Esto era España, señores (VVAA, estudio histórico, Ramalama Music, 2006), Teatro breve de Rafael Gordon (edición y estudio, Fundamentos, 2006) Desvelos de la luz (poesía, primer finalista del II Premio Viaje del Parnaso, Huerga y Fierro, 2008) Memorias de un judío sefardí (Infova Ediciones, 2011) Además, ha publicado cientos de artículos de análisis y crítica teatral y literaria en El Viejo Topo, Ajoblanco, Diwan, Primer Acto, Cuadernos Hispanoamericanos, Signa, Epos, etc. Ha sido crítico teatral de Diario 16 y El Mundo. Profesor de Lengua y Literatura Española, ha impartido la enseñanza en Barcelona y Madrid. Ha sido profesor de dramaturgia en la RESAD de Madrid durante siete años. Asumió el cargo de Director General de Promoción Cultural de Castilla y León (1984-1988), impulsando, entre otros proyectos, el Festival Titirimundi de Segovia. Ha participado en programas de TV como La clave, Negro sobre blanco, Cultura con ñ y Las noches Blancas. Ha dado numerosas charlas y conferencias en diversos centros e instituciones, y participado en varios congresos, como la 40e Rencontre Québécoise Internationale des Écrivains (Montréal, 2012) o el I Congreso Internacional Reencuentro e Historia de la Aljama de Zamora (Zamora, 2013). Más información en su blog: www.hacer-pensar.blogspot.com
Para cualquier información o contacto, enviar un mensaje a: huellasjudias@gmail.com

Editorial Punto Rojo
392 páginas.

viernes, 7 de febrero de 2014

VIDEO SOBRE MI LIBRO CERVANTINO

Presento aquí un vídeo de 1 minuto y 25 segundos sobre mi libro "Huellas judías y leonesas en el Quijote. Redescubir a Cervantes".
Amplía la pantalla para verlo mejor.



PARA ADQUIRIR EL LIBRO O
PARA CUALQUIER INFORMACIÓN O CONTACTO
escribir un mensaje a:
 huellasjudias@gmail.com

sábado, 1 de febrero de 2014

LA VERDAD BASURA

(Foto: Gil Ruiz)

Siempre hemos pensado que la verdad nos hace libres, que la verdad es revolucionaria, que la verdad es poder, que la verdad es el fundamento de la democracia...

Siempre hemos creído que la información ha de estar al servicio de la verdad, porque cuanto más informado esté un pueblo, más difícil es engañarlo y manipularlo...

Siempre hemos luchado contra la censura, la desinformación y la mentira, porque todas las dictaduras se han basado en el engaño y la ignorancia.

Decir poder era hasta hace poco sinónimo de ocultación, control y manipulación de la información. Todavía lo es hoy en muchas partes del mundo.

Pero algo está cambiando radicalmente. La verdad empieza a ser inofensiva. La verdad empieza a perder valor e influencia. La verdad se está degradando hasta alcanzar la categoría de verdad basura.

La verdad ha dejado de tener importancia porque su conocimiento no produce ninguna reacción, ningún cambio social. La verdad, incluso, se ha convertido en un mecanismo de la paralización.

Es algo totalmente nuevo. Los poderosos empiezan a perder el miedo a la verdad. La dominación y la tiranía ya no necesitan de la ocultación ni de la mentira. Todo puede salir a la luz y no pasa nada.

¿Cómo hemos llegado a esta situación? Mediante un mecanismo psicológico enormemente eficaz: la saturación. El exceso de información, el bombardeo constante de estímulos lingüísticos y visuales, produce un aturdimiento mental y sensorial, parálisis e indefensión. Ni un minuto de silencio, ni un minuto sin palabras o mensajes, sin imágenes, sin música, sin sonidos, sin objetos que pasen ante nuestros ojos, sin reclamos que exigen nuestra atención...

Nuestro cerebro está hiperexcitado por la inundación de millones de estímulos que debe procesar y valorar constantemente. El cerebro no puede valorar, juzgar, analizar y deducir las implicaciones de toda esa información. No tenemos tiempo para realizar esta tarea porque nuestra atención es limitada y además esto exige esfuerzo.

Como no tenemos tiempo para pensar, nos dejamos llevar por la estimulación. La estimulación crea adicción. Lo que necesitamos es recibir estímulos, que no se rompa la cadena de excitación cerebral y sensorial. Y como toda adicción, cada vez se exige una estimulación mayor. Las imágenes han de ser cada vez más crudas, los insultos más burdos o soeces, las verdades más escandalosas, los atropellos más descarados, la negación o el rechazo de los hechos más atrevido. Cada información anula así a la anterior. Es lo que se busca.

La duda nos incomoda, la rechazamos. Para evitar pensar, nos buscamos un atajo: el identificarnos con el pensamiento de otros. Aquí es donde interviene el grupo, la ideología. Preferimos que nos lo den todo resumido y sin titubeos. Exigimos en todo respuestas rápidas y fáciles. Necesitamos agarrarnos a la información más simple, aquella que nos lo da ya todo resuelto y valorado, la que nos proporciona la identificación con el grupo. Cuanto más confusión, cuanto más compleja se vuelve la realidad, mayor adhesión a la ideología del grupo.

Los titulares son la información resumida, pensada y valorada. Pensamos con titulares, no hacemos otra cosa que repetir titulares. Cada vez nos cuesta más leer información razonada, larga, que nos obligue a pensar. La lectura se ha vuelto superficial, rápida, corta, variada, efímera. Somos autómatas, espejos que no hacen otra cosa que reflejar lo que nos ponen delante. Repetidores.

Una vez controlada la mente por saturación y simplificación, es ya muy fácil manipular lo más importante, las emociones. Las emociones se vuelven superficiales y efímeras, incapaces de generar ninguna acción. Porque sin emociones profundas no hay acción. Lo más que se provoca son reacciones pasajeras.

Estamos programados para actuar como autómatas, con un cerebro sobreexcitado e inoperante, sin autonomía ni libertad. Hemos dejado de ser autoconscientes, hemos dejado nuestra capacidad de pensar de modo individual y consciente en manos de los otros.

Lo más importante es recuperar el pensamiento propio, la capacidad de discriminar, de valorar, de elegir. Para ello hay que paralizar la sobreexcitación. No necesitamos tanta información, casi siempre redundante e inútil. Son más importantes nuestras ideas y actitudes. No necesitamos tanta información para saber qué pasa, quién nos domina y cómo.

Lo que necesitamos es ser dueños de nuestras emociones, de nuestras reacciones, de nuestros pensamientos. La acción sólo es posible si confiamos en nuestros pensamientos y emociones, si vencemos al mecanismo interno de paralización que produce la saturación informativa y estimular.

(Foto: Miguel del Hoyo)


Hay que pararse. Hay que romper el mecanismo perverso de la sobrestimulación. Hay que desengancharse de la excitación superficial. Hay que confiar más en nuestros pensamientos, en nuestras ideas, en nuestras emociones. No dejarnos arrastrar por la presión del grupo. Pensar con libertad y autonomía.

La verdad sigue siendo importante. Al degradarla, al neutralizarla mediante la redundancia y la saturación, lo que se busca es volverla efímera, desvirtuarla, hacerla equivalente a la mentira. Que no distingamos entre los hechos y las conjeturas, las suposiciones y los actos, la injusticia y la justicia, el crimen y la ley. Con la disolución del concepto de verdad lo que se busca es diluir la responsabilidad y que los poderosos puedan actuar con total impunidad.

Los poderosos de este modo acaban siendo inalcanzables. No tienen miedo a ostentar su poder, su dominación, su desprecio. No les importa que se conozca la verdad de sus mentiras. Se están haciendo inmunes a la verdad. Al comprobar que la verdad acaba paralizando a las masas, su descaro se está volviendo cada vez mayor. Han descubierto la dictadura perfecta, la que no exige grandes aparatos de represión o engaño. Basta con dejar actuar al ecosistema tecnológico que han creado.

La capacidad de resistencia de los oprimidos, humillados y dominados, sin embargo, no ha desaparecido. Las protestas sociales son en gran medida reactivas y efímeras, pero siguen siendo imprescindibles. De lo que hemos de ser conscientes es de que resultará mucho más difícil que antes cambiar las cosas, porque la verdad, por sí sola, ya no basta. Sobre todo cuando la convertimos en verdad basura, de usar y tirar.