Suelo meditar por la noche, antes de irme a dormir y soñar. Realizo unos cuantos movimientos (tengo “archivados”en mi cuerpo centenares, pues he practicado durante años “tensegridad” y “to-de”) y adopto luego una postura llamada “del árbol”, abrazando la energía que recogen mis brazos. Así paso cerca de media hora. Trato, durante este tiempo de inmovilidad, de darme cuenta del barullo, el revoltijo y el fluir atropellado de imágenes y frases que pasan por mi mente. Digo “mente” porque, aunque todo ocurre “dentro” de mi cabeza (ese constante ir y venir de neurotransmisores por los circuitos cerebrales, descargas eléctricas automáticas), esa actividad o activación mental no puedo percibirla directamente, sino sólo sentirla como algo volátil, inaprensible, una especie de nubecilla que está ahí, en torno de mi cabeza, flotando. (El cerebro es un órgano cerrado, aislado, al que no tenemos acceso directo mediante ninguno de nuestros sentidos, orientados hacia los estímulos exteriores).
Ocurre con frecuencia que esas imágenes y pensamientos verbalizados que “pasan” por mi mente (un diálogo interno ininterrumpido) me absorben, me atrapan, y toda mi conciencia queda “sumergida” en ellos. Es un mecanismo casi automático, sobre el que resulta muy difícil tener control. Puede incluso ocurrir que, después de un rato de estar reviviendo sucesos, proyectando imágenes y farfullando frases inaudibles, vuelva en mí y me diga: ¡vaya, pero si llevo varios minutos dándole vueltas en una historia del pasado o anticipando acciones y sucesos del futuro!
¿Cómo parar esa maquinaria estridente, ese rumiar, ese parloteo, ese agotador asalto de imágenes, pensamientos y preocupaciones?
Yo utilizo tres “técnicas”:
Ocurre con frecuencia que esas imágenes y pensamientos verbalizados que “pasan” por mi mente (un diálogo interno ininterrumpido) me absorben, me atrapan, y toda mi conciencia queda “sumergida” en ellos. Es un mecanismo casi automático, sobre el que resulta muy difícil tener control. Puede incluso ocurrir que, después de un rato de estar reviviendo sucesos, proyectando imágenes y farfullando frases inaudibles, vuelva en mí y me diga: ¡vaya, pero si llevo varios minutos dándole vueltas en una historia del pasado o anticipando acciones y sucesos del futuro!
¿Cómo parar esa maquinaria estridente, ese rumiar, ese parloteo, ese agotador asalto de imágenes, pensamientos y preocupaciones?
Yo utilizo tres “técnicas”:
1) Poner la atención en el cuerpo, la respiración, la postura, las sensaciones físicas. Una atención relajada que intenta eliminar toda tensión muscular.
2) No aferrándome a ninguna imagen ni pensamiento, soltándolos, dejándolos ir del mismo modo que vienen, y tratando de observarlos como algo que no es mío, algo que “sucede” en mi cerebro, pero que no son yo, sino algo “instalado” en mi cabeza. No luchando contra ellos ni pretendiendo sustituirlos por otros.
3) Comprobar la inutilidad de toda esa actividad mental y cerebral. Se trata de caer en la cuenta, de modo súbito, de la total inutilidad, de que no sirve realmente para nada ese recordar caras, imágenes y sucesos de algo que ya ha ocurrido, o el estar planificando y anticipando qué vamos a hacer luego, más tarde o mañana. Darse cuenta de que es un enorme despilfarro de atención y de energía que no tiene, en el fondo, ningún sentido práctico, porque ni cambia el pasado ni puede controlar ni asegurarnos nada del futuro. En cambio, el silencio interior, el parar la máquina, ese disco rayado, abre nuestro cuerpo y nuestra mente a otras inesperadas y apasionantes posibilidades.
Vale la pena intentarlo.
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