(Foto: R.Esteban)
La ministra de Igualdad ha hablado en las Cortes de los “miembros y miembras de esta Cámara”. Desde aquello de “jóvenes y jóvenas” no me habían chirriado tanto los oídos. Es tan obsesiva la militancia feminista en su lucha contra el machismo y la desigualdad, que no para en reparos gramaticales. Hay que desterrar de la sociedad y el lenguaje todo atisbo de discriminación, afirman. Y estoy de acuerdo. Pero ¿tiene esto algo que ver con esos disparates lingüísticos y semánticos de “miembras” y “jóvenas”?
Usar estos términos, y tratar de imponerlos con soberbia mesiánica, arrojando sobre los que se oponen a ello la sospecha de machismo, es algo sencillamente no tolerable ni democrático. Digo no democrático, porque se trata de un tipo de imposición arbitraria y que va contra la estructura y funcionamiento mismo de la lengua, acaso lo más radicalmente democrático que exista, porque es fruto del uso de todos los hablantes de una lengua, sin distinción.
Que la lengua se use para discriminar, dominar y engañar, no quiere decir que la lengua sea discriminatoria, autoritaria y mentirosa. Lo serán los que así la usan, lo mismo que lo son quienes pretenden imponer esa moda de feminización violenta de todos los términos gramaticales masculinos no marcados, como son “miembro” y “joven”. Nadie, al utilizar la palabra “miembros” o “jóvenes”, está pensando en establecer discriminación léxica ni social de ningún tipo. Quienes (quienas) así piensan me recuerdan mucho a esos curas (curos, mejor) que ven en todo sexo y perversión encubierta, pecado de intención y omisión.
Pues no. La lengua tiene sus leyes, basadas en la economía, la oposición y el contraste. Se trata de un asunto gramatical. Los límites los impone la lengua, no la ideología machista. Los límites los impone el uso, la comunicación, la eficacia y la simplicidad. Arrojar sobre la lengua el pecado de la discriminación es como culpar a Dios del cambio climático, por decir algo.
Aceptar estos usos es introducir forzadamente en la lengua una estructura distorsionante, disgregadora, mentalmente confusa, que pretende universalizar una oposición basada en el sexo (so pretexto de combatir los males del mal llamado género), y no en el género gramatical (cosa muy distinta), que lo que la lengua establece. Llevado al extremo, nos impediría hablar. Por ejemplo:
“Miembras y miembros de esta Cámara y este Cámero: estoy aquí para anunciarlas y anunciarlos que desde ahora quedará abolida toda palabra discriminadora y todo palabro discriminador. Debemos desterrar del lenguaje y la lenguaja todo atisbo y abisba de sexismo y sexisma. Sobre todo entre los jóvenes y las jóvenas de nuestra matria, etc.”
P.D. Allí donde la ampliación del lenguaje sea útil y necesaria, el lenguaje la aceptará de forma natural. Ejemplo: ciudadanos y ciudadanas, alcaldes y alcaldesas, ministros y ministras. Pero no médicos y médicas, por ejemplo, o soldados y soldadas. Politizar e ideologizar todo es tan estúpido como ignorar la influencia de la política y la ideología en… casi todo.
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2 comentarios:
MACARENA LUNA HA ESCRITO:
Aparte de demostrar una gran ignorancia sobre el funcionamiento y el uso de la lengua, me pregunto si la ministra y las asociaciones feministas creen que con esos cambios lingüísticos y semánticos -dogmáticos, forzados y aberrantes- van a lograr un cambio en las estructuras sociales y culturales y en los comportamientos de los hombres y mujeres, por una parte, y una comunicación humana más auténtica, por otra. ¿Creerá la ministra que el machismo se combate a fuerza de delimitaciones y distinciones entre "o" y "a"?
Macarena Luna
Antes un chaval le llamaba maricaa otro en el patio y se pegaban.
Ahora le llama gay, y también se pegan.
Avanzamos la releche.
:-)))
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