Soñamos siempre, pero olvidamos casi todo lo que soñamos. De vez cuando, un sueño nos llama la atención y lo recordamos con nitidez.
Viajaba en coche, giré y me metí por un sendero de tierra que no tenía salida. Bajo, camino un rato y al llegar a la cima de una colina veo un conejo blanco. Corro tras él y lo cojo. Aparece otro y lo atrapo también con facilidad. Los suelto enseguida y escapan dando brincos. De pronto se posa un pájaro en mi espalda. Giro la cabeza como un búho y veo que se está moviendo por detrás de mi cuello. Es una oropéndola, me digo en voz alta. Tiene una cola larga azul y verde, el pecho amarillo y la cabeza clara. Me produce mucha alegría tenerla tan cerca. Sigo hasta una cueva. Penetro y veo en las paredes unos pequeños seres blancos, hechos de escayola, pero no lisos, sino como si llevaran una capa con picos. Uno de esos seres me sigue. Camina deslizándose por el suelo. Paso por una puerta angosta y me encuentro con otro ser, que permanece inmóvil. Trato de comunicarme con él. Se mueve ligeramente y me dice, sin hablar, que ellos, los seres de escayola vaporosa, sólo pueden expresarse a través de mito-palabras. Me quedo muy sorprendido y le pido que me dé un ejemplo de mito-palabra. “Palabra”, me responde. Me despierto tratando de entender que la palabra “palabra” es una “mito-palabra”.
De los sueños no me interesa la interpretación, freudiana, junguiana o del tipo que sea. Ya dijo Calderón que los sueños, sueños son. No me gusta despojarles del contenido, las imágenes y la atmósfera de realidad suprarreal o irreal que crean. Tratar de “meterlos en razón” es desvirtuarlos, convertirlos en lo que no son. Si algo tienen de interés, es precisamente porque rompen la rigidez de la mente y la lógica de la conciencia ordinaria. Prefiero quedarme con la sugestión que producen y la conciencia de misterio que despiertan.
Así que me digo: todas las palabras son mito-palabras. Descubre su fulgor blanco, su no-decir, el misterio que ocultan bajo su capa de escayola o su correteo por los montes. Las puedes atrapar, pero suéltalas enseguida, no te aferres a ellas. A veces se ocultan en cuevas oscuras: atrévete a cruzar por los pasos más angostos y pregunta por su nombre. En ocasiones llegan como pájaros y se posan en tu espalda. Obsérvalas y déjate seducir por sus colores de oro.
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