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lunes, 28 de abril de 2008

TIERRAS DE VALLFEROSA

(Foto: Saúl Santos)
Es uno de los lugares más apartados del mundo. Es difícil llegar, pero vale la pena. Piedras ciclópeas, aras, altares, tumbas de quienes vivieron en otro tiempo y recorrieron, colmados, atravesados de luz, estos bosques de robles primigenios. En medio del valle abrupto, feroz, medio oculta, surge de pronto una torre de piedra, redonda, abombada en su centro y estrechándose hacia la cima, altísima, sin ventanas, poderosa y desafiante, vigilando el horizonte. La torre defensiva más alta de Europa, con más de diez siglos atisbando un mar de piedra y ramas, guardando la presencia, el presente que respira. Una quietud en la que sólo se oye el rumor invisible del viento acariciando las hojas. Revolotean pájaros, aves pequeñas que cantan con un gorjeo tierno y escondido. Llega la noche y cruzan la suave negrura búhos y mochuelos y, alrededor de la imponente torre, murciélagos de grandes alas zigzagueando, tan silenciosos.
En otro tiempo, fieras, animales feroces, y sólo la astucia y el acecho evitaba el sacrificio. Guerreros de mirada asombrada, absorbidos por el fulgor de la presencia. Estuvieron, ya no están. Todos se han ido. Pasaron. De viaje hacia el infinito. De paso yo también. Y para siempre también me iré.
Llenar los ojos de todo esto. Aquí la Tierra me acoge y ofrece todo su ser, la esencia de su ser, la semilla del darse cuenta.
Quiero el abrazo de su presencia. Amada mía, déjame sentir tu aliento. Rodéame con tu estar aquí y ahora y que todas las células de mi cuerpo estallen en una dulce vibración. Atisbar en un instante la esencia de todo. Reunir mi totalidad una milésima de segundo y conocer el no-tiempo, el no-espacio, el no-ser. Quedar impregnado de este aroma y ver en todo, hasta en lo más simple, lo extraordinario. Saborear cada instante sabiendo que siempre es ya la última vez. Porque aquí está la muerte, respirando a cada instante, acechante. Ahora es ya el final, y cada final, un anticipo del último final. El final definitivo, inevitable; un encuentro, cara a cara, con el infinito.

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