(Foto: PortfolioNatural)
Jean-Jacques Rousseau tenía una novia a la que llamaba Maman. Freud, cuando se enteró, ya le había puesto nombre a su complejo, así que no pudo cambiarlo. Juan Jacobo estaba tan enamorado de su Maman que hacía muchas extravagancias. Una vez le gritó –cuando iba a meter un trozo de pavo en la boca– que aquello tenía un pelo. La amada (que en realidad se llamaba Madame Warens y era muy pulcra) arrojó el bocado al plato poniendo cara de mucho asco. A Jean-Jacques no le importó la cara que puso pues, como un gato, se lanzó al plato para engullir en un santiamén aquel guiso que habían rozado sus dulces labios. Está claro que era un buen salvaje y que, como su hijo Emilio, no tenía ningún complejo. Además, no había leído todavía a Freud y en esto ya se sabe, si no hay nombre, no hay complejo. Otra cosa es ella, claro. Como no le amaba con la misma pasión, lo miró espantada, como al trozo de ave que acababa a sacar de entre las perlas de sus dientes y no quiso volver a verlo. En el amor es muy difícil la simetría.
Da la casualidad que, después de haber leído esta historia verídica -pues la cuenta él mismo en sus Confesiones- he conocido hoy mismo a otro Juan Jacobo. Es algo raro y, por lo que me ha contado, lo veo también sin ningún complejo edípico. En esto debe influir sin duda la fuerza del nombre. Pon un nombre adecuado a las cosas y las cosas pasan a ser lo que el nombre dice que son. Si llamas amor a un impulso, por ejemplo, aunque sea caníbal, pues pasa a ser amor con todas las consecuencias. Te amo, pues te como; te como, pues te amo. Así, como hacía Juan Jacobo con su novia Warens. De todo esto habló Freud en su día con mucho conocimiento. Pero no se le hace demasiado caso. Otra cosa es la simetría. Freud no habló nunca de la simetría, porque él pensaba que el mundo era triangular. ¡Con lo interesante -y difícil- que es ser simétricos!
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