(Foto: J.Rodríguez)
Donde mejor canta un pájaro es en su árbol genealógico, me dijo al oído Jodorowsky, repitiendo palabras del poeta que nadie había sabido interpretar hasta que él las descubrió en una carta del tarot. Sobre una rama los he visto esta noche, a ellos, mis progenitores, cantando. Murieron hace años, pero yo todavía llevaba sobre mis hombros la amarga tristeza de mi madre y la desesperada frustración de mi padre, como si esa fuera mi obligación. Esta noche he abierto la ventana, he respirado la honda quietud del campo, he visto la luna, que difundía una luz nítida y serena, y al mirar hacia mi lado izquierdo los he descubierto ahí, aquí, sobre la plateada rama de una gran encina. Mi madre repitió, con suave murmullo cristalino, junto a mi oído:
-Hijo, donde mejor canta un pájaro es en su árbol genealógico.
Mi padre sonrió, y con voz igualmente serena, repitió:
-Hijo, donde mejor canta un pájaro es en su árbol genealógico.
Comprendí de pronto, con lágrimas en los ojos, que ellos ya eran libres, que no arrastraban ni amargura ni desesperación, y que yo también podía ser libre.
-No alientes más en tu pecho la desesperación de tu padre –insistió una voz que quedó vibrando entre las ramas.
-No guardes más en tu corazón la tristeza de tu madre –añadió otra voz que se perdió entre el verdor numinoso de las hojas.
La plateada encina se dibujaba contra un cielo azul, oscuro y estrellado, sobre la ladera del monte. Fascinado, seguí escuchando aquella voz, que surgía de cualquier lugar hacia el que mirara y flotaba como una melodía:
-Sal de la rueda del pozo, atraviesa el círculo, rompe el espejo. Libérate de la tristeza, de la amargura y la frustración. No te aferres al sufrimiento, suelta la desesperanza, deja esos sentimientos ir hacia los confines de universo, no los retengas más.
Comprendí entonces que el pájaro genealógico era una hoja, que la hoja cantaba sobre una rama, que la rama brotaba del tronco de un árbol inmenso y bellísimo, que el árbol crecía sobre un monte azulado, que el monte rozaba el cielo, que por el cielo giraban a velocidades inconcebibles infinitas galaxias, que las galaxias se diluían en el polvo cósmico y que el polvo cósmico era sólo conciencia pura cuya esencia estaba hecha de belleza y misterio, y que éramos muy desgraciados al colocar en el centro de la vida la desesperación y la amargura, porque todo al fin acaba en la más inimaginable serenidad y quietud. Eso cantaba el pájaro de mi árbol genealógico, ramillete de plumas plateadas, al que yo había ahogado el canto atándolo a la pena, a la rueda del pozo, durante toda mi vida, impidiendo su vuelo infinito.
De la iluminada rama salió entonces hacia el horizonte una garcilla; poco después, un cuervo extendió sus alas hasta perderse en la lejanía. Tal y como yo los había visto cantar, se fueron libres y serenos, cada uno por su lado, pero su partida esta vez no me hizo sufrir. En el más allá el amor se confunde con la libertad.
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