Amo la serenidad, la busco a mi alrededor y deseo que se instale en mi interior y fluya por todo mi cuerpo. Prefiero la palabra serenidad a la de relajación. Serenidad no es sólo ausencia de tensión muscular, sino un estado de vitalidad y tonicidad que permite el flujo armónico de la energía por todas las células del cuerpo. No es debilidad, ni flojera, ni bloqueo y disgregación orgánica, sino capacidad de unificación, de integración, de apertura y disponibilidad energética.
Viene a cuento este preámbulo para justificar mi aversión a todo cuanto suene a bélico y polémico, que es lo opuesto al sosiego y serenidad, interior y exterior. Bélico viene del latín bellum, y polémico del griego polemos, y ambos términos significan guerra. La guerra, en cualquiera de sus manifestaciones (física, de palabras, de gestos y de opiniones) no me gusta, y no por ningún principio moral abstracto, sino por higiene, por salud mental y física. Porque prefiero el bienestar de la serenidad, al malestar de la tensión que todo enfrentamiento supone. Guerra es enfrentamiento, y el enfrentamiento principal del hombre es siempre con los demás, sus semejantes. Y toda guerra exige violencia, o sea, fuerza (vis) para llevar (latus) a alguien hacia donde uno quiere, o sea, para doblegarlo o destruirlo.
Estamos rodeados de violencia, de tensión, siempre dispuestos al ataque o la huida. Es un estado antinatural, agotador, que conduce inevitablemente a la depresión y el deterioro físico. Un estado adictivo, en la medida en que el cuerpo se acostumbra a una excitación permanente del mismo modo que se engancha a cualquier estimulante artificial.
Así que, frente a tanta violencia verbal, de gestos, de actitudes, de opiniones; frente a tanta polémica y enfrentamiento (bélico, político, religioso, literario, partidista, ideológico, económico, familiar, profesional, deportivo, lingüístico, territorial, tribal) yo prefiero inhibirme, distanciarme, alejarme, porque no hay posibilidad alguna (esto lo he aprendido con los años) de tratar de pacificar a quien está convencido de que la polémica y el enfrentamiento es inevitable, justo y necesario, siempre que se trate, claro está, de defender sus opiniones y privilegios o, simplemente, de autoarfirmarse y ser reconocido como superior o más fuerte.
¿Queda algún espacio para el pensamiento, para la discusión de ideas, para la controversia (ir de una idea a otra contraria), sin caer en lo bélico y lo polémico? Yo creo que sí. Por difícil que resulte, es lo único que merece la pena. Pero para eso hay que descubrir y amar la serenidad.
Viene a cuento este preámbulo para justificar mi aversión a todo cuanto suene a bélico y polémico, que es lo opuesto al sosiego y serenidad, interior y exterior. Bélico viene del latín bellum, y polémico del griego polemos, y ambos términos significan guerra. La guerra, en cualquiera de sus manifestaciones (física, de palabras, de gestos y de opiniones) no me gusta, y no por ningún principio moral abstracto, sino por higiene, por salud mental y física. Porque prefiero el bienestar de la serenidad, al malestar de la tensión que todo enfrentamiento supone. Guerra es enfrentamiento, y el enfrentamiento principal del hombre es siempre con los demás, sus semejantes. Y toda guerra exige violencia, o sea, fuerza (vis) para llevar (latus) a alguien hacia donde uno quiere, o sea, para doblegarlo o destruirlo.
Estamos rodeados de violencia, de tensión, siempre dispuestos al ataque o la huida. Es un estado antinatural, agotador, que conduce inevitablemente a la depresión y el deterioro físico. Un estado adictivo, en la medida en que el cuerpo se acostumbra a una excitación permanente del mismo modo que se engancha a cualquier estimulante artificial.
Así que, frente a tanta violencia verbal, de gestos, de actitudes, de opiniones; frente a tanta polémica y enfrentamiento (bélico, político, religioso, literario, partidista, ideológico, económico, familiar, profesional, deportivo, lingüístico, territorial, tribal) yo prefiero inhibirme, distanciarme, alejarme, porque no hay posibilidad alguna (esto lo he aprendido con los años) de tratar de pacificar a quien está convencido de que la polémica y el enfrentamiento es inevitable, justo y necesario, siempre que se trate, claro está, de defender sus opiniones y privilegios o, simplemente, de autoarfirmarse y ser reconocido como superior o más fuerte.
¿Queda algún espacio para el pensamiento, para la discusión de ideas, para la controversia (ir de una idea a otra contraria), sin caer en lo bélico y lo polémico? Yo creo que sí. Por difícil que resulte, es lo único que merece la pena. Pero para eso hay que descubrir y amar la serenidad.
1 comentario:
Genial, hacer como la mariposa de CHUANG TSE,VOLAR TODOS LOS DIAS UN RATITO.Linaria
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