“Mágico” es un término hoy muy manoseado. Como ha pasado por tantas cabezas, puede llegar a significar cualquier cosa. Dejando de lado cierta connotación cursi y pseudopoética, sentimental, podemos centrarnos en el aspecto esotérico. Aquí nos encontramos con dos sentidos: uno débil (el sentimiento de extrañeza que produce todo lo incomprensible, lo desconocido, lo que no tiene una clara explicación racional) y otro fuerte (la afirmación de la existencia de mundos paralelos a nuestro alrededor).
Antes de entrar en esa discusión, prefiero analizar “lo mágico” desde el punto de vista de la atención. El sentimiento y la percepción de una realidad “mágica” es, en primer lugar, un fenómeno de atención. Cuanta más atención, cuanto más capaces somos de focalizar la atención en algo, mayor capacidad tenemos de percibir “la magia” de todo cuanto observamos. Pero, y esto es para mí lo más importante, la atención puede pasar de un estado ordinario, a otro estado muy distinto, que podríamos definir como “vacío de pensamientos”. “Vacío” aquí quiere decir, más que ausencia de pensamientos, desapego, no identificación, despojo de toda reacción emocional unida a las imágenes y pensamientos que pasan por nuestra mente.
Esta es la esencia de la meditación: no centrarse en tal o cual pensamiento, en tal o cual visualización, sino el interrumpir el funcionamiento ordinario de la mente, el desprenderse de todo automatismo, juicio, valor o idea preconcebida, para dejarlo todo “en suspensión”, entre paréntesis, de lado. Supone enfriar el cerebro, la activación cerebral, para lo que son muy útiles determinadas posturas y movimientos corporales. Husserl lo planteó de un modo puramente intelectual y habló de la epojé, la reducción fenomenológica, como único medio para acceder al conocimiento de la esencia de las cosas.
Los místicos de todas las épocas y lugares han partido de lo mismo: la quietud de la mente. La diferencia es que la mayoría se ha perdido en cualquiera de los mundos que pasan por nuestra mente cuando se produce en ella el vacío. El error ha sido otorgar a esos mundos mayor realidad de la que tienen, enganchándose a ellos, del mismo modo que la mayoría estamos enganchados al mundo ordinario o cotidiano. Sustituyen este mundo por el mundo mágico que pasa ante sus ojos y ante su mente, y crean religiones, filosofías, sectas, movimientos.
Pero no se trata de sustituir un mundo por otro, sino el llegar al no-mundo, el de la conciencia pura, el de la total presencia, el estar plenamente presentes, ser del todo reales. Pero sólo ante la muerte podemos alcanzar ese estado de total libertad, de atención fría, de desprendimiento. Sólo así podemos llegar a atisbar la infinitud de mundos que nos rodean. Castaneda dijo que la muerte era nuestra mejor consejera, la única de que nos podíamos fiar. Sólo ella nos puede dar ese sutil empujón que hace que la mente (tan alejada del cuerpo) vuelva a él y se aquiete en nuestro interior.
(Miguel de Molinos, ya en el sigo XVII, en su Guía Espiritual, habló de todo esto con una sencillez deslumbrante. Quizás por eso acabó muriendo, después de permanecer encarcelado más de diez años, en uno de los calabozos de la Inquisición).
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