Leo una entrevista a Ignacio Echevarría (antiguo crítico de El País), de la que extraigo estos párrafos, con los que coincido plenamente:
Los premios literarios son simulacros de ficción con jurados falsos y con una mecánica que se sabe que es corrupta, y que además responde a la ética del comercio y no a los valores de la estética o de la crítica. Pero curiosamente, los medios de comunicación obedecen a la consigna de la industria cultural de dar como noticia cultural premios que son comerciales. Todos los agentes de la industria editorial se suman a ese tinglado montado en torno de los premios; no sólo está la picardía y la audacia de los editores, sino que están involucrados escritores de mucho prestigio, que se prestan a ser jurados de una comedia, y están también los periodistas culturales que aceptan, sin levantar el trapo de la farsa de los premios, publicar esas noticias como noticias culturales, y que terminan participando de una promoción gratuita, haciendo entrevistas al autor ganador.
Es notable que muchos escritores se escandalicen, con razón, y opinen ante distintos casos de corrupción política en sus propios países. ¿Pero por qué muy pocos aceptarían utilizar la palabra fraude o corrupción para referirse a los premios literarios?
Pocos se animan a hablar porque todos esperan que la “lotería” les toque algún día. Todo el elenco de la industria editorial actúa en esta gran farsa y forma parte de un pacto, aunque de vez en cuando se desenmascara, como pasó acá con el premio Planeta. Los premios literarios son tantos y algunos tienen una historia tan larga, y el pastel se ha repartido entre tanta gente, que denunciarlos radicalmente se termina convirtiendo en una especie de anatema.
Pocos se animan a hablar porque todos esperan que la “lotería” les toque algún día. Todo el elenco de la industria editorial actúa en esta gran farsa y forma parte de un pacto, aunque de vez en cuando se desenmascara, como pasó acá con el premio Planeta. Los premios literarios son tantos y algunos tienen una historia tan larga, y el pastel se ha repartido entre tanta gente, que denunciarlos radicalmente se termina convirtiendo en una especie de anatema.
Bueno, pues siempre viene bien no perder el rumbo y recordar estas cosas. Añado que, pese a todo, la mayoría de los premios “menores” (o sea, la mayoría) no están sometidos a estos trapicheos y corruptelas. Otra cosa es el criterio y la capacidad de los jurados y seleccionadores, donde abunda también el despiste; pero este es otro asunto.
Dedúzcase, por lo tanto, que no estoy en contra de los premios literarios, ya que creo son un buen estímulo para la escritura y la creatividad, sino contra la corrupción, el amiguismo y la mala actuación de los jurados.
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