Hay pensamientos tóxicos.
Hay pensamientos que debilitan.
Hay pensamientos que contaminan.
Hay información basura,
opinión basura,
pensamientos basura,
imágenes basura.
En la televisión, en la radio, en los periódicos, en Internet.
Hasta en los libros.
(Nos sobra información, porque la mayoría no sirve para nada, y nos falta lectura. Leer para informarse, y no para vivir, para conocer y pensar, es uno de los mayores errores de quienes tenemos afición a las palabras. ¿Para qué me sirve esta información? Es una buena pregunta).
Hay literatura tóxica, contaminante, ofuscante.
Y teatro. Y arte. Y cine.
Y religiones, grupos, industrias, publicidad.
No se trata de un problema moral, sino de salud.
Salud mental, salud física, salud democrática.
¿Cómo reconocer lo tóxico, lo debilitante, depresivo o inútil?
¿Lo que nos desequilibra, irrita, atonta y destruye?
Escuchando al cuerpo.
Atendiendo a las reacciones de nuestro cuerpo.
No permitiendo que la mente ahogue su voz, sustituya la verdad del cuerpo por supuestos, ideas preconcebidas y creencias.
¿Cómo te sientes, cómo se siente tu cuerpo, después de...? (Póngase lo que se quiera: ver un programa de televisión, acudir a una conferencia, leer un libro, hojear un periódico, hablar con alguien, ver una exposición, una obra de teatro, un partido de fútbol, leer un bloc, dar un paseo, escribir un poema, hablar por teléfono, navegar por Internet, comer algo, beber algo, entrar en tal lugar, salir de él…).
Así que no es un problema de saber mucho, de dejarse guiar por consejos o hacer juicios sesudos y pedantes sobre esto o lo otro (incluso éstos), ni de pensar mucho (vale más pensar poco pero bien, que mucho y embarullado), sino dejarse llevar por la espontaneidad de lo que sentimos. Para eso hay que estar en el cuerpo, más que en el yo.
¿Por qué fiarnos más de lo que nos dicen y hacen
que de lo que sentimos con la totalidad del cuerpo?
Hay pensamientos que debilitan.
Hay pensamientos que contaminan.
Hay información basura,
opinión basura,
pensamientos basura,
imágenes basura.
En la televisión, en la radio, en los periódicos, en Internet.
Hasta en los libros.
(Nos sobra información, porque la mayoría no sirve para nada, y nos falta lectura. Leer para informarse, y no para vivir, para conocer y pensar, es uno de los mayores errores de quienes tenemos afición a las palabras. ¿Para qué me sirve esta información? Es una buena pregunta).
Hay literatura tóxica, contaminante, ofuscante.
Y teatro. Y arte. Y cine.
Y religiones, grupos, industrias, publicidad.
No se trata de un problema moral, sino de salud.
Salud mental, salud física, salud democrática.
¿Cómo reconocer lo tóxico, lo debilitante, depresivo o inútil?
¿Lo que nos desequilibra, irrita, atonta y destruye?
Escuchando al cuerpo.
Atendiendo a las reacciones de nuestro cuerpo.
No permitiendo que la mente ahogue su voz, sustituya la verdad del cuerpo por supuestos, ideas preconcebidas y creencias.
¿Cómo te sientes, cómo se siente tu cuerpo, después de...? (Póngase lo que se quiera: ver un programa de televisión, acudir a una conferencia, leer un libro, hojear un periódico, hablar con alguien, ver una exposición, una obra de teatro, un partido de fútbol, leer un bloc, dar un paseo, escribir un poema, hablar por teléfono, navegar por Internet, comer algo, beber algo, entrar en tal lugar, salir de él…).
Así que no es un problema de saber mucho, de dejarse guiar por consejos o hacer juicios sesudos y pedantes sobre esto o lo otro (incluso éstos), ni de pensar mucho (vale más pensar poco pero bien, que mucho y embarullado), sino dejarse llevar por la espontaneidad de lo que sentimos. Para eso hay que estar en el cuerpo, más que en el yo.
¿Por qué fiarnos más de lo que nos dicen y hacen
que de lo que sentimos con la totalidad del cuerpo?
No hay comentarios:
Publicar un comentario