Oímos con frecuencia que todo es política en la vida, ya que “la política está en todo”. El argumento de que la política influye en todo parece irrebatible. De aquí deducimos que nadie puede ser “apolítico”, por más que lo intente o proclame. Al no definirse, al no querer tomar partido, ya está uno, inevitablemente, tomando partido, con independencia de que uno vote, no vote o se abstenga. Esto es, sin duda, cierto. Las decisiones políticas acaban afectando a todos y a todo, por más que uno trate de inhibirse, dejar de lado o rechazar la intrusión de la política en la vida.
Pero esta verdad encierra graves y fatales errores. ¿Por qué? Porque es reduccionista, porque se utiliza para llevar a cabo una generalización falsa. Bastará afirmar que, si la política influye en todo, también lo hacen otras muchas cosas. Por ejemplo, el precio del petróleo, o el cine, la publicidad, el dinero, el cambio climático o el sol. O el trabajo que uno tiene, o la compañía, o los padres, o la edad. El que algo influya en algo o en alguien, como vemos, no es suficiente para concluir que, por tanto, influye decisivamente en todo. Las influencias son determinaciones, condiciones o condicionantes, pero no causas de los hechos. Para convertirse en causa, la condición ha de ser necesaria y suficiente. Muy pocas condiciones alcanzan esta condición.
La generalización y “absolutización” de la política, como si necesariamente tuviera que estar presente en todo lo que hacemos y pensamos, obligándonos a tomar partido constantemente, es fruto de la ideologización de la política, o sea, el haber convertido a la política en una idea totalitaria, abarcadora de la totalidad. Incluso en el caso de que le otorguemos arbitrariamente a la política el valor de ser “la última condición”, o la “condición inicial”, el atribuirle ese valor absoluto es equivocado.
Este modo de pensar, politizándolo todo, trae consecuencias nefastas, pervierte y mediatiza nuestro trato diario con el mundo y los demás. La política tiende a la dicotomización de todo, a dividir el mundo en buenos y malos (nosotros, por su puesto, siempre del lado de los buenos), a juzgar todo con criterios ideológicos excluyentes, a tomar actitudes de aprobación o rechazo generalizado. Como la religión (a la que en parte sustituye) necesita del dogma, de la creencia, de la adhesión inquebrantable. Necesita fieles y seguidores.
Pero esta verdad encierra graves y fatales errores. ¿Por qué? Porque es reduccionista, porque se utiliza para llevar a cabo una generalización falsa. Bastará afirmar que, si la política influye en todo, también lo hacen otras muchas cosas. Por ejemplo, el precio del petróleo, o el cine, la publicidad, el dinero, el cambio climático o el sol. O el trabajo que uno tiene, o la compañía, o los padres, o la edad. El que algo influya en algo o en alguien, como vemos, no es suficiente para concluir que, por tanto, influye decisivamente en todo. Las influencias son determinaciones, condiciones o condicionantes, pero no causas de los hechos. Para convertirse en causa, la condición ha de ser necesaria y suficiente. Muy pocas condiciones alcanzan esta condición.
La generalización y “absolutización” de la política, como si necesariamente tuviera que estar presente en todo lo que hacemos y pensamos, obligándonos a tomar partido constantemente, es fruto de la ideologización de la política, o sea, el haber convertido a la política en una idea totalitaria, abarcadora de la totalidad. Incluso en el caso de que le otorguemos arbitrariamente a la política el valor de ser “la última condición”, o la “condición inicial”, el atribuirle ese valor absoluto es equivocado.
Este modo de pensar, politizándolo todo, trae consecuencias nefastas, pervierte y mediatiza nuestro trato diario con el mundo y los demás. La política tiende a la dicotomización de todo, a dividir el mundo en buenos y malos (nosotros, por su puesto, siempre del lado de los buenos), a juzgar todo con criterios ideológicos excluyentes, a tomar actitudes de aprobación o rechazo generalizado. Como la religión (a la que en parte sustituye) necesita del dogma, de la creencia, de la adhesión inquebrantable. Necesita fieles y seguidores.
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