(Foto: A.Real)
(Prosigo con mi teoría filosófico-literaria de los tres mundos y aclaro ahora mi idea de la mente)
Hoy tiende a imponerse una idea biologicista de la mente, identificada con la actividad del cerebro. Este reduccionismo es bueno para la medicina, pero deja de lado el aspecto más inquietante de nuestra actividad neurológica: cómo emerge, o cómo se construye, el pensamiento y la conciencia a partir de esa activación electroquímica. Lo cierto es que la mente es una máquina de impulsos que genera imágenes y frases de modo permanente.
En el centro de la mente está el yo. Dado que el yo no es ni un objeto ni una esencia, sino una imagen interiorizada, especular y evanescente, los esfuerzos de la mente para mantenerlo son verdaderamente titánicos. El yo se sostiene mediante un diálogo interno casi ininterrumpido. Esto supone un gasto ingente de energía. Así que, en principio, siendo el yo necesario, la energía que consume parece excesiva. Es ésta una buena razón para tratar de mantenerlo a raya, para evitar que sobrepase sus funciones y de sirviente se convierta en amo.
En el centro de la mente está el yo, y en el centro del yo, la importancia personal y la ilusión de inmortalidad. De aquí nacen mis prevenciones contra esa idea del yo que hoy se defiende a machamartillo, sin atisbo de crítica. Creerse importante e inmortal: obsesiva y compulsivamente atrapados en este delirio. Por eso el yo está siempre a la defensiva, encapsulado. El yo es una burbuja especular: donde quiera que mira sólo se ve a sí mismo. El autorreflejo.
El lugar de ese yo, llevar a la mente la conciencia de uno mismo. De la totalidad de uno mismo. Soy algo más que un yo. Somos seres singulares cuya existencia dura un poquito.
La mente es también un pensar. En el centro del pensar está la razón. La razón es la capacidad de analizar, distinguir, relacionar, recordar y anticipar. Colocar en el centro de la mente la razón es muy difícil, pero preferible al yo.
Pero la razón tiene también sus límites; le cuesta muy poco dejar de ser razonable, casi siempre cargándose de razones. Como el yo, es necesaria, pero no conviene dejarla al mando de nuestra vida. Con frecuencia, usamos la razón para defender al yo. A la razón le cuesta mucho reconocer que no tiene nunca la última palabra. La última palabra es el misterio, lo inexplicable y lo incomprensible.
La mente se alimenta de creencias y automatismos. Su tendencia natural es hacia la rigidez, el dogmatismo, el absolutismo, la generalización arbitraria, la dicotomización y la compulsividad emotiva.
La mente, a pesar de todo lo dicho, es una ventana luminosa por la que podemos asomarnos al mundo; incluso una puerta por la que podemos salir de nosotros mismos para adentrarnos en la realidad que nos rodea y sus misterios. Una mente clara, serena, abierta y atenta. Una mente que construye frases e imágenes capaces de transformar el mundo y de transformarnos.
Suscribirse a:
Enviar comentarios (Atom)
No hay comentarios:
Publicar un comentario