(Foto: K.Badillo)
Uno y uno pueden no ser dos, sino tres.
Cuando hay encuentro y diálogo, siempre aparece algo nuevo, un tercero en discordia que busca la concordia.
(Por ejemplo: entre el cuerpo y la mente, la conciencia, que busca unirlos y concordarlos).
Los opuestos pueden ser complementarios: Hombre y Mujer.
Los opuestos pueden llegar a ser casi lo mismo: Hitler y Stalin.
Los opuestos muchas veces son sólo superficialmente contrarios: Cataluña y España.
El pensamiento dicotómico excluyente casi siempre induce a error.
Tener en cuenta lo opuesto, sin embargo, siempre es útil: evita el absolutismo, la rigidez mental. Es bueno para relativizar el juicio, para cuestionar creencias, ideas y opiniones.
Subjetividad y objetividad son dos opuestos necesarios y complementarios.
La subjetividad busca y necesita la objetividad, la objetividad necesita integrar a la subjetividad.
Hay falsos opuestos: yo/sociedad.
El yo es una construcción individual, imaginaria y especular, pero su origen no es individual, sino social, en la medida en que el espejo primero y último siempre es el otro, los otros.
Quien se mira en el espejo no soy yo, sino la mirada de los demás. El yo es en gran parte la mirada interiorizada de los otros. Por eso nos cuesta tanto vernos y reconocernos en el espejo.
El yo no es el reino de lo propio, lo individual o singular, sino de lo común, lo instalado, lo construido. Lo más parecido a un yo es otro yo.
No puedo prescindir del yo, pero puedo reducir sus dimensiones y su controlar su tendencia al totalitarismo: a ocupar todo el espacio de la mente e impedir el desarrollo de la conciencia.
Puedo servirme de mi yo, pero no supeditarme a él, no ser su esclavo.
¿Pero sin yo, qué hago? ¡Encontrarte a ti mismo!
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